Un día tan común cualquier otro
Después de la tormenta viene la calma, un dicho muy viejo pero que aún conserva fielmente su significado. Vivimos tiempos intensos y aún así mantenemos la esperanza de reencontrarnos con el mundo exterior que tanta falta nos hace. Cuando me invadía la depresión una vía de escape era salir de compras aunque ello implicara tan solo comer un helado. Esa necesidad de estar en contacto social nunca dejará su razón de ser. Nuestro modo de vida se ha vuelto cultura. Compartir, salir a ver tiendas, comprar pequeños detalles, hacer mercado y darse un gusto con cualquier chuchería, son rutinas que pronto volveremos a realizar. Hoy salí de compras al supermercado, tenía tiempo que no iba evitando salir de mi zona pero, hoy, precisamente hoy quise comprar en una tienda sin mucha multitud. Fui con mi esposo y no sé… algo salió mal, no logré hacer nada. Di vueltas y vueltas en el mercado buscando… ¿Qué buscaba? Ni yo misma lo sabía.
Caminé por el pasillo de las salsas, la pasta, el arroz, las hortalizas, carnes y había de todo… perdón, no había mayonesa y según yo, eso era lo que buscaba. Cosa absurda y extraña haber llegado desde tan lejos para buscar una simplemente mayonesa, ¿acaso cerca de donde vivo no venden mayonesa? Pues sí, y hay en montones y a diferentes precios. Entonces, no era eso lo que realmente necesitaba, todo consistió en armarme una excusa para no gastar dinero. Calma de decía mi esposo, organicemos las ideas, miremos qué es lo que hace falta en la despensa. Lo miré y sin mediar una palabra le dije, compremos la leche del niño, mi nieto, todavía le queda pero aprovechemos de llevar otra. Tomé el empaque y continué, saqué un pollo grande de la cava y la monté en el carrito, tomé unos granos, una sal, dos cremas de arroz y me dirigí a la caja para pagar. Estando en la cola observé la lentitud de la cajera, luego vi el conflicto con una clienta quien cancelaba en divisa pero en el mercado no había vuelto…
¡Porquería! Así gritaba la señora molesta porque no concebía que una red de supermercado tan grande atropellara a sus clientes con semejante discurso, no tener para dar vuelto era algo que nadie creía. Yo también me molesté, dejé el carrito con los paquetes dentro y salí del local sin nada en las manos. Después de la tormenta, retomé la calma. Llegué a casa, me acosté un rato, descansé y me levanté como si nada hubiese pasado…
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Qué bueno que no te quedas enganchada y lo superas con el descanso. Muy buen texto. Abrazos.