Apagarnos para reiniciar...

in Cervantes4 years ago


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Apagarnos para reiniciar…

Hola, amables lectores. En estos días pensaba que vivimos en una sociedad en la que no hacer nada está muy mal visto, de allí tal vez nuestra desesperación y tristeza de quedarnos en casa. Nos han enseñado que el ser humano debe estar en todo: conocer todo, entenderlo todo, hablar de todo, hacer de todo. Somos seres globalizados y por lo tanto la omnisciencia es un requisito fundamental para llevar el día a día. A nadie se le ocurre decir que no tiene nada que hacer. Nos sentimos obligados a permanecer en constante trabajo, movimiento, actividad. Nuestra era es la de los grandes centros comerciales donde puedes hacer muchas cosas sin necesidad de salir de él y en la menor cantidad de tiempo posible: vas de compras, al cine, te tomas un café, tienes una cita de negocios, todo muy bien cronometrado y anotado en una agenda. Solo te detienes o vas a casa cuando debes dormir.


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Y ustedes me dirán, estimados amigos: hay que trabajar para pagar las deudas, para tener lo que necesitamos y queremos. Tenemos que estar en constante movimiento. ¡Craso error! Ante todo debo decir que trabajar más tiempo no significa que ganarás más dinero, e incluso, que estarás haciendo más. Por ejemplo, hay momentos en los que podemos estar sentados horas y horas frente a un computador, por ejemplo, sin hacer nada que valga la pena, sencillamente porque estamos cansados y las ideas no fluyen o estamos colapsados mentalmente. Es más, pueden estar trabajando, y en la carrera de velocidad que tienen con el tiempo, pueden cometer más errores y por ende, no avanzar casi nada. Igualmente, una persona que trabaja en un puesto de mercado 20 horas al día, seguramente ganará menos que un ejecutivo de publicidad que trabaja 4 horas. A veces más trabajo no genera más beneficio; a veces detenerse, parar, es necesario.


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Cuando hablo de una pausa, hablo de descansar, de suspender por un momento la rutina mortal que llevamos. No solo por nuestro bienestar físico, sino por nuestro bien mental y espiritual. Es necesario respirar, sentarnos, cerrar los ojos, dejar la mente en cero, ponerle un paréntesis a las obligaciones cotidianas; seguramente de esta forma liberaremos el estrés diario y lograremos reponer las energías para poder seguir delante de una manera más efectiva y sana.

Si no me creen, en este momento revisen las cosas que están en su entorno. Muchas de ellas se descargan o deben apagarse para que luego funcionen mejor: la televisión, el celular, la computadora, el carro, deben apagarse por cierto tiempo y a veces requieren ser abastecidos de algún tipo de energía. Por ejemplo, siempre me ha llamado la atención cómo las personas han tomado la costumbre de llevar cargadores para celulares en la cartera, el carro, hasta en las manos, esperando la menor oportunidad para enchufarlo y así evitar quedar desconectado. Parece irónico que una sociedad donde la desconexión a internet es una tragedia, una pesadilla para cualquiera, también sea una sociedad que tenga desconexión con cosas más importantes, como la realidad, la familia, el entorno.


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Ante esta realidad, se me ocurrió un breve relato que me gustaría compartir con ustedes y que no parece algo de un futuro lejano ni de ciencia ficción. Espero que lo sepan apreciar:

El hombre llegó ojeroso, pálido y cansado a la cafetería de la empresa. La hora del almuerzo había pasado y solo tenía diez minutos para tomarse un café, por lo que había decidido invertir ese tiempo para bajar por el celular unos documentos sumamente importantes para la empresa. Se sentó y revisó que cerca tuviera un enchufe para el cargador. Lo enchufó. La luz roja en el dispositivo blanco le dio la señal que necesitaba: se estaba cargando. Inmediatamente encendió el celular. Un 5 % de batería no era suficiente, pero intentaría hacerlo lo más rápido posible antes de volver a la oficina, pensó.
La mesonera llegó a su lado y le puso un café en la mesa. Allí quedó el líquido marrón, olvidado y frío, mientras el hombre navegaba por páginas de manera vertiginosa. Su entorno no era diferente: miles de rostros metidos en un mar de pantallas luminosas servían como barreras o burbujas. El hombre exhausto, masajeó el cuello, pasó los dedos por los ojos cansados y nublados, sintió una presión en la cabeza, un poco de tensión en el pecho. Él no se da cuenta pero a su cuerpo también le queda 5 % de batería, 4… 3… 2… poco a poco su corazón se está apagando…


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Cuando necesitamos descansar, de alguna u otra forma el cuerpo nos manda señales. No podemos dejar pasar esas señales, ignorarlas, porque así como cualquier artefacto, objeto o máquina, seguramente comenzaremos a fallar y no estaremos en las mejores condiciones. Eso de hacer las cosas “hasta que el cuerpo aguante” puede servir en algunos momentos, pero no siempre. Conozco miles de personas que viven sonámbulas, marchitas, con la espalda adolorida, por presionar no solo el cuerpo sino también la mente.

Entonces, tomémonos estos días para desconectarnos del trabajo, relajarnos, “resetearnos”, descansar un poco, para luego reiniciarnos. Tenemos que internalizar que descansar no nos hace unos vagos, sino en seres humanos. Y si nos sirve de algo, recordemos que Isaac Newton descubrió la gravedad al estar disfrutando una siesta.

HASTA UNA PRÓXIMA LECTURA, AMIGOS

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Ojalá que esta pausada obligada del mundo nos haga reflexionar con respecto a que la vida no es una carrera, como dices @nancybriti, que hay que tomar tiempo para vivir, compartir, descansar; casi que estábamos como autómatas. Veníamos acelerados en todo, me parece que este freno es justo y necesario. Excelente publicación. Saludos amiga querida.