La Gallera | Relato corto |

in GEMS4 years ago

La Gallera

   

    Uno detrás de otro entraron hasta estar los cuarenta y dos hombres presentes. Dos de ellos, conocidos como Muñón y Pelo Malo, prepararon el ring. Cada uno echó la sal por una mitad hasta cerrar una circunferencia. Muñón salió y regresó un minuto después cargando en cada brazo una lona enrollada, dentro de ellas reposaban diversos artilugios cortantes: unas navajas, cuchillos de carnicero, machetes bisturíes y demás, lanzó una de estas a Pelo Malo y cada uno puso las armas sobre unas mesitas.

    —¡Hermanos! —apenas alzó la voz Muñón todos los presentes alzaron la vista — Estamos acá, una vez más, para presenciar la gloria de uno y la derrota de otro. Al final de esta noche los cuarenta y dos serán cuarenta y uno.

    —Uno de nuestros más recientes miembros —siguió Pelo Malo, y todos voltearon a verle —se adjudicó el honor de enfrentar hoy su primera batalla. ¿Será esta la última? —de los presentes, casi todos gritaron «¡No!» al unísono, otros pocos replicaron: «¡Sí!» — ¿Quién será el contendiente? —Nadie atendió al llamado — ¡Dante! da un paso al frente —dijo, señalando al iniciado.

    El muchacho, de veintitantos años de edad, caminó hasta el centro de la zona de batalla, solo vestía con unos jeans viejos con varios agujeros en las piernas, y se dio tres golpes en el pecho pavoneándose por la arena, con aires de victoria prematura, ante los demás.

    —¿Quién será el contendiente? —preguntó otra vez Pelo Malo — ¿Quién enviará a este sangre nueva ante el Creador?

    —¡Seré yo! —respondió un hombre, el apodado como Sacerdote hasta que, en su quinta batalla, perdió un ojo. Desde entonces le llamaron Tuerto. El hombre era un veterano, vencedor en seis enfrentamientos — Serás el séptimo, muchacho. El siete de la buena suerte —dijo, con tono burlón, dirigiéndose a Dante.

    Dante cogió un cuchillo de doble filo y un machete, el Tuerto tomó dos cuchillas de carnicero. Cuando ambos peleadores se acomodaron a cada lado del óvalo Muñón dio comienzo a la contienda y el público se unió en una especie de alarido, un sonido: uuuuuuuuuuuuuuuuuuh.

    —¿Sabes por qué me llamaban "Sacerdote", pequeño Dante? —él respondió con un escupitajo a la arena — Qué maleducado. Es porque —antes de que terminara de hablar Dante le atacó. Bloqueó el golpe con sus cuchillos — ¡Wow! ¡Eso estuvo cerca! —dijo y lanzó una estocada. Falló. El joven dio un par de pasos hacia atrás —. ¡Es porque siempre hago que mis rivales confiesen sus pecados —aseguró el Tuerto y dio otros tajos, con la izquierda primero, luego con la derecha, Dante esquivó ambos —, antes de enviarlos con el Creador!

    A simple vista, el Tuerto era más fuerte que Dante, y había elegido armas que le favorecían más por su fuerza; en ese momento, mientras bloqueaba dos estocadas seguidas, el chico se lamentó de no haber elegido al menos un cuchillo de carnicero también. Concluyó que la clave para su victoria estaría en tomar distancia, puesto que el machete le brindaría mejor capacidad de cortar conservando una separación suficiente como para no ser alcanzado por los cuchillos de carnicero. «Si me alejo otra vez, y lo hago venir hacia mí lo tendré» pensó.

    Retrocedió varios pasos, casi junto al borde del óvalo de sal, donde los hombres eufóricos gritaban, aupaban y maldecían a los peleadores, el tuerto se abalanzó sobre él. «Espera, espera —se repetía a medida que veía paso a paso al corpulento hombre acercándose a él — ¡Ahora!». Una ráfaga de sangre partió hacia el cielo, desde el ombligo del atacante. El Tuerto era hombre muerto, su último reflejo antes de caer al suelo fue intentar contener el mar de sangre e intestinos expulsados por su cuerpo. Dante no salió ileso del ataque, uno de los cuchillos de carnicero voló y se clavó profundamente en su hombro.

    El chico se lanzó de espaldas al piso, con el brazo entumecido y el cuchillo aún clavado al hombro, aliviado. —Maldito sacerdote —dijo, con una sonrisa —, se acabaron tus putas confesiones.

    —¡El Blasfemo! —gritó uno de los espectadores — ¡El Blasfemo! —siguieron otros más, desde el suelo Dante lo veía todo — ¡Blasfemo! ¡Blasfemo! ¡Blasfemo! —corearon todos los demás.



Foto original de Pixabay | enriquelopezgarre

   

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