Casas muertas: la novela venezolana que habla de una epidemia

in Cervantes4 years ago


*Foto hecha por mí

Casas muertas: la novela venezolana que habla de una epidemia

Hola, amigos lectores. Espero que estén en sus casas, haciendo caso y cuidándose mucho. Como he dicho en publicaciones anteriores, estoy utilizando mi cuarentena para leer todo lo que pueda, ver películas, cocinar, escuchar música, limpiar y hacer todas esas cosas que no he podido hacer en años anteriores por falta de tiempo o simplemente por dejadez o flojera.

Una de las cosas en las que he ocupado largas horas es a ver televisión y revisar las redes para estar al tanto de lo que está ocurriendo en todo el mundo. Por supuesto, uno de los temas frecuentes en todos los medio de comunicación, y no es para menos, es el coronavirus. Tanto así, que muchos canales de televisión no solo han desempolvado películas apocalípticas donde el fin del mundo es inminente sino también han transmitido documentales donde presagian epidemias y cataclismos. Igualmente, algunos blog o páginas han reseñado algunos libros que deberíamos (re)leer en estos días, a propósito de virus y cuarentena, como por ejemplo La peste de Albert Camus, Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez y otros tantos. Es decir, libros hay de sobra para pasar el tiempo e informarse.


*Foto hecha por mí

Mientras leía estas recomendaciones, recordé que la literatura venezolana también tiene una novela emblemática que trata sobre la calamidad que puede significar una epidemia: todo el deterioro, la tristeza y la desolación provocada por una enfermedad. Esta obra se llama Casas muertas. Casas muertas (1955) es una novela de Miguel Otero Silva, uno de los más grandes escritores venezolanos del siglo XX y es, tal vez, una de las pocas novelas que cualquier venezolano alguna vez ha podido leer o escuchar mencionar. Esta novela trata sobre un pueblo llamado Ortiz que cae en desgracia debido al paludismo. Al igual que en El amor en los tiempos del cólera de García Márquez, aquí vemos que la historia central gira en torno a una pareja de enamorados, Carmen Rosa y Sebastián, que ven su amor truncado por causa de la enfermedad. Vale decir, que como su nombre lo indica, uno de los elementos centrales de la novela es justamente el deterioro paulatino de las casas de Ortiz, que así como los personajes, se van deteriorando hasta conformar un paisaje desolador, hundido, devorado por la tragedia.


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Si bien es cierto que el coronavirus está afectando a todos los países del mundo y en Casas muertas vemos que la peste cae específicamente en un pueblo venezolano llamado Ortiz, ubicado en el estado Guárico, a medida que leemos la novela de Miguel Otero Silva evidenciamos las semejanzas que hay entre la historia ficticia y nuestra realidad actual, entendiendo que algunas tragedias, grandes o pequeñas, son parecidas en cualquier época y espacio. Una de las primeras similitudes que podemos sentir es el paso del tiempo. Así como en este momento, en la novela, el narrador nos ubica en un momento en el que los días pasan sin ninguna diferencia, sin haber mayor cambio en la vida de los personajes. Es como si las manecillas del reloj se hubiesen detenido y cada día fuese igual, sin mayor diferencia, sin ninguna otra novedad que la muerte:

Tal vez era domingo. Sin duda era domingo, pero nadie pensaba en eso. Ninguna diferencia existía entre un martes y un domingo para ellos. Ambos eran días para tiritar de fiebre, para mirarse la llaga, para escuchar frases aciagas.


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Desde que se supo de la presencia del coronavirus entre nosotros, ya más nunca fue desterrado de nuestras conversaciones, de nuestro día a día. Desde que comenzó la cuarentena, nuestro tiempo adquirió una luz y una rutina de domingo. El calendario se detuvo como en un domingo fatídico. Entonces marzo se fue como un ave gris que presagiaba un largo encierro y abril llegó sin hacer mucho ruido. Como hojas secas que se desprenden de un árbol, empezamos a ver a partir de ese momento, desde la ventana, encerrados, cómo pasan los días.

A propósito del encierro, en Casas muertas observamos que no solo hay descripciones de un pasado próspero, sino que vemos que las calles están vacías, sin vida. La gente recluida en sus casas deterioradas, dejaron sus antiguas vidas para entregarse a la muerte inminente:

Ya no se rompían piñatas los días de cumpleaños, ni se bailaba con fonógrafo los domingos, ni retumbaban los cobres de la retreta. En mitad de la plaza, montado en su columna blanca desde 1890, el pequeño busto del Libertador, demasiado pequeño para tan alta columna, no supo más de cohetes ni de charangas, de burriquitas ni de palos ensebados.

Un oscuro silencio se extendía, desde el anoche, sobre los samanes y los robles de la plaza.


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Si revisamos los portales de noticias o alguna plataforma social, encontraremos imágenes y videos que muestran las calles de casi todo el mundo desiertas, detenidas. Como si del primer día de la creación se tratara, los hombres no están en el horizonte. Los árboles son sombras de los edificios, las calles solitarias no son caminos transitados, no permiten ningún paseo ni ningún viaje, porque en este momento de crisis, el único viaje permitido es hacia el interior de nosotros mismos. A la deriva, va nuestro destino que siempre supimos de estar en movimientos y de hacer mucho ruido. Ahora, en mitad del silencio, nos encontramos sin hacer nada, resguardados en nuestras casas.

