Desde las sombras - Relato

in Cervantes3 years ago


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Desde las sombras

La instalación estaba sola, como se esperaba. Construida en plena autopista desierta, la universidad a esas horas de la noche rezumaba silencio y soledad, en sus aires había cierto atisbo de abandono y olvido que pocos pasaban por alto. Los tres ladrones que repararon en ella también lo notaron.

El trabajo sería más que fácil, no había vigilantes ni guardas, ningún policía y nada de vecinos que pudieran ver, oír o informar de algo. El único reto consistía en cómo iban a entrar, y en dónde iban a sacar los objetos sustraídos, habiendo pensado en esto desde un principio, todo estaba arreglado.

—¿No habrá ningún perro escondido por ahí, verdad? —preguntó el de barba, frotándose las manos. El frío aumentaba a medida que avanzaba la noche.

—Con este frío, ya se habrá muerto —dijo el otro, dándole una larga calada a su cigarrillo.

—Primero se muere de hambre. Este sitio no lo quiere nadie, ni los demonios —dijo el jefe de la reducida pandilla—. Dejémonos de charla y apresurémonos, esto está solo pero no debemos tentar a la suerte.

El líder tomó el candado que cuidaba el portón lateral de la universidad. El portón era de tela metálica, por lo que saltarlo hubiese resultado pan comido. No obstante, hubiese resultado tedioso tener que pasar por encima los objetos robados. Las ventajas estaban para aprovecharlas y ellos entrarían en la furgoneta, como Dios mandaba.

Antes de que pudiera trabajar en la cerradura, el candado quedó en sus manos, abierto.

—¿Tan rápido? —preguntó el del cigarro, con una mueca burlona.

Al líder se le escapó una expresión de absoluta confusión. Quería decirle a sus compañeros de hurto que el candado le había caído en las manos sin él haber hecho nada, pero rápidamente compuso la cara y mostró una sonrisa.

—¿Qué esperabas? Tengo habilidad con los candados.

Abrió el portón mientras escuchaba que los otros dos opinaban que, pese a sus habilidades, nunca había abierto tan rápido una cerradura. Los mandó a callar y a proseguir con la operación, mientras pensaba que los de la universidad eran tan estúpidos que se les olvidaba cerrar bien las cosas. Realmente, todo en aquel lugar era patético y pedía a gritos: ¡Róbame!

Minutos después, habían estacionado la furgoneta en el aparcamiento, cerca de los autobuses del transporte. Sacaron las herramientas que iban a necesitar y se dirigieron a los laboratorios. Contaban con encontrar en ellos dispositivos tecnológicos que vender. Aunque había un sinfín de cosas que robar en la universidad, se habían decidido por esto, más que todo por el tamaño de la furgoneta con la que contaban.

Caminaron de forma sigilosa al área de los laboratorios, que no era difícil de identificar por los carteles que los señalaban. Las puertas eran sencillas, de madera, por lo que el líder se desentendió de las cerraduras.

—Carlo —dijo y se apartó, para que el hombre del cigarrillo forzara la puerta. Antes de que pudiera hacerlo se escucharon pasos, y no tuvieron tiempo de volverse a ver de dónde provenían porque un sonido ensordecedor los aturdió.

—Malditas ratas —dijo el hombre que portaba un rifle. Apuntaba en la dirección de los ladrones, detrás de él, algunos hombres empecinados—. Conque intentando robar aquí. Tienen que ser bien estúpidos para entrar en esta universidad y no darse cuenta que los hemos estado vigilando en todo momento, desgraciados.

Por otro lado se acercaron más hombres, formándose para rodearlos. Sin decir nada, los ladrones echaron a correr. Como no se pusieron de acuerdo en hacerlo al mismo tiempo, el líder se quedó rezagado, por lo que cuando intentó pasar por la barrera de hombres lo agarraron por la camisa y lo tiraron en el suelo, donde recibió puntapiés que le rompieron la cara y le causaron moretones en el cuerpo.

Debido a la confusión y a que no esperaban que corrieran, el del arma se abstuvo de disparar, temiendo errar los tiros y herir a un inocente. Sin embargo, no los dejaron huir sin más, sino que empezaron a darles caza a los dos ladrones. Como le estaban pisando los talones se hallaban desesperados, sabiendo que lo que hicieran y a dónde fueran podía costarles el pellejo.

Entre jadeos se dirigieron a la furgoneta, insertaron la llave en la puerta pero no cedió.

—¿Qué mierda…? —preguntó el de barba, forcejeando con la puerta.

—¡Joder, apúrate que nos van a atrapar! —¡Eso intento!

Los pasos se acercaban cada vez más, por lo que se desistieron de abrir la furgoneta y miraron alrededor, viendo a dónde podían huir. En el portón lateral por el que habían entrado se habían apostado unos hombres, por lo que quedó descartado. Carlo iba a mirar a la entrada principal y echar a correr a cualquier lado cuando el otro le gritó y lo sacó de sus pensamientos.

—¡Por aquí!

Carlo lo siguió hasta un autobús de la universidad, de considerable tamaño, que tenía las puertas abiertas. No le pareció una locura en aquel momento, ya que era presa de la desesperación, por lo que subió las escaleras después de Miguel y la puerta se cerró, accionada por este. Los hombres que los perseguían quedaron fuera del autobús.

