Amores en el camino|Relato

in GEMS4 years ago

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Al comenzar la pequeña cuesta los dos puntos se conectaron en la visión. Uno fijo y otro móvil. Ambos crecían a medida que el móvil se acercaba al fijo.

Desde su posición Ana veía como el multicolorido bulto cambiaba de tamaño con cada paso dado con esfuerzo. Hacían horas que ella había recorrido aquel trayecto de la carretera entre Bucaramanga y Pamplona, último trecho que la separaba de la ciudad de Cúcuta, donde buscaría la manera de entrar a Venezuela. No tenía certeza de cuántos días habían pasado desde que comenzó su caminata en la fronteriza ciudad de Rumichaca, con la intención de llegar a Barinas lo antes posible.

Juan Luis, había divisado algo que descansaba cerca del pequeño árbol a un lado de la vía. No estaba seguro qué podía ser. En el largo camino recorrido desde que salió de Trujillo, en el Norte de Perú, era frecuente encontrar cualquier cantidad de cosas dejadas por la legión de caminantes, que desde el inicio de la pandemia trataban de llegar a pie hasta la frontera de Venezuela. Apurando el aliento avanzaba con dificultad. La visión lo entusiasmaba. Cada paso en el ardiente asfalto del mediodía hacía más diáfana la vista. No tenía dudas, debajo del árbol había una persona…

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Mientras que Ana veía acercarse a Juan Luis, pensaba en qué sería de su mamá. La última noticia que supo de ella fue dos días antes de emprender su partida desde la ciudad de Cuenca, en Ecuador. Allí las cosas estaban funcionando bien, su empleo en la posada le permitía costear los gastos médicos del tratamiento de la enfermedad de su madre, pero con la llegada de la pandemia todo se fue al traste, la posada cerró y al quedarse sin empleo se tuvo que regresar. Lo poco que había ahorrado apenas le alcanzó para tomar un bus hasta Rumichaca. A partir de allí le tocó caminar…

Juan Luis, levanto la mano. Ana, correspondió el gesto. Ambos se podían ver claramente. Ana tuvo una sensación tranquilizadora, sintió que en aquel muchacho podía confiar. Luego de tantos días de caminata estaba totalmente agotada de sentirse sola. Por precaución había evitado hacer amistad con cualquiera de las personas con que se había topado en la carretera. Eran muchas las historias que contaban como entre los mismos viajeros era frecuente que se dieran ataques y robos, se había creado la leyenda que casi todos los caminantes venían forrados de dólares. Se ajustó el tapaboca y esperó...

— ¡Hola! Soy Juan Luis, dijo él, extendiendo la mano.

— Ana, dijo ella, disimulando su entusiasmo.

— ¿Vas a la frontera?

— Sí, como todos. ¿Dónde si no?

— ¿Tienes rato aquí?

— Desde la mañana, estoy completamente agotada. Creo que no puedo dar un paso más...

— Cúcuta ya está cerca, aquí no te puedes quedar. Si nos apuramos, hoy mismo en la noche llegamos.

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Los dos muchachos continuaron su marcha. Mientras caminaban se contaban sus historias. Ana, había salido a Cuenca a buscar trabajo para costear las medicinas de su madre enferma en Altamira de Cáceres, un pequeño caserío en el piedemonte andino, en la frontera entre Barinas y Mérida. Juan Luis, había salido de Caracas a Trujillo, donde logró montar con dos amigos venezolanos un pequeño taller de herrería, el que cerraron al avanzar la pandemia. Él vivía en la capital de Venezuela con dos tías casi ancianas, las que se habían quedado varadas en los Estados Unidos, al inicio de la cuarentena.

Al filo de la medianoche divisaron las luces de Cúcuta, avanzaron hacia la ciudad. En todas las plazas había grupos de personas, todos hablaban de lo mismo, el paso hacia Venezuela. La extorsión de la guardia nacional del lado venezolano era muy fuerte, lo más recomendable era tratar de acordar el pase con los trocheros. Personajes variopintos, mezcla de guerrilla y hampa común, que conocían todas las rutas, garantizaban el paso y dejaban a la gente en un punto más allá de la ciudad de San Antonio, donde con suerte podrían encontrarse algún transporte hacia el interior del país.

Preguntando y preguntando dieron con un grupo que salía al amanecer. El pase de Ana lo pagó Juan Luis con su celular. Solo tuvieron que esperar unas dos horas a que bajara el cauce del río, en la noche anterior una intensa y extraña lluvia había producido una crecida.

Los trocheros cumplieron con lo convenido. En un trayecto de la carretera dos buenos samaritanos montaron a la pareja en un desvencijado camión con destino a Barinas. La providencia acompañaba a los muchachos.

De Barinas a Altamira de Cáceres volvieron a pisar el asfalto, luego de horas de caminata arribaron a la casa de Ana, la que encontraron vacía y cerrada a cal y canto. Dos cuadras más allá vivía la madrina de la muchacha. Allí Ana se enteró que su madre había muerto tres días antes. Los vecinos se habían encargado de todo.

— Aquí tienes las llaves de la casa, es tuya ahora, dijo la madrina.

Ana escrutó el espacio con la mirada llena de nostalgia.

— Qué vas a hacer, le preguntó a Juan Luis…

— Lo que tú quieras…

— Quédate, le dijo ella…

— ¡Sí va!, respondió él… apretando entre sus brazos a la entristecida muchacha…

Gracias por tu tiempo.

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Hasta una próxima entrega. Gracias.


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Las fotos, la edición digital y los Gifs son de mi autoría.


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Muchas gracias por el apoyo.

como estas querido amigo @irvinc buenas tardes
Me encanta tus escritos, si no me lo hubieras dicho, dirías que escribes de toda la vida. excelente
aprecio que compartieras este hermoso relato
Que pases una maravillosa noche, y un feliz descanso querido amigo

Me alegra que te haya gustado. A veces la idea me viene fácil como en este caso y me distraigo bastante escribiendola, otras veces me cuesta, en esos casos lo hago por terquedad y disciplina. Muchas gracias por la visita y el comentario. Abrazos.

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