El comienzo / La infancia de Aquiles. (Relato)

in Cervantes4 years ago (edited)

El comienzo

La infancia de Aquiles

Fuente


📒

Recuerdo las veces que subí a la montaña cuando niño solía escaparme. Las veces que corrí por los caminos cubierto de pasto y cactus. Solo tengo algunos fragmentos de mi infancia. La mayoría de las imágenes provienen de Coro, Estado Falcón, un lugar lejano cuyo nombre no recuerdo. Era una casa grande lejos de la ciudad. Detrás había una montaña, y entre casa y casa había un largo camino por recorrer. Teníamos una alberca y papá construyó un corral en el patio y crio gallinas. Luego construyó jaulas y crio conejos. Recuerdo el olor de sus excrementos, una torre de bolitas marrones que se acumulaban debajo de las jaulas, y el olor a gallinas, a tierra mojada. Recuerdo también cuando papá me llevaba al monte. ꟷ¡Quédate quieto! ꟷdecíaꟷ¡Escucha! Entonces nos quedábamos quieto y era increíble porque incluso Rocky el perro se había quedado inerte. Me enseñó a descifrar el sonido. Papá sabía si era una serpiente, un conejo o un reptil lo que se movía. Y cuando lo identificaba gritaba. ꟷ¡Ataca Rocky!ꟷ Y seguido corríamos persiguiendo aquello que yo desconocía, hasta que lo pude notar en el hocico de Rocky. Era un conejo silvestre. Papá conocía a cualquier animal que pudiera moverse sobre la tierra. Me enseñó a usar la cerbatana, el arco, me enseñó hacer trampas, a cazar y a defenderme.

Fuente

En ese lugar viví y desviví las primeras experiencias que marcaron mi vida. Las veces que corrí alrededor de la casa cuando apenas se asomaba el sol. Cada semana aumentaba el entrenamiento; flexiones, sentadillas, abdominales. A esa edad no lo entendía. Cuando papá exigía que golpeara el saco con más fuerza cuando mis pies estaban hinchados a punto de sangrar ꟷ¡Si lloras pierdes! ¡tienes que ser fuerte, Aquiles! en la calle hay gente que te va a joder, no puedes mostrarte débil. ¡Patea!ꟷ así eran los entrenamientos con papá. Cada vez aumentaba el nivel. Recuerdo aquella vez que el sol estaba en su punto más alto, papá me llevó al campo, me ató con una cuerda alrededor de la cintura, vendó mis ojos, se alejó dos metros y comenzó a golpearme con el palo de escoba en cada costilla. ꟷ¡Atención!ꟷ gritaba, y yo debía adivinar por dónde venía el golpe. A la semana siguiente era más preciso. Entonces a partir de allí en cualquier momento del día por sorpresa me lanzaba un golpe. Yo tenía que estar atento a cada momento. Cuando comíamos en la mesa, por ejemplo, me lanzaba una abofeteaba de una manera que no me lastimaba, pero yo la detenía con mi mano y la cara de satisfacción de mi padre era inolvidable. A medida que avanzábamos, convocaba a los hijos de los vecinos y entrenábamos juntos. Una tarde invitó a Carlitos y nos dio una sesión de entrenamiento con el saco. Papá nos dijo: ꟷsí rompen el saco con una patada les doy un premio. Se marchó y nos dejó solos. De varios intentos de romper el saco, nuestros pies ya estaban hinchados. Le dije a Carlitos que no dijera nada y él lo prometió. Así que agarré un trozo de vidrio e hice una pequeña abertura en el saco. Recuerdo lo asustado que se notaba Carlitos. Le hice una seña y él lo juró. Eran las doce cuando papá regresó a buscarnos para ir a almorzar. Le dije emocionado que habíamos roto el saco de una patada. Su rostro tomó la impresión de una molestia sumamente aterradora y se dirigió hacia el saco. Lo observó, lo palpó y volteó su mirada tan puntiaguda que me erizó la piel. ꟷ¿Quién rompió el saco Aquiles?ꟷ hubo silencio. Pero Carlitos estaba tan asustado que confesó. Papá se quitó la correa y me pegó, me tomó del brazo y me llevó a la alberca. ꟷ¡Párate ahí! ¡Y no muevas ni un solo músculo, porque te jodo! El sol estaba puntiagudo como su mirada y me pegaba al rostro, las lágrimas refrescaron mis pómulos y corrieron cuesta abajo hasta mi cuello. Vi a Carlitos cruzar el campo a través de la cerca de alambre. Los árboles de su casa se veían hermosos, gigantescos balanceándose de un lado a otro. Me quedé quieto hasta que el sol se ocultó detrás de los árboles. Me bajé a la hora de cenar y recién bañado me senté en la mesa. Papá seguía molesto y yo estaba alerta a cualquier golpe desprevenido. El olor a queso de cabra llegó a la distancia y me dio náuseas. Papá sabía que ese queso no me gustaba y cuando fue al mercado compró bastante porque a su mujer le encantaba. Ella salió de la cocina sonriendo, con esa sonrisa que transmitía satisfacción al verme comer la arepa rebosada en queso. Era una mujer con grandes y hermosos ojos marrones, cabello negro hasta la cintura, era inteligente, y yo no comprendía cómo podía haber tanta maldad en aquellos ojos.


