El Maestro Doménico en 1000 palabras

in Cervantes4 years ago

El Maestro Doménico en 1000 palabras

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Imagen de Michel Rohan en Pixabay

Cuando Ricardo me trajo el taladro de mesa, no podía entender qué era todo ese asunto. Solo me dijo apurado antes de irse “Te lo dejó Doménico. El maestro valoraba el respeto que tenías por sus herramientas. Murió socráticamente. Siempre me pidió que no comentara nada sobre su enfermedad.” Ya entre el maestro y yo se había dado una cercanía espiritual de esas que no precisan definición, más allá del reconocimiento de cada uno por parte del otro. Una sola vez le pedí que me permitiera usar el taladro para una operación sencilla, pero noté enseguida que estaba quebrantando la norma. Dejó lo que estaba haciendo y en el mismo tono moderado de siempre, buscó la broca y la instaló como si fuera un objeto de cristal, examinó el pedazo de madera, y con un gesto me indicó que hiciera el resto.

Era un hombre educado, introvertido, de temperamento musical, concentrado en su oficio de carpintero ebanista, sin reclamar ningún trato diferenciado, excepto el respeto por su mundo, y el que no lo perturbara nadie en su labor. Nunca -que yo sepa- lo expresó en palabras, pero bastaba ver su rostro pálido, surcado por arrugas dejadas por la templanza, para saber que era un hombre de respeto, un hombre con decoro.

Acostumbrado a su soledad, Doménico era un místico en su quehacer. Al abrir el taller, barría el mismo espacio que había limpiado la tarde anterior y ordenaba sus herramientas, examinando el filo de los formones y gubias, con la precisión de un cirujano. Sobaba los tablones que iba a utilizar, como si invocara el espíritu de la madera, y sólo entonces comenzaba a trabajar por mucho tiempo, con su guardapolvo, sin ningún agotamiento.

Por el médico amigo que me trajo el taladro, supe que había estudiado en algunas universidades, y que en las noches repasaba con interés algunos textos forrados con un papel verde, como para no llamar la atención sobra el título y el contenido, y de los que nunca comentaba nada. Sin embargo, era muy cordial en las conversaciones con la gente que aceptaba, y a las que trataba con el esmero de un noble, en su dolorosa bondad.

Le pedí al amigo Ricardo que no me contara detalles de su dolencia, ni sobre el resto de su vida. Le aclaré que mi manera de honrarlo sería mantener la discreción que el maestro siempre quiso reservar por la razón que fuera, para no traicionar la lealtad que le debía, como un principio iniciático en ese tipo de amistad.

En una ocasión le llevé una madera antigua para que la viera, y enseguida dejó lo que estaba haciendo para saborear aquel vestigio desusado con la pasión singular de un anticuario. Le informé que había servido de dintel en una ventana centenaria, y susurró que esas maderas ya no llegaban al país, que seguramente era parte de un horcón, o restos de un navío, y que debía darle una utilidad similar.

Al ver cómo apreciaba ese pedazo de viga, le mentí diciendo que era para él, que se la había llevado para que tallara algún objeto artístico, y su agradecimiento lo expresó con una mirada silenciosa y un apretón de manos, que lo decía todo. Igual ocurría con los trabajos que aceptaba por encargo. Escuchaba al cliente con atención, y si notaba que sabía valorar el trabajo que requería, se lo aceptaba, indicándole solamente un precio aproximado. Digo yo que pensando en las manos donde irían a parar unos muebles que seguro perdurarían por generaciones, si eran cuidados con el mismo esmero que les dio la vida, y que sin duda terminarían siendo unas piezas de arte, por la maestría de Doménico.

Pero lo más curioso era el valor monetario que le daba a su labor. Supe por alguna referencia, que a veces regalaba el objeto fabricado, por mucho que le hubiera costado elaborarlo, o cobraba solamente el costo de los materiales, si la persona estaba alcanzada de dinero, o si le hacía algo adicional al convenio establecido, porque su propósito final era la obra en sí misma, y no el dinero, pues era un hombre austero, al que ninguna cantidad le aumentaría la pasión por su trabajo.

Hoy lamento no haberlo visitado con más frecuencia, correspondiendo a la amistad que me prodigó, y acompañarlo en ese pesar que le acortaba los días, conversando sobre el tema que más disfrutaba, el que le permitía hundirse en sí mismo, hablar de su oficio en el lenguaje olvidado, el lenguaje afectivo, mientras convertía la madera en un objeto insospechado.

Ya el amigo se iba, cuando le pregunté por algo en apariencia intrascendente: -¿Qué pasó con aquellos libros que el maestro leía, los que forraba con un papel verde? -Es verdad. Casi lo olvido. Te los traje por si los quieres. Cuando abrí uno de aquellos textos, comprendí lo mucho que había perdido. Se trataba de un tratado de alquimia, escrito en latín y con muchos símbolos que señalaban el proceso de transformación interior, ¿Qué era todo aquello? ¿Cómo era posible que un hombre de esas dimensiones se escondiera detrás del oficio de carpintero, y que mientras nosotros creíamos saberlo todo sobre este amigo, él en cambio se movía en otros mundos, alimentándose de unas esencias que no admitían la trivialización intelectual?

Siempre supe quién era -me aclaró Ricardo- pero él me prohibió con su palabra y su mirada, que revelara su vida privada. Lo que sí puedo decirte, es que nos enseñó más con esa extraña pedagogía, porque ahora nos queda el resto de nuestra vida, para descifrar ese misterio.

Por muchos días mantuve mi duelo en silencio, porque ¿a quién le iba a decir que había muerto un amigo que había sobrepasado los límites regulares de los hombres, al despojarse de la importancia de sí mismo? Con el tiempo he comprendido que aún más que sus muebles, el esfuerzo de toda su vida fue convertirse en un sabio anciano, y ante eso, solo cabe esbozar una sonrisa…
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Interesante post @roberto58. Recuerdo que en la revista Selecciones del Reader`s Digest había una sección (No se si aún la hay) llamada "Mi personaje inolvidable" y allí publicaban testimonios de esas personas "comunes", "normales" que sin embargo hacen hulla extraordinaria en nuestras vidas. Gracias por compartir.