Saludos, amigos. Hoy les dejaré un texto que es un reconocimiento a toda la gente buena que camina sobre la tierra.
Esperando que puedan encontrar y disfrutar la bondad del mundo.
Imagen propia, realizada utilizando Paint
Mi ángel del centro
Todos los miércoles cuando llegaba al autobús que me llevaba semanalmente a Caracas lo primero que hacía era abrir el morral, donde llevaba un equipamiento para protegerme del frío. En cuestión de segundos pasaba de la calidez del clima de mi ciudad a un frío de unos quince grados centígrados, efecto del poderoso aire acondicionado del transporte.
Me abrigaba bien, con una gorra, suéter y medias calientes, sacaba una almohadita inflable, cerraba bien los cierres de mi morral, en uno de cuyos bolsillos externos llevaba una botellita de agua. Adentro quedaba la cartera con mi documentación y dinero, mi celular y mis libros. Me disponía a dormir, como todas las semanas, esa noche en carretera para cursar un posgrado a cuatrocientos nueve kilómetros de distancia.
El bus salía del terminal a medianoche y debía llegar a destino cinco horas después. En ocasiones no podía conciliar el sueño, sobre todo si eran días de plenilunio. La luz de la luna sobre la franja del mar, que acompaña toda la ruta de oriente a centro, hace en mi tierra unos juegos de siluetas y de claroscuros, con el cielo estrellado como fondo, muy difíciles de ignorar.
En esta ocasión que les cuento estaba muy cansada. Vivía un tiempo de mucha exigencia. Viajar y dormir en un bus de ida y vuelta, cumplir con las exigencias del posgrado, además de las otras rutinarias de mi vida. Lo cierto es que el próximo miércoles siempre me sorprendía. Parecía que mi tiempo se había encogido. Esta vez sí dormí profundamente.
Me despertó un toque en mi espalda y una voz de mujer que repetía. “Llegamos a La Bandera, revisen su equipaje, busquen sus carteras, revisen su dinero” “Llegamos a La Bandera, revisen su equipaje, busquen sus carteras, revisen su dinero”. Me desperté azorada. Había perdido mi parada.
La Bandera es una zona caraqueña que tiene mala fama, es una zona insegura, más aun para alguien que no sabe moverse en ella. La mujer que me tocó, la que hablaba, estaba sentada en el asiento más cercano a mí del otro lado del corredor del bus. Al alzar la mirada la vi de frente. ¿Estamos en la bandera? “Sí” me dijo y repitió su lema. “Llegamos a La bandera, revisen su equipaje, busquen sus carteras, revisen su dinero”
Yo me quedé pensando la razón por la que la mujer decía eso y procedí a revisar mi morral.
¡No estaba mi cartera! ¿Cómo la había perdido? ¿Qué podía hacer yo, a esa hora de la madrugada, en un lugar peligroso como La Bandera? Estaba sin dinero ni siquiera para pagar un bus que me llevara al centro de Caracas. Caí en cuenta de que con la cartera no solamente había perdido mi dinero, sino mi documentación y tarjetas bancarias.
Miré hacia el fondo del bus, estaba ya casi vacío, la mujer que hablaba estaba sentada aún a mi lado y me miraba.
Yo con cierta cautela, le pregunte por qué decía lo de la cartera. Me respondió preguntando mi nombre. Se lo dije. Ella por toda respuesta sacó del bolsillo de su falda mi cartera y me la extendió sonriendo sutilmente. Entonces detallé su aspecto. Una joven mujer de limpio cutis, serena, hermosa como un ángel, llevaba el largo pelo teñido de un color de moda, vestía una falda larga y un suéter, ambas prendas del mismo tono de azul. Me miraba de una forma profunda y bondadosa mientras seguía sonriendo.
Yo tomé mi cartera, había olvidado el miedo, subyugada por la bella presencia. ¿Cómo encontró mi cartera? Pregunté por decir algo. Ella me dijo: "Siempre encuentro cosas perdidas y busco la forma de devolverlas... por algo será que estas cosas pasan."
Yo tomé mi morral. Quería preguntar su nombre, pero algo dentro de mí no me dejaba hacerlo, parecía que toda la actividad de mi mente se consumiese solo con mirarla.
"Asómate aquí", me dijo ella señalando su ventana. "Mira aquel carro, quien lo maneja es mi amigo, vamos a pedirle que te lleve al centro. No tengas miedo, es muy buena gente". Yo no salía de mi asombro, comenzaba a salir el sol y una multitud se agolpaba en todas las paradas.
En todo el frenesí de esa hora, cuando la gente sale, como hormigas, desesperada a buscar el pan de cada día, yo me sentía muy calmada. Llegamos hasta el auto, el hombre saludó a la joven mujer con una gran sonrisa y preguntó si íbamos las dos al centro. Ella le dijo que solo yo iría, que si podía acercarme a la universidad. Él dijo que podía dejarme muy cerca y me abrió la puerta. Cuando quise despedirme de la mujer ya no estaba.
En el camino le pregunté al conductor el nombre de su amiga, él me dijo que no estaba seguro, pero que esa mujer era un ángel caído del cielo.
Yo no salía de mi admiración… Aun escribiendo estas letras la fascinación y el agradecimiento me acompañan.
Una crónica muy bien presentada que nos revela la bondad que, aun en tiempos tan difíciles, puede acompañarnos. ¡Tan lejos, tan cerca! Saludos, @gracielaacevedo.
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Ángeles en la tierra hay muchos, lo sé por experiencia... La gran mayoría prefiere no mostrar sus alas. Un gran abrazo.
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