Rostros vemos, corazones no sabemos

in Cervantes4 years ago

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En la actualidad es fácil juzgar a las otras personas por su apariencia. Cuando conocemos a una persona por primera vez, tendemos a mirar los aspectos externos como la ropa, el calzado, su rostro, sus gestos e inmediatamente nos hacemos una idea de la otra persona, sin conocerla. Nos han enseñado que ciertas características pertenecen a cierto tipo de individuos, por lo que lo único que hacemos es otorgarles personalidad a esos individuos de acuerdo a lo que vemos externamente. Una simple ecuación, fácil, pero muy peligrosa e injusta.

Hay frases populares que dicen: “Rostros vemos, corazones no sabemos” o “Las apariencias engañan”. Pero aun conociendo estas premisas, seguimos cayendo en el error de juzgar sin conocer. Creemos que personas diferentes a nosotros, con tatuajes, perforaciones, un tipo de ropa son malas personas y viceversa: personas bien vestidas tienen buenas intenciones. Es fácil decir que una persona gorda no es ágil, que una persona morena con ciertas ropas puede ser amenazante y peligrosa, que una mujer bonita no es tan inteligente y que un hombre con traje puede ser exitoso. Prejuzgamos a cada instante y casi sin darnos cuenta.


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En Venezuela hay un cuento muy conocido titulado El diente Roto del escritor Pedro Emilio Coll. Este cuento trata justamente de cómo un individuo es conocido y juzgado toda su vida por un hecho fortuito y aislado. La historia comienza relatando el momento en que debido a una pelea con sus amigos, a Juan Peña, personaje principal, se le rompe un diente. Este acontecimiento hace que el niño, hasta ese momento extrovertido, empiece a pasar horas callado, dándose con la punta de la lengua, en el diente roto:

Juan no chistaba y permanecía horas enteras en actitud hierática, como en éxtasis; mientras, allá adentro, en la oscuridad de la boca cerrada, la lengua acariciaba el diente roto sin pensar.

Los padres, al ver este cambio de actitud, y desconocer lo que su hijo hacía en la oscuridad de la garganta con su lengua, se preocuparon y mandaron a llamar al médico del pueblo, quien lo examinó, y diagnosticó:

Su hijo está mejor que una manzana. Lo que sí es indiscutible -continuó con voz misteriosa- es que estamos en presencia de un caso fenomenal: su hijo, mi estimable señora, sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar; en una palabra, su hijo es un filósofo precoz, un genio tal vez.


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Debemos aceptar que el médico hace este diagnóstico por el silencio que ve en el niño, quien a pesar de la edad se encuentra absorto, pensativo, características pocos comunes en un infante. A partir de este dictamen del médico, todo el pueblo empieza a juzgar al niño como genio, incluso sus maestros, quienes hasta ese momento lo habían considerado incapaz y no tan inteligente. Es así como Juan Peña crece bajo la premisa de que es un genio, un filósofo, pero lo que nadie se imaginaba es que su silencio y su aparente estado de reflexión, simplemente se debía a que podía pasar horas enteras jugando con su lengua y el diente roto. Debido a esta creencia, Juan Peña llegó a tener los mejores cargos políticos:

Pasaron meses y años, y Juan Peña fue diputado, académico, ministro y estaba a punto de ser coronado Presidente de la República, cuando la apoplejía lo sorprendió acariciándose su diente roto con la punta de la lengua. Y doblaron las campanas y fue decretado un riguroso duelo nacional; un orador lloró en una fúnebre oración a nombre de la patria, y cayeron rosas y lágrimas sobre la tumba del grande hombre que no había tenido tiempo de pensar.

Este final, irónico y si se quiere cruel, nos hace ver qué tan fácil es juzgar a las personas siguiendo ciertas normas sociales. En este caso, tendemos a creer que hay madurez, inteligencia, en personas calladas o con lentes, que leen o escriben. El caso de Juan Peña, incluso, es señalado cuando hablamos de la cantidad de políticos venezolanos que llegan a ocupar grandes cargos solo porque son considerados inteligentes y capaces por su vestimenta o por un evento casual y aislado.


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En estos días veía cómo una amiga metida en Tinder desplazaba con un mínimo esfuerzo el índice sobre la pantalla de su teléfono, desechando docenas de personas solo por su apariencia. Cada día somos más prejuiciosos y cada día nos importan más las apariencias. Somos implacables juzgando a los demás. Tal vez si dejáramos de lado los prejuicios, si juzgáramos menos a los otros por lo que tienen o por cómo se ven, nos llevaríamos gratas sorpresas. No seamos de los que juzgan un libro por su portada.

Espero que hayan disfrutado la lectura de este post. Hasta una próxima sonrisa



REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA

http://www.bordes.com.ve/el-diente-roto-cuento-de-pedro-emilio-coll/

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Las apariencias engañan, qué gran verdad. Sobre todo en estos tiempos, donde cada vez tengo más por cierto que vivimos en el Mundo de Maya, de la Ilusión, donde las falsas realidades y las apariencias parecen ser los verdaderos Mandamientos que nos empujan a ser cada vez más ciegos y a la vez, más críticos con las personas que nos rodean, resultando irónico el hecho cierto, de que apenas las conocemos y sin embargo las juzgamos, bien sea por su belleza, por su fealdad, por cualquier defecto físico o simplemente porque sí. Introversión y extroversión son caras de la misma moneda, como bien nos enseñó el dios romano de las dos caras, Jano y como bien nos enseñaron los antiguos taumaturgos griegos con las máscaras. En realidad, casi podría decirse que tan sólo somos actores que cambian de máscara según sea el viento que sople. Pero claro, eso es lo que se considera socialmente correcto. Buen post, amiga @nancybriti. Un abrazo desde Madrid

Así es, amigo. Creo que la sociedad, la actual, incentiva ese "parecer". En la era de los "filtros", quién se atreve a dar la cara aunque por ello sea juzgado. Día soleado en Cumaná. Saludos desde aquí! ;)

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