Hablaba ese diletante padre del voraz Gargantúa, François Rabelais, del vino que hace buen latín: ese que te lleva en volandas por los paraísos vedados a la vergüenza y cuando se despide de ti a la mañana siguiente no te deja quebrantos en el alma, como dice la canción que ocurre cuando un amigo se va.
[That dilettante father of the voracious Gargantua, François Rabelais, spoke of the wine that makes good Latin: the one that takes you flying through the paradises forbidden to shame and when he says goodbye to you the next morning he does not leave you broken in the soul, as says the song that happens when a friend leaves].
Posiblemente, ese fuera el tipo de vino -culto en aromas y lo suficientemente consistente como para poner en posición de firmes a la pluma más templada- que lo más granado de las letras españolas, podríamos decir que contemporáneas, libó con afición en las circunspectas candilejas de unas tabernas, que generalmente -nobleza obliga- terminaron dejando huellas en sus libros más populares.
[Possibly, that was the type of wine - cultured in aromas and consistent enough to put the warmest pen at attention - that the most sublime of Spanish letters, we could say that contemporary, drank with fondness in the circumspect footlights of some taverns, which generally - nobility obliges - ended up leaving traces in their most popular books].
Sería el caso, por ejemplo, del excelso cronista de nuestros desdichados Episodios Nacionales e inveterado amante de los gatos -según consta en una fotografía de la época, elevada a la categoría de póster, que cualquiera puede ver en el soportal donde se asienta la popular chocolatería San Ginés, en cuyo interior terminaba saliendo por los cerros de Úbeda, como se suele decir, con otro monstruo de las letras llamado don Ramón María del Valle Inclán, a cuyo bohemio personaje, Max Estrella, todavía se le recuerda con cariño en la Casa Ciriaco- don Benito Pérez Galdós, con ésta taberna que les presento, digna superviviente de diluvios, si no universales sí al menos históricos, que todavía conserva el nombre de una de sus novelas más conocidas, donde se enorgullece de participar: La Fontana de Oro.
[It would be the case, for example, of the exalted chronicler of our unfortunate National Episodes and inveterate lover of cats -according to a photograph of the time, elevated to the category of poster, that anyone can see in the arcade where the popular chocolatier San Ginés, inside which he ended up going out through the hills of Úbeda, as they say, with another monster of letters called Don Ramón María del Valle Inclán, whose bohemian character, Max Estrella, is still fondly remembered in the Casa Ciriaco- don Benito Pérez Galdós, with this tavern that I present to you, a worthy survivor of floods, if not universal, then at least historical, which still preserves the name of one of his best-known novels, where he is proud to participate: The Golden Fountain].
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Thank-you very much
I like such cafes that are at corner of a city.
Its classicism, its antiquity, its relevance and its air of bohemian nostalgia make up an attraction that is hard to miss. Entering them is something like letting yourself go on an illusory journey through time.
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