Memorias de un asesino

in Cervantes4 years ago (edited)
Durante el tiempo que mamá me echó de casa viví en la residencia Los Ángeles, en el apartamento desocupado de mi tía que, preocupada de su sobrina de diecisiete años adicta a la cocaína, me ofreció. Por entonces Los Ángeles, un edificio gris al pie de la carretera de San Antonio, aún no era conocido por ser la residencia sombría de Víctor Moncada, el asesino. Por el contrario, vivía en el silencio de los pisos vacíos de inquilinos que se habían ido del país, con un balcón de cortinas blancas que daba al jardín trasero, donde, en las noches frías, y ahí todas las noches eran frías, la grama parecía, a la luz de la luna, una laguna de escarcha bella y tenebrosa. Yo asistía al salón de fiesta, en el sótano húmedo de un viejo centro comercial, donde se reunía el grupo de rehabilitación. El instructor se llamaba Miguel o Marcelo, un tipo alto de pelo rizado y cara marcada de varicela que, con voz de locutor radiofónico, nos contaba con voz cavernosa y profunda, a punto de prorrumpir en llanto, su vida trágica y como casi muere por sobredosis. No me gustaban las reuniones. Me daban lástima todas esas miradas perdidas a su alrededor. Me daba lástima. Me sentía asquerosa. Asistía porqué Franco, mi hermano mayor, a veces me esperaba en la salida. Me daba un gusto encontrarlo recostado de la moto y ser abrazada por él. Si me veía sana y recuperada fumábamos y me daba una vuelta por las calles solitarias del centro donde se permitía correr un poco. Lo abrazaba de la cintura gritando de emoción. Franco es el único miembro de la familia que me agrada. A mamá no es que la odie, por el contrario, todo el mundo afirma que tengo sus ojos café y su figura menuda. Sé que sufrió mucho con su matrimonio y cuando estaba en casa la oía vivir con resignación. Lo que no le tolero es que siempre quiere corregirme todo: Lorena no te pongas ese vestido, a quién habrá salido Lorena; pero lo que en realidad hace es corregirse en mí. A veces siento que soy la imagen, el reflejo de su espejo, y esa imagen reflejada es la cadena que arrastro. Otro motivo de mi asistencia resignada a terapia son los somníferos. No puedo dormir sin una inhalada de coca o comienzo a ver aparecidos y ruidos inquietos. El instructor nos daba unas pastillas rosadas para toda la semana si nos quejábamos de insomnio. Yo las ahuecaba en mi mano y me las tragaba todas, las de la semana completa. Me quedaba en trance en el balcón espiando a los vecinos que a esa hora salían a pasear a sus mascotas y a conversar. Me gustaba sentir el viento fresco de la noche, era como acelerar en la moto de Franco, volando sin rumbo, pensando en mi vida, en la desgracia de ser joven en un país como esté, tan destruido, tan miserable. En esa hora nocturna siempre salía de su apartamento de la planta baja Víctor Moncada, llevaba atada la llave en sus delicadas manos, y trotaba alrededor del césped que, con la luz plata de la luna dándole de lleno, parecía una laguna bella y tenebrosa.

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Muchas gracias por su apoyo. Después de un tiempo alejado por diversos motivos ahora me encuentro muy animado para subir contenido. Me alegro les haya gustado la lectura y espero disfrute con los siguientes.

Buen relato , que lástima que no concluye , bueno no se si lo vas a continuar, saludos