Otro de los elementos significativos y análogos que encontramos entre realidad y ficción es la manera cómo se transmite indeteniblemente la enfermedad. En la novela de Otero Silva encontraremos que el paludismo no hace distinción de raza, credo o clase social, y se propaga en todo el pueblo de manera inevitable:

Se hundía el aguijón aquí y allá, una y mil veces, en la piel del niño sano y del niño enfermo, en la choza del hombre sano y del hombre palúdico. La sangre contaminada irrumpía en el organismo del insecto… Cumplido proceso tan complicado en tan exiguo espacio, volvía una y otra vez el mosquito en busca del hombre, de la mujer, del niño, pero llevaba entonces la trompa envenenada.

Hay enfermedades, que por su naturaleza, podemos prevenir su transmisión, pero hay otras que simplemente es difícil mantenerlas alejadas de nuestro entorno y nuestro cuerpo. Ciertos virus, epidemias, como el que estamos padeciendo en la actualidad, tienen una capacidad de propagación casi increíble, por lo que el contagio puede darse simplemente con darse la mano, abrazar, besar y hasta respirar cerca, y sin protección, de una persona enferma.


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Es así que, después que ha llegado cualquiera peste o enfermedad en el mundo, solo hay que darle tiempo para que se apodere de todo, para que cubra con su manto negro las casas, a las personas, no solo para quitarles las fuerzas de seguir viviendo, sino para estigmatizarlas entre los otros, marcarlas como propagadores del virus, la amenaza. En la novela de Miguel Otero silva, encontramos ejemplos de esto:

Al entrar hallaban a un hombre, o a una mujer, o a un niño, un rostro iluminado por el rosetón infernal de la fiebre, un pecho respirando a duras penas, unos ojos semicerrados como si eludieran el resplandor ausente del sol.

Más adelante también nos topamos con esto:

Los hombres, sombras escuálidas, rostros cetrinos, pómulos aguzados, desfilaron frente al cadáver de Epifanio arrastrando los pasos con desesperanza de condenado a muerte. “Hoy Epifanio, mañana tú, luego yo, después el otro, todos somos apenas sangre caliente para la baba del mosquito que lleva la fiebre perniciosa en el espolón.

Con estas últimas palabras, hallamos que hay cierta resignación en los personajes; encontramos que la enfermedad se ha propagada, que no ha hecho distinción de raza, credo o posición social y que solo resta esperar la muerte. Como si de un cataclismo se tratara, observamos que hay enfermedades que pueden destruir no solo el cuerpo del ser humano, sino también sus pensamientos, su espíritu batallador. Es como si le quitaran las armas y el hombre se encontrara ya vencido, y se sentara a esperar el final.


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El final de Casas muertas es un poco desolador, pero a la vez hay algo de esperanza. Como en la vida real, como puede ocurrir con el tiempo que estamos viviendo en este momento. Hay cierta desesperanza, cierto ahogo por el encierro, hasta mucha soledad ante el sufrimiento que estamos padeciendo, pero aun así, el ser humano sigue apostando por un nuevo comienzo, como leemos en Casas muertas. Un nuevo comienzo, alejados de la enfermedad, pero con ella en el recuerdo, para que podamos ser mejores y saber que hay batallas en las que debemos luchar para salir más completos.

HASTA UNA PRÓXIMA LECTURA, AMIGOS

REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA

Miguel Otero Silva (1984). Casas Muertas. Editirial Oveja Negra: Colombia

*Todas las fotografías fueron tomadas y trabajadas con mi celular Blu C4CO5Ou. Android dua

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Un clásico de la literatura venezolana, @nancybriti. Muy pertinente su (re)lectura en estos tiempos. Las calles solitarias, las casas cerradas al mundo nos recuerdan el ambiente desolador de la novela. Un abrazo, amiga, cuídate mucho.

Así es, amiga. Especialmente con este tiempo en abundancia que cae y se expande. Una buena forma de utilizarlo: leyendo. Te abrazo por aquí, @aurodivys

Gracias, Briti, por enterarme del contenido del libro Casas Muertas. Me asignaron su lectura en el liceo, pero nunca lo leí, creo que sentí cierta aversión por el nombre de la Editirial.

Me pasó lo mismo con El coronel no tiene quien le escriba. Vi la portada, leí el principio y el final (interesante final) y con eso aprobé el examen.

Aún me sorprendo de que no he leído nada del aclamado Gabriel García Márquez, sólo trozos de texto sueltos. Sí hice un skimming de Cien años de soledad, y me enteré un poco de la vida de los habitantes de Macondo.

Me gusta saber de lo que me perdí, leyendo la sinopsis de los clásicos, para luego dar la impresión de que he leído.

Gracias.
Saludos a CACOSO.

Jajajaja. Gracias por tus palabras, especialmente aquellas que están "vestidas". El canon tiende a sobrevalorar a algunos autores y en la realidad, hay muchas obras que no son dignas de una primera y menos de una segunda lectura. No es el caso de García Márquez ni de Otero Silva, solo lo señalo para que no te sientas mal si desconoces algunos autores o no lo has leído. Te digo un secreto: aunque he leído a Rubén Darío y reconozco que es del padre el modernismo, no me gusta su poesía. Tú sabes, cosas de gusto. Un abrazo por aquí, @amaponian

No me gusta extenderme en comentarios, pero tengo que decirte esto:

Lo de Rubén Darío me aclara algo que ya yo tenía como una hipótesis fuerte: Tú y yo no podemos vivir juntos; terminaríamos peleando. Mejor tú por tu lado y yo por el mío, compartiendo pero de lejos. La vida es así, es triste...

Necesitaste a Rubén Darío para saber eso? Jajajaja. Bonito viernes, corazón.

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