El arte de dar sin esperar nada a cambio…

in Cervantes4 years ago


Fuente


Hola, amigo lector

En la vida hay que ser generoso, no solo con los alimentos, también con los gestos y las palabras. No podemos ser mezquinos con lo que tenemos y con lo que damos. Dar solo lo que nos sobra o no nos hace falta, no es dar ni regalar, es botar, desechar. En estos días, cuando les hablaba del resentimiento, recordaba cómo en esta época en la que hay una crisis económica mundial y una escasez de alimentos en muchos países, muchas personas pueden ser miserables y mezquinas.

Un día, mientras iba en un autobús, un hombre se montó y empezó a pedir dinero. Entre las cosas que dijo fue que tenía hijos pequeños, que él estaba enfermo y que antes de salir a robar, prefería pedir. Mientras el hombre daba su discurso, muchas personas voltearon la cara sin intenciones de escuchar y menos de colaborar. Al final, el hombre dijo que pasaría por los asientos a recoger lo que pudieran darle. Para ser sincera, nadie colaboró con el hombre, que se bajó del autobús, echando la bendición y dando las gracias.

No juzgo que las personas puedan sentir aprehensión de dar dinero en la calle, tampoco que sean incrédulos y hasta indiferentes ante la tragedia de los otros, total muchos tenemos nuestras propias desdichas diarias. Igualmente, entiendo que en un país como Venezuela, donde hay escasez del dinero en efectivo, las personas se les pueda hacer difícil desprenderse del que tenga, o sencillamente no tengan para darlo. Pero lo que sí me llama la atención es que las personas que estábamos en el autobús no respondimos el saludo ni la bendición que nos daba el hombre. Mientras escribo, recuerdo un viejo relato que una vez escribí:


Fuente

Estaba un hombre dentro de la casa leyendo el salmo 70 cuando comenzó a llover. La biblia que estaba en sus manos, la puso un rato en su regazo para ver y escuchar cómo caía la tormenta. Dios en su infinita misericordia traía lluvia para los campos que estaban sedientos y estériles, hambrientos de lluvia, pensó el hombre. Aunque existían pecados y pecadores, todavía Dios nos amaba, reflexionaba el hombre para sus adentros. Dios es bueno, las malas son las personas, cavilaba. Inmediatamente interrumpió sus meditaciones. La lluvia y lo externo no podían perturbar su momento de encuentro con Dios. Recomenzó la lectura del salmo:

Y digan siempre los que aman tu salvación: Engrandecido sea Dios. Yo estoy afligido y menesteroso. Apresúrate a mí, oh Dios –leía el hombre visiblemente afectado.

Afuera la lluvia arreciaba cada vez más y el hombre leía pausadamente mientras bebía una taza de café caliente. La lluvia seguía azotando el techo de la casa, cuando el hombre escuchó que tocaban a la puerta. Detuvo la lectura, pero al principio no se inmuto. Volvió a las páginas de la biblia sintiendo rabia por la interrupción:

Llena está mi boca de tu alabanza y de tu gloria todo el día. No me rechaces en el tiempo de la vejez; no me desampares cuando me falten las fuerzas.


Fuente

No había pasado un minuto, cuando volvieron a tocar la puerta insistentemente. El hombre, de manera perezosa, se levantó y se dirigió a la puerta. Cuando la abrió, encontró a un hombre harapiento, sucio y mojado.

_Déjeme pasar, señor, que me muero de frío –dijo el indigente sucio temblando y rechinando los dientes.

El hombre lo miró desde la puerta de arriba abajo y pensó: otra oveja descarriada del señor. Sin embargo le dijo:

_Disculpe usted, pero estoy en la hora de la lectura de mi oración y su sola presencia obstaculizaría mi servicio a Dios.

_No lo molestaré. Escucharé sus palabras en silencio. Solo le pido que deje guarecerme en su casa. El frío está helando mis viejos huesos.


Fuente

La situación era exasperante. El hombre eructó la sopa de pescado que había comido hacía poco y un olor a ácido invadió el ambiente. Ay, Dios Mío, soy una víctima indefensa de este desecho escapado del abismo parado frente a mí, rumió para sus adentros el hombre. Cuando habló, su voz tenía un tono histérico y sus ojos reflejaban la santa y egoísta indiferencia:

_Quisiera yo ayudarlo, pero desconozco cuáles pueden ser sus intenciones y para ser sincero, solo abro las puertas de mi casa a mis amigos y a personas con mejor aspecto que el que tiene usted. Vergüenza debe darle presentarse ante la casa de un cristiano como yo, con semejante vestimenta –eructó nuevamente el hombre.

_Entonces deme algo de comer, por el amor a Dios, que tengo hambre. No aguanto el frío porque solo un pedazo de cuero tengo como piel que cubre mis huesos. Deme algo caliente, aunque sea poco _insistió el indigente.

El carácter magnánimo del hombre desafiaba con la mirada aquel pedazo de piel y huesos que tiritaba de frío. Inconmovible ante la súplica, el hombre, exclamó:

_Soberano perezoso, sabandija sucia, tu virulenta historia, plagada de lamentaciones solo logran empequeñecerte ante mis ojos y los ojos de mi Dios. Todos ustedes mienten con tal de recibir alimento sin trabajar. Fuera de aquí.

El hombre cerró la puerta y con una cara de buen cristiano, se sentó en su butaca caliente y siguió con la lectura.


Fuente

A veces creemos ser buenos, nobles, y nos damos golpes de pecho cada domingo cuando vamos a la iglesia, pero cuando nos toca ser generosos con personas extrañas, somos mezquinos e innobles. La indiferencia ante la tragedia del hombre que se montó en el autobús habla del tipo de persona en la que nos hemos convertido, porque una cosa es no tener dinero para dar, pero otra muy diferente es no responder al saludo y a la bendición del hombre. Hay que seguir haciendo el bien, aunque no esté de moda, y hay que seguir creyendo, por el bien del mundo.


Espero que te haya gustado este post. Hasta otra oportunidad, amigos