Sol era su nombre, si hubiese podido escoger se llamaría Viento, pues podía ser igual de rápida. Nadie al verla imaginaría que era tan veloz. Su constitución no era la de una atleta, era más bien rellenita. Fue huyendo de la atracción que despertaba su cuerpo en los hombres que empezó a correr.
Su velocidad la había llevado lejos. Ahora tenía entrenadores y competía casi todo el año, pero no siempre fue así. Se había criado en un pueblo pequeño, donde todos se conocían. Sabían que además de pobre no tenía quién la defendiera. Vivía con una tía alcohólica que poco o nada podía hacer por ella. Había desarrollado precozmente y sus redondez le había traído muchos problemas. Los borrachos amigos de su tía, la acosaban constantemente. Ahí comenzó a huir, del deseo de los hombres, de sus palabras soeces. Su único refugio era la escuela.
Un día su tía habló con el ricachón del pueblo y la dejó allí. Ella vio en sus ojos el deseo y salió corriendo. Corrió como nunca en su vida y se internó en el monte. Estuvo días allí sin salir a pesar de que oía las voces de las personas buscándola. Solo salió cuando sintió la voz de la maestra. Ella fue quién la trajo a la ciudad y obligó a su tía a que la dejara ir.
Nadie sabía su historia, cuando le preguntaba porqué corría tan rápido. Ella respondía: siempre imagino que estoy huyendo.
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