Pero el gran Bethobeen luego de seis meses en casa de su nuevo dueño comenzó a generar inconvenientes ya que a la abuela del joven no le gustaban los perros pues producía olores nauseabundos por toda la casa.
La casa era pequeña y no tenía patio. Un día la abuela a escondidas del joven lo regaló a un desconocido que lo llevó a su casa y lo amarró en el solar de su casa dejándolo a la intemperie, hambriento y lejos del amor que le proporcionaba su amo.
Bethobeen aullaba y sollozaba de tristeza ya que extrañaba a su antiguo dueño. Un buen día el hombre que tenía en su poder a Bethobeen le fue a dar agua y este lo rechazó de inmediato con rabia. El hombre cansado por la actitud del perro decidió soltarlo y dejarlo a su libre albedrío quien enseguida huyó del lugar.
Dejandose llevar por su instinto animal durante varios días a merced de calor, la lluvia, la sed y el hambre buscó nuevamente entre las calles aquel joven que tanto amor y cariño había llenado su corazón de alegría.
Un buen día al joven se le ocurrió salir a comprar encontrándose Bethobeen cerca del lugar pues este al percibir su olor enseguida se le abalanzó y puso sus patas encima del joven ladrando de emoción.
Cuando el muchacho cae en cuenta lloró intensamente de alegría pues nunca pensó que volvería a ver a su entrañable mascota.
Enseguida lo llevó a su casa lo bañó, lo peluqueo y perfumó decidiendo encontrar un lugar donde Bethobeen pudiera estar y compartir con él, para darle amor y disfrutar de la fiel compañía de este hermoso animal que por años fue su más sincero amigo.
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