EL ENCUENTRO - RELATO BREVE

in Cervantes3 years ago
Hola, apreciada comunidad. Espero se encuentren bien. Me acerco a este espacio para compartir con ustedes un relato que escribía hace poco. Resulta que el tema de la muerte es recurrente en mí. Ese misterio me abruma. Son muchas las veces que lo abordo, siempre con respeto. Espero les fuste el relato. Estoy abierto a cualquier sugerencia a apreciación. Nos vemos en otra publicación.

EL ENCUENTRO

Este mundo es solo un estadio en la infinita escala cósmica. Invisible a los ojos, múltiples realidades suscitan al mismo tiempo, ajenas una de otras. Aún en este pequeño planeta, donde concurrimos y compartimos el mismo dolor y la misma alegría, el mismo cielo y la misma tierra, lo absoluto carece de significado, y la lógica, con demasiada frecuencia, termina agrietada por los designios del sueño. Mientras escribo estas líneas, posiblemente, en algún sitio, podría ser a una cuadra o en otra ciudad, una pareja de enamorados se mima con fervor, burlándose del tiempo, al menos, mientras desaparecen en un beso; y alguien, en otro sitio, aunque al mismo tiempo, llora amargamente por no tener un amor que lo cobije, o un plato humeante sobre su mesa.

Ahora bien, si en un mismo plano las cosas pueden ser confusas y variopintas, imaginen lo que puede suceder cuando se encuentran mundos distintos, cuando seres separados por la luz logran encontrarse. Precisamente eso le sucedió a un fantasma, que por falta de seres queridos que visitaran su tumba, se llevaba flores el mismo los viernes por la tarde, justo después de que cerraran el cementerio. El pobre espectro sufría mucho por su lamentable situación: no es fácil atravesar la eternidad solo, sin alguien que, al menos, lo invocará en sus recuerdos. Hasta podría decirse que el fantasma padecía envidia: es difícil no caer en la tentación cuando las tumbas que rodean la tuya siempre están reverdecidas. Muchas veces, oculto entre las lápidas, observaba como los familiares de sus compañeros de sepelio, de forma casi religiosa, eran evocados y consagrados con toda clase de flores y frutos, mientras que en su tumba solo yacía una flor, que pronto se marchitaba con el paso de los días.

- ¿Quién le traerá esa única flor al pobre difunto? ¡Vaya descuido! Tal vez fue un mal sujeto, o peor aún, ¡lo olvidaron! - Murmuraban los dolientes, pero la curiosidad se disipaba pronto mientras hablaban con las lápidas, como si estas fuesen sus seres queridos. Pero muy equivocados estaban, pues, en vida, el fantasma era un hombre virtuoso y benevolente, un ser querido y elogiado por su corazón generoso. Ciertamente era injusta su situación, y quizá por eso, al principio, se lamentaba amargamente y renegaba por haber vivido. Además, juzgaba a sus familiares por haberlo olvidado (porque ser olvidado es pero que morir). Pero todos sabemos que el tiempo lo borra todo, y el rencor nones rival ante su paso aplastante (la verdadera tragedia del hombre es saber que nada perdura para siempre, ni siquiera el dolor).

Sin embargo, tal vez por amor propio o por orgullo, el fantasma nunca olvidaba llevarse una flor los viernes por la tarde. Pero tampoco el amor o el orgullo son rivales para el tiempo y con el transcurrir de los años el desánimo había aniquilado sus fuerzas. El fantasma estaba cansado de la monótona tarea de seleccionar la flor y llevarla hasta su tumba (robarla de los lápidas vecinas representaba un gasto energético muy grande de su parte; no tener cuerpo complicaba mucho la tarea), de ver a los visitantes hablando con las lápidas, de esperar a sus seres queridos, de no dormir.

