El punto de partida - Relato

in Cervantes3 years ago


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El punto de partida

Las luces de las linternas se perdieron de vista cuando quienes las portaban se internaron en el bosque, finalmente, el joven bajó la persiana y se quedó inmóvil por unos segundos.

—¿Te arrepientes? —preguntó el ser que estaba sentado en su cama. Si no lo veías de frente, podía confundirse con una chica de cabellos muy largos color alga, pero su rostro, a pesar de tener facciones simples, resultaba más complicado de mirar. Sencillamente, no era lo usual.

Lucian respiró profundo antes de volverse. La miró fijamente, no había miedo tras sus ojos. ¿Fastidio, quizá? Todavía no comprendía del todo a los humanos, intuía que tampoco podría hacerlo, ya que, a diferencia de Lucian, los otros la temían.

—No, pensaba en todo este rollo —dijo, recogiendo algunas cosas y metiéndolas en la mochila. Tuvo que sacarlas y volver a ordenarlas varias veces, hasta que por fin pudo guardar todo y cerrarla—, si se enteran, me castigan. Vamos.

—¿Correrás el riesgo? —preguntó y como respuesta, Lucian abrió la puerta de su habitación para que ella pasara. La animó con una pequeña sonrisa, pero cuando la siguió por el corredor todo atisbo de sonrisa desapareció y las gotas de sudor empezaron a bajar por su frente.

En realidad, era más complejo que eso. Dudaba que si sus padres llegaban a enterarse de su travesura optarían por un simple castigo. ¿Qué le sucedería realmente de ellos saberlo? De saber que había liberado, ocultado y ayudado a escapar a la criatura que todos en la pequeña ciudad estaban buscando. No quería imaginarlo.

—No me dijiste tu nombre, ni cómo es que podemos hablar el mismo idioma —comentó Lucian.

—Nunca me dijiste por qué actúas diferente a los otros —replicó ella. Lucian guardó silencio, ni siquiera él estaba seguro de conocer la respuesta.

Salieron por la puerta trasera de la casa y procuraron hacer el menor ruido posible una vez estuvieron fuera. Alrededor de la casa el ambiente era oscuro, frío y desapetecible. Lucian volvió a confirmar que no hubiese nadie cerca y luego de una seña, ella lo siguió. Tomaron el camino opuesto al que había tomado la multitud de gente y se perdieron tras la oscuridad.

Metros después, se rompió el silencio. Fue ella quien habló primero.

—June.

—¿Ah?

—Mi nombre. Es June, y no es tan complicado como parece, eso de que hablemos el mismo idioma. Tenemos tiempo aquí, habitando estas montañas, los ríos, los prados. Mucho más tiempo del que podrías imaginar. Antes…

—Sigue —pidió.

—Antes solíamos llevarnos bien con ustedes.

Solo entonces, por la prudencia que lo caracterizaba, Lucian encendió una linterna. Pudo notar que los ojos de June reflejaban tristeza, pero la expresión fue rápidamente borrada de su rostro. Por alguna razón, hacía todo lo posible por ocultar sus emociones bajo una máscara inexpresiva.

Volvieron a ponerse en marcha, tenían un largo camino que recorrer. Lucian se preguntó qué podía decirle a sus padres de descubrir que no había dormido en casa, y para intentar tranquilizar su mente, también expresó en voz alta lo que pensaba.

—No estoy seguro de ser diferente a ellos, te estoy ayudando pero en el fondo estoy muerto de miedo —admitió. June no le dijo que a pesar del miedo y las dudas, estaba actuando, y que eran las acciones las que se valoraban.

Antes de que pudieran continuar, pasos apresurados y voces agresivas resonaron en el bosque. Lucian tomó a June de la mano, dispuesto a echar a correr, pero alguien lo detuvo. Alguien que lo doblaba en tamaño, fuerza y edad, su padre. Lo apartó bruscamente de June, y a ésta la apresaron de forma más brusca incluso.

—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó su padre, pero Lucian no podía verlo a la cara, intentaba mirar por encima de su hombro, intentaba ver lo que estaban haciendo con June.

—¡Suéltenla! —gritó, y aunque lo repitió innumerables veces, nadie le hizo caso, ninguno obedeció. Recibió una bofetada que casi lo tumba al suelo, y unas cuantas miradas de reprobación, pero aun así, siguió pidiendo que dejaran a June en paz.

Alguien tenía una rodilla en la espalda de June, y la aplastaba contra el suelo, al tiempo que le sostenía las muñecas y alguien amarraba laboriosamente alrededor de ellas una soga. June no gritaba, no lloraba, no decía ni una sola palabra, solamente miraba al frente con lo poco que podía levantar el cuello, lo miraba a él.

—¡No! —gritó, intentando liberarse, sin poder callarse más, como un poseso—. ¡No! ¡No! ¡No!

Pero era inútil, no podía liberarse del agarre de su padre, no podía luchar contra todos, no podía imponer su voluntad con tan solo gritar y darle cuerda a sus pensamientos. Cuando se cansaron de oírlo, alguien le propinó un golpe que lo hizo perder el conocimiento. ¿Su padre? No lo supo. Cayó tendido y la visión empezó a oscurecérsele, June desapareció. Lo último que vio antes de que todo se tornara completamente oscuro, fueron sus grandes ojos. Dos pozos de tristeza, y algo más.

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