Mutación. Un cuento sobre pandemias para el concurso de @Fuerza-Hispana

in Cervantes4 years ago

Amigos,
presento mi entrada a un concurso de escritura (Bases) impulsado por @Fuerza-Hispana, un equipo que está haciendo una excelente labor promotora de la producción creativa en Hive.
Me encanta sumarme a esta iniciativa.
Quiero expresar, además, mi agradecimiento a la comunidad de @Cervantes por el espacio que proporciona para mi publicación.
Espero que les guste y dejen algún comentario si pueden.


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Fotografía propia. Redmi Note 8.

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MUTACIÓN

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El virus era capaz de mutar en el cuerpo vítreo, provocando visión de túnel. Las alucinaciones y la desintegración del sentido de realidad venían después. Esa era la única información concreta que habíamos obtenido de nuestros contactos con el ala B.
Desde hace más de una semanas tenemos precario control del pabellón de enfermeras del ala C, un laboratorio y un almacén de fármacos, además de acceso franco a la pequeña terraza oriental donde hay una cafetería. No tengo ninguna idea de cómo podemos marcar un avance, sin embargo, las informaciones de hoy dejan claro que tenemos que buscar salir del punto muerto y conseguir acceso a los pisos superiores, donde se atrincheran los médicos del equipo de epidemiología, tal vez los únicos, además de nosotros, que persisten en esta isla de pánico. Solo sé que será por la fuerza y será una batalla dura.
Durante todo ese tiempo, unos diez camilleros se organizaron en un anillo de seguridad en torno al equipo de epidemiología. A cambio, obtuvieron el control de las cocinas.
En nuestra parte del edificio, disponemos de la pequeña despensa de la cafetería, pero la comida escasea rápidamente. Esa es nuestra mayor debilidad: tenemos cada vez más hambre. Estamos cada vez más asqueados de pastelitos congelados y galletas. Fantaseamos con comida caliente, abundante y sazonada, mientras vemos caer la tarde y el cielo se tiñe de unos naranjas furiosos que incendian la línea del horizonte. Si la situación se prolonga, temo que, los que quedamos resistiendo, nueve de los quince que iniciamos la revuelta, nos entreguemos a los camilleros, y ya no haga falta que nos cacen por los pasillos mientras intentamos robar la cocina o sabotear el sistema eléctrico.

Cara de Mono se acerca (soy incapaz de recordar su nombre). Su trato, casi lambiscón, rebosante de respeto militar me saca de quicio. Ha desarrollado un tic persistente que le hace saltar la nariz mientras pela involuntariamente los dientes. Tiene los ojos enrojecidos hasta lo imposible y sospecho que para él la mutación ha comenzado. Después de todo, él fue uno de los primeros sujetos de experimentación de nuestro grupo que hizo crisis. Justo después de que saltó de su cama, llorando y con el cuerpo lleno de sondas y electrodos, todo se salió de madre.
En ese entonces, todavía yo era un tipo decente, que se condolió de Cara de Mono cuando lo ataron con correas a la cama. Era otro enfermo inocente que creía que el colirio que nos aplicaban era un potente antiviral. Quería aferrarme a esa esperanza, mientras mi mente protestaba y me obligó a ceder ante la certeza de que los tratamientos que me aplicaban esos enfermeros afables y eficientes me estaban enfermando adrede.
El llanto desesperado y las carreras sin sentido de Cara de Mono rasgaron el velo de credulidad que alimentaba mi mansedumbre y fui capaz aquella noche de guiar a quince de los pacientes que compartían conmigo la hospitalización hacia lo que, lo creí en aquel momento, sería la libertad… Ya lo había previsto todo: Acudiríamos a los medios, a las organizaciones de derechos humanos, habría demandas contra instituciones y funcionarios.
Cuando, avanzando como una masa desorganizada de catéteres y pantuflas, atropellamos a la enfermera de guardia hacia los pasillos exteriores, se hizo patente la devastación. Seis meses de hospitalización –era más o menos el tiempo que tenía ingresado en esa sala con mis compañeros- habían bastado para sumir la estructura del hospital en el caos. Las habitaciones estaban vacías y sucias, las camas desechas, viales y jeringas proliferaban en los rincones. No estábamos preparados para esto. En nuestra habitación nada había indicado que las cosas no siguieran siendo tal como las recordábamos, ni tampoco sospechamos nunca en lo que nos habían convertido. Tampoco estábamos preparados para el piquete de camilleros veleidosos liderados por el Dr. Solano, que nos cercó.
Para mí, la comprensión intuitiva de la situación fue puro reflejo. Aquella gente nos temía. Doctores, enfermeros, camilleros, todos tenían miedo.
Cuando el médico se acercó con gesto apaciguador, lo abracé con violencia y lo amenacé. “Te escupiré los ojos”, le dije. “Te morderé hasta que mi saliva llegue a tu sangre”.
Con el cuerpo tembloroso del galeno como salvoconducto pudimos llegar al pabellón de enfermería y bloquear los accesos.
Desde ese día la realidad nos agrede con las distorsiones que los retazos de información van sumando.

Cara de Mono me dice que no pueden encontrar a Salazar, un jubilado de la industria papelera, el mayor de nuestros compañeros. Tal vez huyó a Epidemiología, tal vez lo capturaron en alguna incursión disparatada. Tenía muchos días quejándose de dificultad para respirar. Quería negociar con los doctores una nebulización. No se lo permitimos. Hacía tres días aún algunos estábamos muy firmes en nuestras convicciones: no seríamos ratas de laboratorio.
Le ordeno que comunique a los demás hombres que se preparen para esta noche: atacaremos la Unidad de Epidemiología mientras los camilleros duermen. Miento. Tengo bastante seguridad de que para entonces casi todos habrán huido. Cara de Mono, no. Lo encontraré durmiendo junto a mi puerta, como acostumbra desde hace un par de días.
Por mi parte, he mantenido conversaciones secretas con el doctor Solano. Su voz sedosa y neutra vuelve a escucharse en mis sueños, con tono razonable, idéntico al que deja colar por el auricular del teléfono del stand de enfermeras, donde duermo y tengo establecida mi atalaya. Que la ciudad ha perecido, me dice. Que solo quedamos nosotros en esta isla de padecimiento y miedo. Que nosotros somos la respuesta. Que nuestra sangre y nuestra carne finalmente sellara la puerta de la enfermedad. Que nuestro sacrificio redimirá nuestros pecados y nuestro dolor.

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Gracias por la compañía. Bienvenidos siempre.

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