La corona de Arató | Relato corto |

in GEMS4 years ago

La corona de Arató

   

    Y ahí estaba, frente a nosotros, la corona de András Arató, el fallecido monarca apodado como el Rey de los huesos, Rey Loco, Desollador, András el Nigromante, y de otras tantas formas rimbombantes. La expedición la encabezaba el general Zander Hart, él en persona caminó hasta la urna de Arató y arrancó la corona de su cadáver. «Pongámonos en marcha» me dijo apenas regresó con el objeto en sus manos. El general era uno de los que opinaba que aquella misión solo sería una perdida de tiempo, sin embargo el mandado venía directamente desde el seno del palacio real. Había quienes comentaban que fue el propio Rey Emiro, actual monarca, quien lo ordenó. Quién sea que nos haya embarcado en la travesía no importaba; ya estábamos de regreso, sin bajas, y con una fea corona consumida por los siglos como botín.

    —Vale, ¡Movámonos, ya tenemos lo que vinimos a buscar! —ordené a los hombres, conmigo y el general eramos veintisiete los presentes en esa sala, mientras que en la contigua esperaban veinticinco soldados más.

    La enorme puerta de piedra por donde ingresamos y, por lógica la que usaríamos para salir de ese lugar, se cerró frente a nosotros. De pronto el ambiente empezó a sentirse más pesado.

    —¡En formación de contingencia! ¡Cubran toda el área! —quizá el general presentía algo que yo no. La formación consistía en una figura rectangular. Además de las espadas, todos portábamos lanzas con las que, en teoría, podríamos repeler ataques a media distancia. En ese instante no había forma de saber lo que se nos venía encima. De pronto hizo una seña para que guardáramos silencio y escuchó.

    Al otro lado de la puerta entablaron combate. El sonido de acero contra acero era inconfundible, al igual que los gritos de agonía de los hombres al ser despedazados. No teníamos idea de contra quiénes peleaban, pero los derrotaron con relativa facilidad. A los pocos minutos los gritos cesaron. Notaba el miedo en las miradas de mis compañeros. Solo el general mantenía la vista firme, como si pudiera ver a través de las paredes.

    —Escuchen —dijo un compañero. Todos advertimos el extraño ruido después —. ¿De dónde viene?

    —Suena como... garras —comentó otro.

    En efecto, el ruido era idéntico al que harían las uñas de un animal al rasgar la piedra de la antigua edificación que fungía como tumba.

    —¡Arriba! —gritó otro de repente.

    El primero de los monstruos apareció desde las alturas, tras la oscuridad, uno de los hombres lo clavó por el abdomen con su lanza y otro le dio una segunda estocada en el cuelo. A pesar de eso seguía retorciéndose, emitiendo un chillido infernal... solo pensar en ese ruido sepulcral me hiela hasta los huesos. Antes de que pudiéramos comprender la situación otra de las criaturas atacó, luego dos más en simultáneo, después de eso perdí la cuenta.

    Parecían gatos, no solo por su agilidad, sino que también sus características físicas se apreciaban como las típicas de un felino, pero eran al menos tres veces más grandes que un gato común y sus pieles estaban podridas, en algunas zonas se podían ver los huesos a través de la carne. No importaba cuántas veces les atravesáramos con las lanzas, simplemente no morían. Entendí que aquello solo podía ser producto de magia negra, algo en lo que András el Nigromante fue experto.

    —¡Quiero a diez con espadas, los demás mantengan las lanzas!

    El general Hart ordenó cortar a las bestias en trozos, ya que no podíamos matarlas; unos las mantendríamos alejadas con las lanzas mientras otros irían a la vanguardia con las espadas. Él, dando el ejemplo, cogió su espada. Nos replegamos hasta un muro. Ya no caían más de esas cosas del techo.

