Aunque nunca he salido de mi país, me gusta pensar en los tesoros que guardan cada uno. Me gusta pensar que el pasado común de América Latina se manifiesta más o menos igual en todos los países. En Venezuela por ejemplo tenemos espacios maravillosos, heredados de la colonia y que alguna vez fue el hogar de una familia (prominente o no) que hoy es patrimonio común de todo un país.
No dejo de pensar que en algunos siglos, los espacios que habité podrían ser testimonio arquitectónico de un pasado que en ese entonces sea necesario estudiar.
Caracas, muestra muchas caras en un espacio realmente reducido. La cara colonial es fascinante. Además del testimonio histórico, se esconden leyendas, mitos y creencias que enriquecen la arquitectura y el museo al aire libre que suelen ser las ciudades.
Las casas espaciosas y empedradas, frescas hasta en los meses de más calor, con jardines coquetos y sitios ingeniosos para ofrecer agua o recolectarlas en las abundantes lluvias del norte venezolano hacen que recorrerlas sea un viaje magnífico 200 años atrás.
Hay pasillos misteriosos y los espacios irradian poder, tantos pasos andamos en dos siglos de historia y no es fácil dejar de pensar que personas como Simón Bolívar, Francisco de Miranda o Antonio José de Sucre alguna vez posaron esos adoquines o refrescaron su calor en esas pilas o pusieron a sus menturas a alimentarse en esos abrevaderos. No es fácil, de hecho enriquece la experiencia.
Además de eso. Además de las piedras, cal, ladrillos y madera que perduran en un empeño patrimonial por decir silenciosamente la historia silenciada en los libros impersonales de la academia, tampoco es difícil imaginar que las plantas (con su característica longevidad) hayan visto a los personajes notables que hemos aprendido a admirar, sino que hayan sido testigos mudos e incapaces de confesar lo que ocurrió en realidad en esa época tan convulsa (si es que lo fue en realidad).
Entonces todo lo que hay, vivo o no, se vuelve parte del museo al aire libre que es una ciudad.
Y entre tanta habitación valiosa, las fotografías resultan insuficiente y entre tantas ganas de conservar, la experiencia se vuelve opresiva, me gustaría de verdad sentarme en una silla, tocar la tela bordada en Francia y acariciar la puerta tallada en Cádiz. Pero, por el bien de las futuras generaciones. Eso no está permitido.
Son espacios lujosos. No por las riquezas (que seguro están resguardadas por el estado o algún coleccionista adinerado) sino porque son casas que ni con las tecnologías actuales se podrían construir y esas que aún perduran han sobrevivido a varios terremotos que han asolado a Caracas en el pasado.
Y lo impresionante es que al salir de allí, la otra ciudad, la de los centinelas de vidrio y hormigón, acero y cristal se alza como un nuevo museo que habla de la ambición del nuevo hombre y de las huellas que dejará para las generaciones que en 200 años quizás, quiera saber que hacían los caraqueños en el 2021...
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Nos transportaste al pasado amigo. Saludos.
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