Carolina
Cuando las luces marchitan y resplandece únicamente la luna, salgo a caminar. Camino solo, sin prisas, sintiendo el frío de la noche erizándome la piel y ese dolor palpitante dentro del pecho que me acompañó desde que mi querida Carolina se fue.
Observo el mismo camino, como hipnotizado, nunca cambio de rumbos. Las aceras agrietadas y sin color, las carreteras desiertas y polvorientas, las calles que antaño fueron tan distintas… Y el puente. Ese que siempre se aparece en mis pesadillas, como el monstruo designado para atormentarme. Intento ver y apreciar cada centímetro del lugar, pero mis ojos divagan y se pierden más allá, hacia donde esperan los recuerdos.
Fue en este pequeño pueblo donde viví mi infancia. Fueron los días más felices y emocionantes de mi vida, compartidos con mi querida Carolina. Recuerdo que caminábamos bajo el sol cuando volvíamos del colegio los mediodías, entre risas, empujones y palabras. En las tardes salíamos a jugar por horas, improvisando en cualquier escenario hasta que llegaba la hora de dormir y si el juego estaba muy emocionante, rogábamos por varios minutos más que a veces nos terminaban concediendo.
Ella nunca dejaba de hablar y sonreír, no paraba de hacerme preguntas acerca de todo y me comentaba las fantasías que poblaban sus mundos imaginarios. Su presencia me alegraba los días y el alma, no dejaba que me sumiera en este mundo de tinieblas que solo conocí cuando ella se fue de mi lado.
Peldaño a peldaño subo el pequeño puente. Camino hasta detenerme en cierto punto y miro hacia abajo, donde se encuentra la carretera y puedo verla. Es de noche y está oscuro, pero no deja pasar la oportunidad de jugar con su nueva cometa, esa que le hice con esmero y cariño, porque me encantaba causarle alegrías, sorprenderla y complacerla. Y ella, mi pequeña hermana, sonreía tan sinceramente que me derretía el corazón de calidez.
El juguete se le escapa de las manos y es arrastrado por el viento. Me ofrezco a buscarlo pero antes de moverme, Carolina sonriente se adelanta, tan llena de esa energía que nunca parecía agotarse. Su rostro es iluminado por las farolas, feliz de ir tras su cometa favorita. Siente una leve preocupación al perderla de vista, le grito que se detenga y me espere, pero parece no oírme. Puedo ver cómo da sus últimos pasos, pues segundos después su cuerpo es arrollado por un carro sin luces.
Se ha hecho costumbre visitar este lugar, pero los recuerdos siempre logran hacer que me deshaga en llantos.
Carolina
When the lights fade and only the moon shines, I go for a walk. I walk alone, unhurried, feeling the cold of the night bristling my skin and that throbbing pain inside my chest that accompanied me since my dear Carolina left.
I watch the same path, as if hypnotized, never changing my course. The cracked and colorless sidewalks, the deserted and dusty roads, the streets that once were so different... And the bridge. That one that always appears in my nightmares, like the monster appointed to torment me. I try to see and appreciate every inch of the place, but my eyes wander and stray beyond, to where memories await.
It was in this small town where I lived my childhood. Those were the happiest and most exciting days of my life, shared with my dear Carolina. I remember that we would walk under the sun when we came back from school at noon, between laughter, pushing and shoving and words. In the afternoons we would go out to play for hours, improvising in any scenario until it was time to go to bed and if the game was too exciting, we would beg for several more minutes that sometimes we would end up being granted.
She never stopped talking and smiling, asking me questions about everything and telling me about the fantasies that populated her imaginary worlds. Her presence brightened my days and my soul, she did not let me sink into this world of darkness that I only knew when she left my side.
Step by step I climb the small bridge. I walk until I stop at a certain point and look down to where the road is and I can see her. It's night and dark, but she doesn't miss the opportunity to play with her new kite, the one I made her with care and love, because I loved to bring her joy, to surprise and please her. And she, my little sister, smiled so sincerely that it melted my heart with warmth.
The toy slips from her hands and is blown away by the wind. I offer to fetch it but before I can move, smiling Carolina steps forward, so full of that energy that never seemed to run out. Her face is illuminated by the streetlights, happy to go after her favorite kite. She feels a slight worry as I lose sight of her, I shout at her to stop and wait for me, but she doesn't seem to hear me. I can see her take her last steps, as seconds later her body is run over by a car without lights.
It has become a habit to visit this place, but the memories always manage to make me break down in tears.
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Un relato de una emotividad conmovedora, incluyendo su final no feliz. La relación entre los hermanos y el sentimiento de la pérdida están descritos con sutileza y hondura. Saludos, @marirat1.
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