Donde antes vendían

in Cervantes3 years ago
En donde vendían bicicletas cuando yo era niño -taller “Roma” se llamaba- ahora venden empanadas y juegos. Ese olor a metal, a caucho, a cuero nuevo e ilusión por lo imposible, ya no está, imperan otros olores a fritura. La alegría de los niños al entrar a comprar una bicicleta no es la misma para comprarse una empanada. Donde estaba el abasto “Don Félix”, ahora queda una ferretería, hoy desmantelada. La panadería sigue ahí, soberbia, su dueño continúa implacable para vender y con los precios. Ahora cierra temprano los domingos e incluso no abre los días de elecciones, algo impensable hace algunos años. En nuestra plaza de los primeros juegos y complicidades -que ya no nos pertenece- ahora juegan algunos evangélicos -así se hacen llamar- con mucho tiempo libre según veo –siempre están ahí-, buscando público para explicar sus cruzadas y la venida de un señor. Tienen poco éxito, a nosotros nos iba mejor con el escondite. En la joyería del Sr. Elio ahora hay una exitosa dulcería francesa que acaba de cerrar por tres días, no por duelo, sino por un asunto de impuestos. La niña más bella de la pandilla –según mis amigos de la época-, ya no es tan niña y ella no se siente tan bella, ahora tiene su propia manada de niños que no podrán comprar bicicletas en el taller Roma. Ella proyecta cansancio, pesadez y tristeza. En la farmacia “Aida” ahora funciona el depósito de otra panadería que está donde antes quedaba una tienda de muebles de bambú. Donde había una carnicería hubo una tienda de videos y ese mismo dueño montó ahora una fantástica tienda de antigüedades, extraña mueca para la nostalgia, vender cosas antiguas donde hay vecinos buscando su pasado. Donde quedaba el abasto del Sr. Miguel ahora hay una peluquería cuyos clientes ocupan todos los puestos de estacionamiento del edificio. Antes que ellos hubo una librería que no ocupaba puesto alguno pues no le venía nadie, y antes de ellos hubo una tienda de estas donde consigues telas, ropas, adornos del hogar y telarañas donde caminan gatos inseguros. Por alguna razón recuerdo con especial cariño el abasto del Sr. Miguel, un italiano encantador que me regalaba caramelos a escondidas de los otros niños, gesto que despertó mis primeras complicidades y me enseñó a guardar secretos, para luego comprender que hacía lo mismo con los otros compañeros que al igual que yo se sentían especiales. Gran gesto, Sr. Miguel. El colegio donde estudié de kinder hasta el último año del bachillerato ya no se llama como entonces, y ahora revisan los bolsos de sus estudiantes al entrar. Donde jugaba pelota de goma juega la soledad con una enorme reja que antes no estaba y la risa de los niños está en el recuerdo. Cerca de los evangélicos se sigue jugando dominó, solo que ahora no solo hay abuelos, tal vez ahora son los menos, ahora hay variedades de edades, señores envejeciendo y peleando por malas jugadas de compañeros tercos. Mis amigos de entonces ya no están, muy pocos. Increíblemente veo a uno que otro de sus padres, ancianitos ya, un recordatorio andante del tiempo implacable como el dueño de la panadería.

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Es que yo siempre he vivido en el mismo lugar. De mis amigos solo reconozco a uno que sigue igual que antes con su sonrisa imbatible, un príncipe, casado con una mujer de esas esotéricas que te hacen reflexionar, siempre en aquel primer piso de ese edificio eterno ubicado al lado del mío. Extraño a mi amigo de la terraza, cuyos padres españoles eran muy buena gente, ya él -mi amigo- está en lo suyo y uno en lo de uno, terrible excusa que nos separa de las cosas queridas. Extraño muy especialmente, a Javier, que ha partido de este mundo en una situación tan absurda como la nostalgia misma. Me quedo corto, no quiero seguir, donde estaban las ganas queda resignación.

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Muchísimas gracias , desde el fondo del corazón y la nostalgia.