Esta es una minihistorieta anecdótica sobre un incidente muy desagradable durante un día extremadamente atípico en el quehacer docente: “relaciones contractuales que generan inconvenientes con muchachos de familias correctas”. Bendito sea el señor. ¡No más Tomás!
ANÉCDOTA TURBULENTA
En el transcurso de mi disertación, surgió un inconveniente con dos de los participantes, ambas adolescentes. Primero, las dos tuvieron un altercado entre ellas. Discutían airadamente por un asunto, el cual, no logré comprender. Incluso, aún hoy no he logrado hallar el fondo del “beta” o “veta” (situación o problema suscitado) entre otras posibles acepciones del lío armado por dichas jovencillas. Cuando les solicité que retomaran la compostura (ustedes son conscientes que sin “orden” no se puede llevar a cabo ninguna clase sobre temas x o y con cualquier tipo de audiencia), su reacción fue acusarme de “mediocre tícher tirano”, por no permitirles ejercer su libertad de expresión. Este nuevo incidente durante la clase, provocó una estampida, de los 25 participantes del curso, se marcharon 12. De los 13 restantes (incluyendo a las “chicas incendiarias”), 10 se unieron a la causa de las “musas emancipadoras”. Si sumamos: 10 + 2 = 12 y 13 – 12 = 1. Como podrán dilucidar, un único alumno o, mejor dicho, alumna, permaneció (aparentemente) interesada en recibir la información sobre el tema de la cátedra para la cual fui contratado. Suena derrotista esto que voy a decir, pero debo ser sincero con ustedes y conmigo mismo. Me vi obligado a “tirar la toalla”. Llamé a los delegados de las dos asociaciones de padres y representantes y les comuniqué lo siguiente: “Lo lamento mucho, con seguridad yo estoy tan o más interesado que ustedes que se cumpla lo acordado; sin embargo, considero que esta cuarentena ha crispado los ánimos de sus muchachos. “El encierro voluntario”, el uso de mascarillas y el distanciamiento social, están enloqueciendo a mucha gente, y los niños, considero, son más proclives a irritarse por estas irregularidades en democracia.”
“Sí, lo lamento mucho. He decidido, a pesar del perjuicio financiero que me ocasiona, anular el pacto que hubimos acordado. Les regresaré los ochenta 80 dólares que me dieron como adelanto para iniciar mi tarea docente.”
Seguramente, después de la cuarentena, si acaba algún día, por supuesto, podremos impartir clases presenciales normalmente. ¿Se imaginan ustedes la respuesta que recibí de parte de los representantes, de los representantes de los nenes? Bueno… ahí les va: “¡Es usted un incompetente, incapaz de solventar inconvenientes de mínima importancia, en una clase piche con jóvenes bien educados por sus padres. Nosotros podemos dar fe de lo correcto del comportamiento, de cada familia de la cual provienen esos muchachos!”.
Ah, qué les parece. ¡Bendito sea el señor! Después de este tortuoso percance, pensaré n veces antes de aceptar este tipo de propuestas. ¡Ah, bendito sea el señor! ¡No más Tomás!