Si eres asiduo a las plataformas de streaming seguramente ya has visto o has oído sobre The Queen's Gambit, la miniserie de Netflix basada en el libro de Walter Tevis que cuenta la historia de Elizabeth, "Beth", Harmon, una niña prodigio del ajedrez cuya vida transcurre entre su pasión por el juego y el drama de su historia personal.
Cuando inicia la serie, vemos a una huérfana Beth que ha perdido a su madre en un accidente de tráfico y a su padre mucho antes, ausente desde el inicio de su vida. Apenas tiene nueve años de edad y en el orfanato al que es destinada, Beth descubre las dos cosas que cambiarán su vida para siempre: el ajedrez y las drogas. De la mano de Mr. Shaibel, el conserje del instituto, Harmon descubre el juego, cómo mover las piezas y comienza a destacar rápidamente gracias a un talento natural de herencia genética (su fallecida madre era una prominente matemática) y gracias a Jolene, otra de las huérfanas, descubre el efecto que producen en ella las pastillas tranquilizantes que les dan a las niñas del orfanato. Corren los años '50 en Kentucky y aún se permiten ciertas licencias en el uso de fármacos que prohibirán luego, pero que representan los primeros pasos de Beth en una adicción que la llevará, de adolescente y adulta, a abusar también de otras sustancias y vicios, como el cigarrillo y en especial el alcohol.
El ascenso de Beth dentro del mundo del ajedrez es meteórico, como es el de los prodigios en cualquier disciplina. En poco tiempo comienza a jugar contra, y a derrotar a, jugadores mayores y con más experiencia que ella. A la par, vemos cómo su vida personal cambia al ser adoptada, aunque su nueva familia no es la más amorosa de todas, al menos tiene un techo propio sobre su cabeza.
De allí en adelante, todos son altibajos en su vida personal y profesional. Colecciona su primera no-victoria y su primera derrota, comienza a ganar dinero con los torneos en los que participa, su padre adoptivo las abandona, descubre en su madre adoptiva una faceta más maternal, comienza a viajar dentro y fuera del país para jugar, encontrando rivales cada vez más duros, recae en su adicción por los tranquilizantes, se entrega también a los abusos de la bebida con frecuencia y al entrar en la adolescencia comienza a intersarse un poco por otros temas propios de la edad, como la música y el sexo. A grandes rasgos, esa es la trama de la serie que conduce, en el episodio final, a Harmon enfrentando al máximo maestro del ajedrez, el ruso Vasily Borgov, quien para entonces la ha derrotado ya un par de veces. Elizabeth Harmon es un personaje en el que se mezcla una niña genio del ajedrez, un estrella de rock y una adolescente en busca de su identidad y de alcanzar sus deseos.
La serie está filmada con un gran cuidado estético. La paleta de colores utilizada y el hecho de que la historia se ambiente en los años '50 y '60 ayuda a crear escenarios llamativos, coloridos y con una gran belleza. La fotografía es buena, igual que la dirección y la forma en que se muestra el ajedrez como algo apasionante a lo que los jóvenes se entregan con una dedicación rayana en la obsesión es algo inusual. Con tantas historias de jóvenes que quieren ser estrellas de la música, de los deportes, del arte, econtrar un mundo que (claro, en una época anterior a la actual) gire alrededor de los tableros en blanco y negro y las piezas, es bastante original.
Pero la serie no habría sido el éxito que ha sido, si no hubiera sido por Anya Taylor-Joy. Su talento interpretativo no se cuestiona, basta ver sus trabajos previos y evidenciar que desde muy joven ha tenido una gran capacidad actoral. Y por supuesto, su belleza física también es evidente y magnética en la pantalla. El rojizo de su cabello corto junto al vestuario que usa, sobre todo de adulta, la hace lucir elegante, clásica, pero a la vez juvenil y cercana. Dentro de la serie, al surgir como estrella del ajedrez, Beth se lamenta de que se hable sólo de que es una mujer y no de lo bueno que es su juego; está en una época en la que la igualdad de sexos es aún una quimera, en especial dentro de una disciplina de hombres adultos y Beth irrumpe no sólo con su taento natural sino también con su juventud, belleza y glamour, sacudiendo un poco el ambiente de los torneos y las revistas especializadas. Todo eso es posible, gracias a Anya, cuya actuación y presencia en escena fue mi parte favorita de The Queen's Gambit.
