Naufragando entre letras | Combinando películas

in GEMS4 years ago
Hanna decide hacer un viaje desde su Alemania natal hasta la ciudad de las nuevas luces: Nueva York.


En el puerto de Londres desde donde zarparía el gran trasatlántico, Hanna es detenida por las autoridades. El revuelo fue grande porque el suceso fue notorio.

Allí, también se encontraba Michael, quien era alemán y otrora conoció a Hanna. Desde la cubierta del barco vio todo lo que ocurría. Miro, en silencio, alejarse el coche donde llevaban a Hanna. Le intrigaba saber por qué la habían detenido y por qué ella quería viajar para Nueva York.

Cuando Michael conoció a Hanna él era un adolescente. Tuvieron una especie de affair que había quedado como un recuerdo agraciado de sus iniciaciones sexuales. Pero al verla la reconoció inmediatamente y esos recuerdos sudorosos volvieron a su mente.

El viaje para Nueva York era para continuar sus estudios de Derecho. Él conocía del gran desastre marítimo que había ocurrido a principio del siglo XX con la embarcación llamada Titanic, pero él prefería disfrutar de la travesía oceánica en vez de hacer un vuelo en avión.

Source: Pixabay.

El barco zarpó y el alboroto a bordo era sin igual. Se trataba de un barco lujoso con muchas comodidades. Había un gran casino, cinco comedores, dos salas de baile, áreas para ejercitarse, tres piscinas, centro de spa, varias áreas comunes para la relajación y la lectura. Era, realmente, un lujo estar en esa embarcación. No obstante, al alejarse del puerto, Michael no pudo evitar empezar a contar los botes salvavidas mientras caminaba hacia uno de los comedores.


Los días que estuvo en el nuevo Titanic fueron muy agradables. Sin embargo, Michael no dejaba de pensar en la mayor tragedia marítima ocurrida por negligencia y avaricia.

Una noche, disfrutando de la brisa marina y el cielo estrellado vio una sombra parecida a un iceberg. De pronto, sintió que se le congeló la sonrisa.

En forma de alucinaciones vio el barco chocar contra el iceberg. Vio los pedazos de hielo entrar por las ventanas de los camarotes. Sintió el crujir del hierro partiéndose en dos y los gritos de la gente desesperada flotando en el negro océano.

Fue una sensación terrible y amarga.

Cuando llegó a Nueva York telefoneó inmediatamente a un colega, que se encontraba en Alemania, y le solicitó que averiguara acerca de Hanna.

A los quince días recibió una llamada de vuelta y su amigo le dijo que Hanna sería juzgada por crímenes de la segunda guerra mundial.

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Michael visitó un museo neoyorkino donde honraban lo ocurrido en el llamado holocausto. Él, como alemán, tenía y conocía una historia diferente.


Sin una aparente explicación lógica solicitó permiso para cesar sus estudios en la universidad. Luego, compró un boleto aéreo para volver a Alemania. La verdad es que quería estar presente en el juicio de Hanna.

Desde una sala pública vio entrar a Hanna. Ella no era la misma tez que la mujer que conoció cuando era joven ni la mujer que vio cuando se la llevaron detenida en el puerto de Londrés. Estaba cambiada, triste y envejecida.

La sala era fría como el iceberg que hundió al Titanic. Los cargos fueron anunciados en voz alta y el fiscal, con una determinación implacable, le expuso al jurado los crímenes de aquella mujer.

Era el último día del juicio y Michael, horrorizado, vio lo que nadie pude ver, Hanna era analfabeta. Eso no la liberaba de culpas pero él sabía que ella firmó su sentencia de muerte desconociendo lo que estaba escrito en un papel.

Regresó abrumado a su apartamento. Al día siguiente fue al juzgado para leer el expediente de Hanna. Llenó una serie de requisitos para tener acceso a esos documentos y finalmente pudo sentarse en la sala de lectura y ojear con tranquilidad la sentencia.

La culpabilidad de Hanna estaba basada en el testimonio de otras mujeres que trabajaron con ella. Un documento firmado por cinco mujeres decía que Hanna encerró en una iglesia a unas familias judías mientras le prendían fuego a todas las casas del pequeño pueblo. Todos murieron menos una mujer que logró escapar del incendio.

Michael no sabía qué hacer. Estaba deshecho al conocer las actividades de Hanna durante la segunda guerra mundial y al mismo tiempo sabía que ella no era culpable de todo lo que le imputaban. Pero había que impartir justicia y eso era lo que había sucedido.

Michael pasó varios días en Alemania paseando por las calles como un errante sobreviviente del Titanic. Su mente divagaba en las profundidades del océano donde un pedazo del gran barco escondía los secretos atrapados de cientos de almas.

Antes de volver a Nueva York, Michael decidió visitar a Hanna en la cárcel donde cumpliría su condena.

Se reconocieron cuando se vieron. Hubo varios minutos de silencio. Michael empezó a hablar. Le dijo a Hanna que conocía su secreto. Le entregó un libro de poemas y una cinta de cassette, grabada por él, recitando los poemas. Ella no dijo nada. Michael se fue.

Agarró el libro, lo abrió y lo cerró. Luego, pidió a un custodio que le prestase una grabadora. Colocó el cassette y oyó extasiada el primer poema. Abrió el poemario nuevamente y oyó la grabación mientras las letras naufragaban frente a sus ojos.

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Hizo esta misma actividad, con el primer poema, cientos de veces. Las letras empezaron a tener orden. Las letras y la voz de Michael se transformaron en palabras que ahora Hanna escribía en un papel.


Los libros iban tomando sentido en la vida de Hanna pero era vida lo que ella ahora tenía. Pues sí! Hanna, por primera vez, estaba descubriendo al mundo en el que ella siempre quiso vivir.

No obstante, la literatura no sólo es poesía. Hanna aprendió a leer y en avidez pidió libros que hablasen de la segunda guerra mundial. Quedó estupefacta de lo que leyó. Supo, con ímpetu, que ella había sido cómplice de uno de los episodios más tristes y espeluznante de la humanidad.

Hanna y Michael no se encontraron nunca más. Él se fue para Nueva York, en otro viaje transoceánico, donde continuó sus estudios y su vida. Ella escribió su historia, en una especie de diarios, que fueron enviados tras su muerte a Michael.

Hanna, como último deseo, le pide a Michael, en una extensa carta, que dé sus ahorros de prisión a la dama que fue la única sobreviviente de la iglesia incendiada.

Además, le dice que ella jamás pudo conocer el Atlántico, viajando en aquel enorme barco que la llevaría a Nueva York, por lo que, como una petición especial, le envía una medallita en forma de corazón para que la lance al océano mientras recita el poema escrito por ella titulado “El corazón del mar”.

Amables lectores: esta historia está basada en la combinación de dos películas: El Lector de Stephen Daldry y Titanic de James Cameron. Así, hago mi participación en el concurso de @fuerza-hispana cuyo enlace coloco a continuación Resolución de concurso de alebrijes y nuevo concurso.

Gracias por leer.
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Historia @marcybetancourt

© Jun 2020, Marcy Betancourt

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Excelente participación, combinar la historia era un poco extraña porque en ambas películas es la misma Actriz.

Participando.

Es muy complejo combinar películas.
Excelente noticia! Gracias por la información de la participación.