El Espejo de Venus - Concurso Freewriters

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Tomada y editada, de Pixabay

EL ESPEJO DE VENUS por @pelulacro

A su edad, Rodrigo era un artista reconocido dentro y fuera del país. Numerosas exposiciones de sus cuadros, algunos años de docencia en la Escuela de Bellas Artes de la Capital y una posición económica holgada le permitía una vida bohemia y viajar por toda España.

Desde niño se sintió atraído por la pintura y por la vida de los pintores y la época que vivieron, particularmente el arte pictórico desde el siglo XVII al XIX. Visitaba las exposiciones en los museos y galerías de la capital y otras importantes de la provincia y cuando pudo reunir suficientes recursos viajó en varias ocasiones por Francia, Inglaterra, Italia, Grecia, Alemania y también conoció México y otros países de América.

Con casi sesenta años, dos matrimonios fallidos, poca comunicación con la familia, dos hijos adolescentes del segundo matrimonio a quienes visitaba ocasionalmente; alejado de sus padres y hermanos; se acostumbró a vivir solo, en su casa estudio, entre sus decenas de libros, cuadros y utensilios de trabajo. En los últimos nueve o diez años, Regina, su alumna y compañera de vida, o de viaje, como él solía presentarla, lo ayudaba en el trabajo, en las ocupaciones de la casa y frecuentemente lo acompañaba en sus rondas por museos y galerías de Madrid o en los encuentros con los compañeros de tertulia.

Sin embargo, Rodrigo no se sentía realizado. Pasaba horas contemplando su actual trabajo y sabía que faltaba algo pero no sabía qué. Pensaba que el trabajo del realismo no sólo llegaba más a todos, sino que era una forma de idealizar la realidad, donde todo se viera bien, perfectamente bien, pero al mismo tiempo huía del academicismo formal de los clásicos. Regina se permitió criticar esa idea porque no lo consideraba verdadero arte, por su anacronismo. Era la discusión de siempre. Ella no era partidaria del realismo y mucho menos del realismo barroco o del posromanticismo. Siempre se preguntaba, ¿Dónde está el arte, si no ves el mundo en la obra?; dentro del mundo de lo real está también lo irreal y lo conmovedor; si no ves con otros ojos, no ves la realidad con el alma, no encontrarás tu verdad, lo más profundo, el arte, tu arte, la mirada del artista”.

Esta posición de su alumna y eventual compañera de vida le intrigaba e irritaba a veces. Los dibujos y pinturas de Regina se enmarcaban más dentro del posmodernismo y del simbolismo; sus imágenes eran más estilizadas e incorporaban elementos exóticos que aportaban brillo y belleza. La búsqueda actual de Rodrigo era otra, pero no encontraba el camino ni la técnica para deslindarse del realismo.

En una ocasión, en plena discusión, Regina le dijo que en el rostro del modelo retratado, los ojos expresaban la tristeza y la desilusión del pintor. Rodrigo no ocultó su enojo y le exigió explicaciones y ella se limitó a decirle: “Mírate en el espejo durante cinco minutos, sin apartar la mirada de tus ojos y encontrarás la otra mirada”. A lo que él le dijo, “No soy Velázquez, ni pretendo serlo, no necesito espejos para encontrarme a mí mismo, ni siquiera uso espejos para afeitarme”;

-Debo terminar estos cuadros, en dos semanas debo viajar a Barcelona, y quiero que me acompañes- Dijo tajante el pintor
-Pero eso es justamente lo que necesitas, verte a tí mismo, ¿por qué no pintas tu autorretrato?; al menos deberías usar un espejo para rasurarte y lavarte la cara. No pienso viajar contigo, yo también tengo compromisos que cumplir en la universidad.

Días después, en sus habituales caminatas por Madrid, visitó una tienda de antigüedades de la Calle Belén donde solía adquirir muebles u objetos curiosos para nutrir sus escenarios. La encargada lo recibía afablemente porque algunos de sus cuadros estaban a la venta en este concurrido local.

-¿Qué lo trae por acá Rodrigo? ¿Busca un objeto especial?- preguntó Alba
-Puede que te cause gracia, pero me gustaría encontrar algún objeto antiguo que atrape mi alma, mi sentir, que me permita conocer esa parte oculta que desconozco- Respondió el pintor, evadiendo la mirada desconcertada de la encargada.
-¿Tienes espejos? Puede ser uno no muy grande- Preguntó
-Hay varios. Aquí tenemos un espejo muy antiguo muy parecido al que aparece en el cuadro "La Venus del espejo" de Diego Velázquez. Quien lo trajo dijo que era el espejo del pintor sevillano pero no creo que tenga más de 100 años. Es muy antiguo, se lo garantizo, y su marco labrado en ébano es una obra de arte.

Rodrigo pidió ver el costoso espejo y en pocos minutos decidió adquirirlo y llevarlo a su estudio. Lo colocó en un caballete, cerca de su área de trabajo y lo cubrió con una tela al igual que otros cuatro cuadros inconclusos, para que Regina no lo viera ni hiciera comentarios del tema. Decidió cambiar su rutina y pintar cuando Regina no estuviera en casa o cuando estuviera dormida.

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Tomada de Pixabay

La primera vez se sentó frente al caballete y quitó la tela que cubría el espejo y a los pocos minutos comenzó a tocarse el rostro, acercó más su cara al vidrio y seguía tocándose y examinándose. Se dirigió al lavamanos y se lavó la cara con jabón, se secó con una toalla limpia y se miró frente un pequeño espejo colocado encima del lavamanos y sonrió satisfecho. Volvió a su sitio de trabajo y miró hacia el espejo de ébano y no pudo apartar la mirada durante varios minutos. Entonces sacó del mueble del lavamanos la crema de afeitar y una navaja de afeitar.

Rodrigo estaba pálido, se dirigió al Espejo de venus y aplicó abundante espuma en su rostro y cuello; de inmediato se rasuró rigurosamente la barba y el bigote; se lavó nuevamente la cara y volvió al espejo. Sus ojos abiertos desmesuradamente solo expresaban sorpresa, miedo y desesperación; se tocaba los pómulos y la nariz como constatando la forma y su tamaño, se tocaba los labios, sacaba la lengua y halaba sus orejas. Nuevamente se untó la crema de afeitar en la cara y cabeza y con una tijera se cortó el cabello. Así estuvo Rodrigo varias horas, lavándose la cara con jabón y rasurándose hasta que comenzó a reírse y a gritar de un modo tal que despertó a Regina y su paroxismo incontenible la obligó a llamar al Servicio Médico de Emergencias.

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Tomada de Pixabay

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