Aquella tarde todo estaba en orden en el cementerio. Ya los visitantes se habían retirado a sus hogares y reinaba un silencio casi absoluto en los alrededores. Como se costumbre, el fantasma esperaba sentado a los pies de su tumba, contemplando la flor. Llevaba más de una hora en ese estado cuando un ruido lo sacó del trance, era el mismo estruendo que hacen las hojas muertas cuando alguien las pisa. ¿Qué fue eso? - Pensó. Sentía que alguien estaba parado detrás de él. Al volver el rostro en dirección al sonido descubrió a un hombre de aspecto muy extraño, llevaba consigo un sombrero roto y vestía con harapos. Tenía el cabello y la barba larguísima, y, aunque no podía olfatearlo, intuía que su olor no era muy agradable. De un brinco, el fantasma se escondió detrás de su lápida, completamente asustado (es común oír hablar de fantasmas que aparecen y asustan a los vivos, pero que a un fantasma le aparezca alguien vivo es algo verdaderamente aterrador).

_ ¡No te escondas, no puedo ni quiero hacerte daño! - Dijo el viejo, riendo con ternura. - No sabían que los fantasmas sintieran miedo...
_ ¡Yo no tengo mido! Es decir... No estoy acostumbrado a ver personas a esta hora rondando por aquí ¡¿Quién eres?! ¿Por qué me interrumpes? Estoy esperando a alguien...
_ Ellos no van a venir... - Dijo el viejo.
_ ¿Cómo lo sabes? - Replicó el fantasma.
_ Te he observado durante mucho tiempo. Todos los viernes robas alguna de las flores de las tumbas vecinas, la dejas ahí y luego te sientas a observarla hasta que se marchita. ¿No estás cansado de hacerlo? Así nunca podrás dormir.

El fantasma miró al viejo directo a los ojos y percibió en ellos calidez, su mirada era como la mirada de un viejo amigo.

_ Tu mirada me resulta familiar. ¿Qué haces aquí?
_ Digamos que me aburrí de las cosas que pasan allá afuera. Aquí hay mucha paz, y sobre todo, silencio. Pero cuéntame, ¿por qué no te vas a dormir? Eres el único en esta sección del cementerio que no termina de cruzar. - Dijo el viejo con cierta melancolía.
_ Estoy esperando a alguien... - Respondió el fantasma.
_ Ellos no va a venir. Tú has sido el único visitante de esa tumba. Vete ya a dormir.
_ Ya olvidé cómo hacerlo - Respondió el fantasma.
_ Una vez, mientras ibas a buscar tu flor, me acerqué a tu lápida. Llevas muerto muchísimo tiempo. Me atrevería a decir que eres uno de los fantasmas más viejos de este lugar. Eres casi tan viejo como yo, ¡ja, ja, ja, ja! Mira...

El viejo limpió un poco la lápida y le mostró al fantasma lo que estaba inscrito en ella. Hacía más de ciento cincuenta años que el hombre había muero. En ese momento el fantasma tuvo una especie de revelación, cayó de rodillas frente a su tumba y comenzó a llorar. El viejo se sentó a su lado y le puso la mano en su hombro. El fantasma lo miró y lo abrazó.

_ Gracias, quien quiera que seas. Ahora lo recuerdo todo: llevo más de un siglo muerto. Mis familiares no me olvidaron, solo que muchos de ellos, también están muertos. ¡No me olvidaron! ¡Me esperan! ¡Ahora lo recuerdo! Tengo sueño, tengo mucho sueño... profirió el fantasma entre lágrimas.
_ Vete a dormir, viejo. Yo te llevaré flores mientras esté por aquí. - Le dijo el viejo tiernamente.
_ ¡Gracias! Pero al menos dime tu nombre. - Preguntó el fantasma
_ Eso carece de importancia. Duerme tranquilo. Ya nada tienes que hacer aquí. Descansa y reúnete con quienes te esperan.

Entonces el fantasma cerró sus ojos y poco a poco se fue desintegrando, hasta que desapareció en un traslúcido estallido de colores. De nuevo el silencio reinó en el lugar. El viento se sentía algo conmovido, y al mismo tiempo alegre. Al poco rato se acostó a los pies de la tumba, y mientras contemplaba el cielo se quedó dormido.

Fin

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FUENTE

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