Descuido en el parque
Como a la media hora, la madre se levanta y compra un helado de fresa. Al verla, la niña sale corriendo con sus zapaticos llenos de tierra y se mete contenta entre las piernas maternas mientras saborea el helado rojo, su preferido. Al rato se descongela el hielo y una parte cae al piso, mientras en los bracitos de la niña y su vestido quedan líneas de jugo azucarado. La madre saca una toalla del bolso y empieza a limpiarla: el color rojo en la tela es muy difícil de sacar, le dice la madre a la niña. La mujer se da por vencida y deja que la niña vuelva a su juego. Mientras mete la toalla al bolso, alza la cabeza y mira por un instante, breve, al hombre que las está mirando. Cierra el bolso y mira con atención a la niña que sonríe feliz.
Entre la música estridente, el chirrido de las cadenas oxidadas y el bullicio infantil, la algarabía en el parque es ensordecedora. La niña se mece dejando que los otros niños halen y empujen su asiento. Sonríe, grita, cuando sus pequeños pies dejan de tocar el suelo. En el aire, busca los ojos de la madre y no los encuentra. Mira de un lado a otro y nada: en el asiento de cemento no está su mamá.
Se tira del columpio y empieza a gritar. Nadie la escucha. Sale corriendo buscando a su mamá. En eso un hombre con una chaqueta se le acerca. Lleva el bolso de la madre en el hombro. Él le dice a la niña para cruzar la calle e ir a buscar a su mamá y de una vez comprar otro helado de fresa. La niña asiente y le da la mano. El la toma con fuerza como para que no se logré zafar.
Un relato aparentemente cándido, que esconde la dureza y el drama de su desenlace. Muy bien escrito, al lograr una tensión que discretamente lo atraviesa hasta su final. Un abrazo, @nancybriti.
Agradecida por tu comentario, @josemalavem. Siempre tan certeros. Abrazos