Fuente

Cómo no recordar aquella mañana cuando escapé. Me aprendí el camino cuando los vecinos llegaron con machetes en busca de mi padre. A Carlitos no lo llevaron porque según era peligroso. Pero papá me llevó a toda cuesta. En el camino encontramos cuevas de zorros, serpientes, conejos, pieles mudadas… Recuerdo todo. Evoco cada momento, cada olor, cada sensación. La mujer de ojos grandes estaba dormida en aquel momento. Me llevé la cerbatana, la navaja y el arco. Fue emocionante y aterrador al mismo tiempo. Me detuve en medio del camino dudando, pero seguí avanzando, Crucé la cerca de alambre de púas y continué por el camino.

En el camino reconocí a los árboles, a las rocas, y me detuve en ocasiones para escuchar algún sonido que interrumpiera mi silencio. Seducido por la curiosidad indagué las cuevas de los zorros, algunos estaban cubiertos de sangre y plumas. Encontré piedras brillantes, plantas que jamás había visto. Me paré en las rocas más altas y miré por encima de los cactus. Las aves sobrevolaban los campos, Distinguí el movimiento del viento en la yerba y me traían todo tipo de olores. Continué el camino inmerso en una sensación de libertad y me creí animal en el centro del bosque. Comencé a adoptar una actitud poderosa en mi interior y creyéndome un héroe me armé la cerbatana para poner a prueba mis facultades. En las ramas de un alto cují un reptil verde como las hojas se movía. Preparé la cerbatana y apunté. Fallé el primero y preparando el segundo un ruido se interpuso. Me quedé intacto. Escuchando con atención percibí que el ruido provenía de los arbustos. Me acerqué lentamente, El sonido de ese movimiento me parecía conocido e intuí lo que era, mi corazón comenzó a acelerarse. Cogí una rama e inclinándome aparté las hojas del arbusto, distinguí una serpiente marrón; tenía apresada a un conejo. Retrocedí de inmediato y busqué una rama larga y resistente, La corté en forma de “Y”, aprisioné a la serpiente por el cuello y empujé con fuerza. El conejo se alejó unos metros, y con mi mano derecha agarré a la serpiente por el cuello y miré sus colmillos. La llevé a la cima de la gran roca y la solté al otro lado. Observé al conejo reposar sobre el camino. Me acerqué, miré la mordida en su cuello, Sus grandes ojos marrones lagrimeaban. Lo sobé con mi mano y sintió mi cariño. Cubrí su herida con hojas grandes y lo llevé conmigo.

Fuente


Supe que había llegado cuando vi el árbol que los vecinos y papá cortaron e hicieron asientos con los troncos Observé cómo la tarde se fundía en las lejanas cordilleras, miré las fulgurantes luces del pueblo y de los postes de alumbrado. Sentí subir desde las vísceras una sensación de triunfo. Una plenitud que jamás había sentido en mi vida. Me senté en el borde del tronco y noté que el conejo había dejado de respirar. Lo sobé nuevamente y él no sintió mi cariño. Lo abrigué entre hojas, lo arrimé cerca del tronco, y lo acompañé en silencio por un rato.





📒


Gracias por leer!