I have always thought that all opinions are respectable, regardless of whether they do not coincide with my own or are located at the other end of the scale: on that metaphorical equator of thought, which far from being an obstacle, can be the bridge that allows us to at least meet in the center and discuss with the affability of two old friends. And it is precisely that, old age, that I want to bring up here today, because until recent times - so recently, that I think it is still kicking - many people thought - I don't know if with a small mouth - that it was preferable to die young and to have a nice corpse, in the style of James Dean, before reaching old age, having lost something as fallacious, after all, as youth is and by default, beauty.
I share the idea that old age, with all its inconveniences and even, if you push me, with all its apparent ugliness or, if you prefer, decrepitude, which is possibly a more accurate term, is the new opportunity that life gives us. to rediscover ourselves with that child we once were, making us recover the magic and innocence of that first look with which we saw the world, as I seem to observe in the gesture of inner satisfaction of this anonymous companion on the way - whom, by the way, It would never occur to me to call him a 'slobbery old man', as unfortunately some uneducated, ill-mannered and viperine languages do today - while doing something so wonderfully natural, such as lovingly watering those faithful and gratifying friends, who are his plants. And it is that, my friends, if we think about it, there are things that are truly priceless.
Siempre he pensado que todas las opiniones son respetables, independientemente de que no coincidan con las propias o estén situadas en el otro extremo de la balanza: en ese metafórico ecuador del pensamiento, que lejos de constituir un obstáculo, puede ser el puente que nos permita, cuando menos, encontrarnos en el centro y discutir con la afabilidad de dos viejos amigos. Y es, precisamente, eso, la vejez, lo que quiero traer hoy aquí a colación, pues hasta tiempos recientes -tan recientes, que creo que todavía sigue coleando- mucha gente pensaba -ignoro si con la boca chica- que era preferible morir joven y tener un bonito cadáver, al estilo de James Dean, antes que llegar a viejo, habiendo perdido algo tan falaz, después de todo, como es la juventud y por defecto, la belleza.
Yo comparto la idea de que la vejez, con todos sus inconvenientes e incluso, si me apuran, con toda su aparente fealdad o si lo prefieren, decrepitud, que posiblemente, sea un término más acertado, es la nueva oportunidad que nos da la vida para reencontrarnos con ese niño que fuimos una vez, haciéndonos recuperar la magia e inocencia de aquella primera mirada con la que veíamos el mundo, como me parece observar en el gesto de satisfacción interior de este anónimo compañero de camino -al que, por cierto, jamás se me ocurriría tildar de ‘viejo baboso’, como por desgracia, hacen hoy en día algunas lenguas incultas, mal educadas y viperinas- mientras hace algo tan maravillosamente natural, como es regar amorosamente esas fieles y gratificantes amigas, que son sus plantas. Y es que, amigos míos, si lo pensamos bien, hay cosas que verdaderamente no tienen precio.
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Happy day, my friend