Otro aspecto destacado es lo visual, sobre lo que podría hablar muchísimo, pero me voy a centrar en el vestuario de Beth. Conforme avanza la cinta la vemos utilizar diferentes colores, texturas, atuendos cada vez más refinados, pero un detalle que noté fue el uso del blanco y negro, como símbolo de transiciones. Cuando, al inicio de su adolescencia, Beth posa para una revista, lo hace en un atuendo principalmente negro, con un toque de blanco (ver el póster de la serie, o la muestra siguiente).
Los motivos y los cortes geométricos de los diseños se siguen sucediendo en una gran variedad de tonos, pasteles, más vivos, oscuros, contrastes, pero Beth no vuelve a usar blanco (alguna blusa en casa, sí; y en la cancha con Jolene, pero no como outfit en sus torneos) hasta el final cuando, tras haber conquistado Rusia, camina por las calles de Moscú en un abrigo completamente blanco y un gorro con una borla llamativa, ¿no les recuerda algo? Está vestida de Reina , la pieza principal del ajedrez; pero si nos fijamos bien, notamos que además va vestida de negro por debajo del abrigo. No es la Reina Blanca, es la Reina del tablero, de todo el juego. Como le dice Borgov al ser derrotado, "El juego es tuyo" . Detalles como este me gustaron mucho, pero ¿cuántos lo notan?
Ahora bien, centrándonos en la trama, es decir, en la forma en que transcurren los hechos, no hay tanta originalidad. Sí, es una serie que refleja muy bien la precisión del ajedrez, según los expertos (lo dijo la Gran Maestra Jennifer Shahad en una entrevista con Vanity Fair ) y transmite una atracción hacia un juego que muchas veces se juzga aburrido, pero lo consigue utilizando clichés típicos de la pantalla y construcciones argumentales muy usadas. Se pueden ver claramente varias etapas del viaje del héroe de Joseph Campbell (la fórmula máxima para constuir una historia) y hay algunos Deus ex machina que son introducidos para resolver situaciones que parecieran puestas para rellenar , para extender un poco más la historia que finalmente tuvo un episodio más de los seis propuestos inicialmente y creo que es allí cuando la historia pierde un poco de fuerza.
En el fondo, más que del peligro de los excesos, de la adicción, o del ajedrez, creo que el tema central de la serie es la soledad del genio. Beth Harmon es una persona que va encontrando a muchos otros a lo largo de su camino, pero que no pueden acompañarla durante mucho tiempo. Padres, conocidos y amigos se ven superados y dejados atrás en su ascenso al Olimpo del ajedrez. Quienes le enseñan algo no demoran en reconocer que no tienen nada más que enseñarle y casi nadie (quizás un poco Harry y un poco Benny) comparte esa entrega que tiene Beth al juego; otros jugadores lo dejan atrás, hacen sus vidas, pero no ella. Huérfana dos veces, no muy dispuesta a intimar emocionalmente con las personas, dividida a veces entre compartir con los suyos, vivir un poco, o dominar el juego, arrogante por momentos, hiriente, rebelde, adicta, durante la mayor parte de la serie Elizabeth Harmon se encuentra sola porque, en buena medida, siente que nadie la entiende, que no hay nadie más como ella. Esa es su salvación y su condena.
Aunque comprendo el éxito de la historia y considero que fue favorable para ello la extensión de la serie y otras circunstancias, no comparto el asombro ni el revuelo que ha causado. La vi y la disfruté, pero no la vería de nuevo porque la historia no conectó conmigo emocionalmente. No se trata de hacer mea culpa , ni excusarme; no todos amamos las mismas historias y eso está bien. Sin embargo, sí la recomendaría, si es que no la han visto ya.
Hola @cristiancaicedo, interesante serie, me gustaria verla, gracias por tu resumen, muy bueno.
Cuando la vea, me cuenta qué le pareció. Muchas gracias por leerme.