Por un momento, Carlo creyó verlos enfadados, pero instante después, se dio cuenta que estaban sonriendo, satisfechos. Entendió que por más que Miguel intentara encender y arrancar el vehículo, no iba a moverse. Y lo que era peor, habían atrancado la puerta desde afuera.

Se escucharon gritos y risas desde el aparcamiento.

—Las ratas quedaron encapsuladas —dijo alguien.

—Así es, corrieron justamente a un lugar sin salida.

—Mejor para nosotros, así no nos ensuciamos las manos. Llama a la policía, otros tres ladrones atrapados. Merecemos un premio.

—¿Tan rápido? —preguntó uno de ellos—. El mejor premio es divertirnos un rato con ellos.

—Calla y llama, la diversión la dejamos para otro día.

Los ladrones atrapados se dedicaron a despotricar durante un buen rato, sin saber si estaban mejor adentro que afuera. Debatían si debían intentar salir o quedarse atrapados cuando escucharon un leve siseo, proveniente del pasillo oscuro del autobús. Miraron, pero no consiguieron ver nada que les indicara de dónde provenía el sonido. Afuera, los hombres que los habían enfrentado primero se acercaban, arrastrando al líder del robo. El estado en que se encontraba era penoso, su ropa estaba sucia y manchada de sangre, y el rostro se había hinchado hasta volverse irreconocible.

—Mejor dentro —dijo Carlo, coincidiendo por fin con Miguel.

—Ni siquiera podemos romper una puta ventana y salir.

—Estamos jodidos —admitió Carlo, resignándose.

—¿Así nada más? ¡Joder! —dijo Miguel, aunque sabía que era cierto. No obstante, eso no lo iba a hacer permanecer quieto. Empezó a moverse nerviosamente, tocándose la cabeza como si de ese modo le pudiera llegar una solución.

—Miguel, ya deja…

Pero Miguel no quería escuchar. Sentía terror de lo que pudiera pasar con él si lo atrapaban. No quería pensar que ése era el fin, y peor aún, no quería enfrentarse a las consecuencias. En sus intentos nerviosos por ir de un lado a otro, se adentró al pasillo oscuro del autobús.

Afuera los hombres no dejaban de hablar y gritar cosas, unos se habían sentados tranquilamente a esperar. Desde el fondo del autobús, a Carlo le llegó un sonido apagado, que se fue intensificando.

—¿Miguel? —preguntó, mirando. Lo único que conseguía ver era sombras, y por respuesta obtuvo un silencio que se interrumpió con un chapoteo.

Carlo se levantó, atento y aterrorizado, sin saber por qué lo estaba, aparte de lo evidente de la situación. Esperó, con el corazón bamboleándole cada vez más fuerte en el pecho. Desde las sombras, una criatura espectral salió, tenía forma de mujer pero caminaba apoyándose en las cuatro extremidades. Una de sus patas de largas uñas traía incrustada la cabeza de Miguel, que hacía un ruido extraño cuando pegaba del suelo con el caminar de la bestia.

Los gritos que se escucharon desde el autobús alertaron a los hombres de la universidad, quienes no entendían qué sucedía. Al principio pensaron que las dos ratas atrapadas chillaban porque querían salir, pero luego se dieron cuenta de que era uno solo, que gritaba y golpeaba la puerta del autobús con todas sus fuerzas, con una expresión de espanto en el rostro.

—¡Ayúdenme! —gritó Carlo—. ¡Me va a matar!

—¿Quién te va a matar? —preguntó un hombre desde afuera—. Para felicitarlo. Dile que si no lo hace él lo hago yo.

Eso provocó una risa colectiva que se cortó de pronto al ver que la puerta del autobús había sido salpicada por dentro con sangre. Carlo quedó emplastado en la puerta y su cuerpo se quebró de formas imposibles, hasta que la carne chorreó por el vidrio, dejándolo sucio de sangre, viseras y sesos.

Antes de que alguien pudiera decir nada, la puerta del autobús salió, y en la carretera cayó desparramado lo que quedó de Carlo.

Lo siguiente que sucedió fue confuso a los ojos hinchados del líder de los ladrones. Veía todo lejano, quizá por la paliza que había atontado sus sentidos y sus ojos, pero lo que más pudo hacer fue escuchar, y lo que escuchó no le gustó nada. Al principio oyó hombres gritando todo tipo de groserías, maldiciones y oraciones, luego gritos de guerra y disparos, pasos que no llegaron a concretar la huida y finalmente, chillidos de dolor mortal.

Cuando todo quedó en silencio, observó por la rendija que eran sus ojos una criatura de cabellos largos. Rogó con todo su ser que la figura encorvada y deforme no reparara en él, cuando escuchó una voz rasposa que daba pena oír.

—Muy… molestos… Muy molestos… todos. Todos… muy molestos.

En ese instante, la figura hizo sonar su cuello al voltear y enfocarlo con esos ojos que derramaban un líquido oscuro.

—Uno. Luego… paz.

Lo último que se escuchó esa noche fueron los gritos del ladrón, que resonaron en la universidad vacía, recorriendo el aparcamiento que se había convertido rápidamente en un mar de cuerpos. A lo lejos, las luces rojas y azules se acercaban, los policías acudían al llamado, demasiado tarde para hacer algo.

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Muy buena redacción. Felicitaciones.

¡Hola! Muchas gracias. 💜