Orbis, El Hombre del Sombrero

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Orbis, El Hombre del Sombrero

Aquella mañana Iván había decidido darle gusto a Aurora y hablar con aquel misterioso hombre que le había hablado en el monorraíl, ya habían pasado varias semanas desde su llegada a Alessia y desde su creciente amistad con la bibliotecaria, la insistencia de Aurora para que contactara al hombre, que le había ofrecido enseñarle a leer las lenguas antiguas, había aumentado.

Casi toda la conversación de su hermana durante la cena era sobre lo que le había enseñado Hilda, y de cómo la señora de la biblioteca leía en una de las antiguas lenguas, pero no entendía todas ellas. Y que quería que aceptaran la oferta de aquel hombre de sombrero gracioso, que le había prometido enseñarle.

La idea de que un extraño, por más amable que fuera, se hubiese acercado a su hermana, mientras él se encontraba dormido, a hablarle y hacerle promesas, no le pareció que fuera lo más correcto de parte de esa persona, no decía que fuera algún tipo de delincuente, pero, cuando menos, su forma actuar era sospechosa.

Buscó entre las cosas de su bolsa, esperando no haber perdido la tarjeta que aquel hombre la había dado a Aurora, hurgó hasta encontrar un pequeño bulto de papeles sujetados con una banda de goma y casi al principio del paquete, se encontraba la tarjeta, que la leyó con desconfianza.

Era una tarjeta de presentación con el logotipo de la universidad de Alessia en marca de agua, y sólo decía un nombre “Dr. Luciano Morelli”, acompañado de un número de contacto, que Iván supuso, se trataba de una terminal de la universidad. Cuando tomara su hora de comer, aprovecharía de llamar, para hablar con el individuo.

Empezada la tarde, tal como se lo había propuesto, después de tomar su almuerzo, se dirigió a una cabina de comunicaciones, y pidió al operador automático le comunicara con la central de la universidad de Alessia, y cuando se le pidió el número de terminal que quería conectar, indicó el que estaba en la tarjeta. Después de unos segundos se pudo escuchar un áspera y entrecortada voz que le hablaba con el acento de alguien que no es originario de Alessia.

―Hola, dígame, ¿con quién hablo? ―dijo la voz al otro lado de la conexión.

―Hola, mi nombre es Iván Roberti, es usted el doctor Luciano Morelli ―preguntó.

―Sí, ¿en que puedo ayudarle señor Roberti?

―Usted estuvo hablando con mi hermana durante un trayecto de monorraíl, hace aproximadamente seis semanas, espero que lo recuerde ―explicó Iván.

―Claro, la niña Aurora, si la recuerdo y mi ofrecimiento aun sigue en pie ―respondió Luciano.

―Bien, me gustaría hablar con usted al respecto.

―Por supuesto, ¿dónde puedo encontrarlo señor Roberti?, dígame lugar y hora ―dijo el hombre, claramente ansioso.

―Le parece hoy en la galería del centro, frente a la biblioteca, a las mil setecientas horas ―dijo Iván, intrigado por el interés del hombre ―. Lo esperaré en la entrada oeste.

―Con gusto lo veré ahí.

Pasó la tarde, e Iván continuaba intrigado por el gran interés que aparentaba tener aquel hombre en hablarle, aunque su primera impresión le hizo pensar en el individuo como alguien muy formal y agradable, no dejaba de preocuparle lo ansioso que parecía estar por encontrarse con él.

A la hora indicada, Iván se encontraba de pie a un lado de la puerta automática de la entrada oeste de la galería y vio a un individuo con un elegante traje de color gris, coronado con un sombrero de gamuza azul, con una borla dorada que se aproximó a él, proveniente del paseo peatonal.

―Buena tarde, el señor Ivan Roberti, supongo ―dijo el individuo, extendiéndole la mano, a la vez que se quitaba el extraño sombrero, en un gesto que Iván reconoció como un saludo poco habitual en la región.

Iván estiró la mano y con extrañeza sintió como el hombre la apretaba cordialmente, para luego volver a acomodarse el sombrero en la cabeza.

Se trataba de un individuo muy delgado, de piel pálida, cabello negro, ligeramente encanecido y rostro huesudo, adornado por un grueso bigote, completamente blanco.

―Soy el doctor Luciano Morelli ―dijo, inclinando ligeramente su cabeza ―. Fui yo quien estuvo conversando con su hermana en el tren y ante todo le ruego disculpe mi atrevimiento, al interrogar a la niña mientras usted dormía.

―Ella me dijo que usted se había ofrecido a enseñarle lenguas antiguas, no entiendo a qué viene tal ofrecimiento ―dijo Iván ―. Perdone mi desconfianza, pero usted no nos conoce y me parece extraño que esperara a que yo no estuviera atento, para hablar con mi hermana.

―Entiendo que desconfíe, pero es que entré al vagón poco después de que usted se durmiera, y estuve esperando casi todo el trayecto para hablarle, pero usted no despertó, así que me tomé el atrevimiento de hablarle directamente a la niña ―dijo Luciano.

―De acuerdo, pero, ¿por qué su interés?

―Para serle sincero, mi verdadero interés estaba centrado en un tomo antiguo que vi que llevaba su hermana, soy catedrático de arqueología literaria, en la universidad de Alessia, y no pude resistir la tentación de ojear aquel ejemplar ―explicó Luciano ―. Sin embargo, al hablar con su hermana, me enteré de algo que me hizo hacerle el ofrecimiento al que usted se refiere.

―¿Qué fue eso de lo que se enteró? ―preguntó Iván, intrigado.

―La niña aurora, me indicó que ustedes eran sobrinos de Julia Roberti y que el ejemplar era una herencia suya ―explicó.

―Así es, ¿conoció usted a mi tía Julia? ―preguntó Iván.

―Así es señor Roberti, yo fui un aprendiz de su tía, durante algunos años de mis estudios, eso fue justo antes de que ella se marchara de la universidad.

―Entiendo, y por eso se ofreció para darle clases a mi hermana.

―No exactamente, lo que en realidad le ofrezco es una beca para que ingrese a la Universidad de Alessia. Soy el encargado de las asignaciones de las plazas de estudio en la facultad de arqueología ―dijo Luciano ―. Siempre sentí un gran afecto por su tía, y me afectó mucho cuando ella se marchó, podría decirse que fui ese joven aprendiz, encaprichado con su tutora. Y no me mal entienda, me entristeció mucho su partida y años después, me devastó saber de su fallecimiento, por eso quisiera poder ayudar a su hermana a ingresar a la Universidad de Alessia y continuar con el legado de su tía.

―Y, ¿cómo sabe que mi hermana quiere ser como mi tía? ―interrogó Iván.

―Lo pude ver en su rostro, en el celo con el que guardaba ese viejo tomo, el cual por cierto aun quisiera leer con cuidado, y en su mirada, cuando le hablé de aprender lenguas antiguas ―explicó.

―Pero ella apenas tiene doce años y sólo ha estudiado en la escuela de la villa, nunca estuvo en una academia.

―Eso es todo lo que necesita, no hay gran diferencia entre lo que pudo estudiar en una escuela, a lo que puede aprender en la academia. Además, pude ver en sus ojos más ansia de aprender de lo que jamás he visto en ninguno de los jóvenes que solicitan ingreso a la universidad, y por su edad no se preocupe, no sería la primera vez que alguien de menos de catorce es admitido.

Texto de @amart29 Barcelona, Venezuela, marzo de 2021


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Me gustó mucho este capítulo @amart29

Un nuevo capítulo en la entramada historia, un aporte más a toptres @amart29. Bendiciones.

Una buena historia