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Como el papá de Pinocho
Cada vez que pasábamos, me quedaba observando los camiones, aviones y barcos que estaban en la puerta, pero también mis ojos se quedaban fijos en las manos nudosas que trabajaban la madera, en la boca apretada como si la vida fuera amarga y dura. Ahí, doblado, sudado, cortaba y daba forma a sueños infantiles, tal vez sin acordarse cuáles eran los suyos.
Una vez mi mamá y yo nos detuvimos a comprar un trompo. El anciano tenía la voz suave y los pasos lentos. Aquel día habló con mi madre mientras yo miraba todos los juguetes. Al llegar a casa mi madre me dijo que el anciano vivía solo en aquel taller, que su esposa había muerto y que sus hijos vivían fuera del país desde hacía tiempo.
Con los meses, vimos que el taller permanecía cerrado y luego le pusieron un cartel donde decía: SE VENDE. Mi mamá preguntó por el anciano y le dijeron que había muerto. De la mano de mi madre, rumbo a la escuela, me quedé pensando que tal vez por eso algunos ancianos hacen hijos de madera.
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