    De los soldados presentes, solo yo, el general y un par más teníamos experiencia en batalla y, obviamente, ninguno se había enfrentado nunca a magia negra tan poderosa, ni mucho menos de forma tan directa. Cuando uno de los espadachines caía, uno de los lanceros tomaba su lugar. Vi cómo a mi compañero le arrancaban un pedazo del cuello y murió ahogado en un charco de su propia sangre. Cinco de esos felinos demoníacos saltaron sobre otro camarada, un cadete cuyo nombre no recuerdo. En cuestión de segundos solo dejaron un cadáver sanguinolento e irreconocible. Aún estando sus cabezas cortadas, estas seguían moviéndose y emitiendo ese chillido, sin embargo no podían hacer mucho más que eso sin sus cuerpos. Al final la estrategia funcionó, pero solo en ese enfrentamiento perdimos a quince hombres.

    Casi justo después la puerta volvió a abrirse. Al otro lado los demás soldados nos esperaban, pero ya no eran más mis hermanos de armas, ahora eran otra cosa. Todos lucían heridas graves y dejaban rastros de sangre tras su paso, a algunos les faltaba una extremidad y, a pesar de ello, andaban como si nada; un par tenían la cabeza hundida, como si hubiesen sido golpeados por una maza. Uno de los cadetes de nuestro lado intentó hablarles... era un caso perdido. En sus ojos resultaba obvio que ya no existía vida.

    —Soldados —el general arrancó la lanza de uno de los cadáveres —. Nuestros camaradas merecen una muerte digna, eso —dijo, señalando a los resucitados con nigromancia — definitivamente no lo es. ¡Démosles lo que se merecen!

    Se abalanzaron contra nosotros. Los apuñalamos, los cortamos, incluso a algunos los dejamos sin cabeza y sin embargo, a diferencia de los felinos, estos cuerpos decapitados seguían moviéndose, de forma torpe pero igualmente peligrosa.

    Cuando me cargué a uno, desmembrándole a punta de tajos, vi cómo Zander Hart era atravesado por cuatro lanzas al mismo tiempo. En ese momento me di por vencido. Bajé mi arma, cerré los ojos, y me resigné a morir. Pero la muerte no llegó, aún podía oír los gritos de los soldados cayendo de uno en uno mientras todos, tanto vivos como muertos, me ignoraban. Abrí los ojos otra vez y vi la corona de Arató, casi a un metro de donde estaba. ¿Cómo llegó tan cerca de mí? No lo sé, probablemente el general la lanzó justo antes de ser apuñalado media docena de veces. Me doblé y la tomé. Huí de ese lugar caminando, como si fuera invisible en medio de la carnicería.

    Salí, no encontré oposición en el resto de la tumba y caminé de vuelta al reino. Nunca supe qué atacó a mis camaradas al otro lado de la puerta; no fueron los animales que nosotros enfrentamos, estoy seguro de que escuché el sonido del acero contra acero.

    Justo antes de llegar a la ciudad, la guardia real me encontró. Traté de explicarles ante qué combatimos en aquella cueva, pero no les interesó. Solo arrebataron la corona de mis temblorosas manos y me arrojaron a un calabozo. Primero me acusaron de estar loco, después afirmaron que yo había asesinado a mi general y mis demás camaradas. ¿Cómo un individuo podría acabar con cincuenta y un vidas en combate a mano armada y vivir para contarlo? Los locos tendrían que ser ellos, necios a escuchar los hechos cuando estos les producen terror.

    Lo último que supe que es tengo los días contados, seré condenado por mi "deserción" a la armada y enviarán una comitiva a la tumba... pobres desgraciados. Quizá merezco el destino que me aguarda, debí morir en esa tumba; solo espero que András Arató nunca regrese a reclamar su corona.


La corona de Arató.png
Imagen original de Pexels | Alex Azabache

XXX

   

¡Gracias por leerme!

   

Sort:  

Muy buen relato, bien ambientado y llevado. En lo personal considero cortos loas relatos que contienen hasta 500 palabras, este pasa de 1 mil, pero son apreciaciones personales.


¡Felicitaciones!

Tu publicación ha sido identificada como contenido relevante y de valor para Hive.

Curado manualmente por @joseph1956


Estas invitado a socializar e interactuar con los miembros de nuestra comunidad en nuestro servidor de Discord

Hola, me alegra que te haya gustado.

Respecto a lo otro, realmente sí es una definición muy personal como mencionas. Las obras de Quiroga, por ejemplo, tienen entre 1000 y 3000 palabras mayormente, y se les considera cuentos cortos. Así que es algo debatible, jaja.