Complacidos entonan la alabanza. El discurso de la voz líder les afirma el afán de luchadores,
y ellos, a cambio, aplauden solícitos. Se saben en cada gesto herederos de un parcial
inmaculado: el de la justicia. Este, que posee un panteón intachable, donde ninguno de
sus integrantes ha sido pasado por alto en la Historia, y que cuando la voz líder
los nombra, no dudan decir que se hayan presentes.
Han sido criados en el bien, y hacia
el bien deben entregarse en aceptación suprema, incuestionable. Así, no tiemblan al decir:
"Somos el futuro", "Somos la vanguardia". Los veo sonreír, henchidos de entusiasmo. Hablan en
una lengua versátil y fluida, de una cadencia que, tal vez desde cierto ángulo, sea vista como
angelical.
Me pregunto si saben que son el demonio que creen estar aniquilando. Si conocen que sus palabras
son pasto de un horror inaprensible, tan etéreo como real, que traspasa una y otra vez la frontera
de cualquier racionalización, de cualquier lenguaje.
Suponiéndolos ingenuos, cuál puede ser su reacción al darse cuenta de que ese enfoque, en donde los
colores están tan claros, donde las cotas son tan precisas y seguras, es solo producto de una burbuja
que esconde un mundo más complejo, y, a primeras luces, espantoso. Y como burbuja al fin, solo necesita
del movimiento preciso, de la mirada efectiva, de la pregunta necesaria, para deshacerse y dejar caer
a quien retiene en un mundo más duro.
Pero lo que sí muy pocos deben saber, o muy pocos le prestan atención (y esto ha sido una victoria de
nuestra enseñanza), es que la pesadilla hacia la que deben despertar, ya ha sido soñada antes incontables
ocasiones. Y hay quien, impulsado por la obsesión de este acto de lucidez, ha creado mundos que recrean este
trauma. Tal es el caso de Lovecraft.
¡Qué puede hacer un espíritu conservador frente al espectáculo de lo terrible!
¡Qué puede hacer un alma educada para el regodeo de la piedad, frente a un conocimiento
que es como una bota fría que avanza a aplastar, a la conciencia que la percibe!
Debatirse entre la indagación de lo desconocido, o intentar permanecer en la seguridad
de las tinieblas de la ignorancia inicial. Mas, no hay que olvidar que el precio por
conocer ciertas verdades, puede ser tan alto para la conciencia que el instinto termine
clamando desesperado por alejarse del mismo. Tal es el inquietante mensaje del escritor
de Providence para sus lectores.
El mundo creado por este erudito, y la reacción que provoca en sus personajes humanos, sirven
para entender a su vez la posible actitud de defensa de la juventud cándida que ha aprendido
complaciente a admirar los ídolos (de la Historia, como antes se dijo) que les han
mostrado como símbolos de justicia.
Pues no dudo en decir, que estos benjamines, en caso de acercarse a otra visión de su realidad,
se expondrían al horror lovecraftiano de una educación conservadora. Apreciarían hechos que
solo pueden ser creídos si es uno el testigo. Hechos que existen de manera paralela a las convicciones
aprendidas, y que su mera existencia deshace el sentido de estas. Hechos que ponen de manifiesto que
las certezas absolutas, son solo expresiones un ego dañino. Que quizás, si se aprende mejor a despojarse
de las mismas que a retenerlas, el horror cósmico (y el no tan cósmico) no hiera tanto en nuestras
conciencias.