El pardo - Relato (11)

in OCD3 years ago (edited)


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El pardo buscaba ahora un lugar lo suficientemente hondo y alejado de la orilla para deshacerse del bulto. Medía con la pértiga, y la profundidad no había pasado de vara y media hasta entonces. No era bastante; debía encontrar la madre del río.

La barca pasó junto a un árbol seco y alborotó a unas garzas que dormitaban tranquilas en sus ramas. Las aves levantaron bruscamente el vuelo y llenaron el aire de graznidos desagradables. Hasta ese momento, Nuño había logrado mantener a raya sus miedos. Pero este sobresalto lo desarmó durante unos instantes y no pudo evitar musitar una breve plegaria. Tenía los nervios a flor de piel; se acumulaban los malos augurios. Quería desprenderse de aquel lastre lo antes posible y salir de allí.

Siguió bogando durante un buen rato. Cruzó un paso estrecho y entró en otra laguna. En la distancia chapoteaban algunos patos que se alimentaban de noche. El ruido de las cañas se alejaba, señal de que el espacio que atravesaba era vasto. La profundidad había aumentado bien poco, sin embargo. Quizá se acercara a las dos varas por allí.

A esas alturas, Nuño no esperaba encontrar un lugar mejor, así que decidió plantarse allí. Clavó la pértiga en el cieno y el bote empezó a pivotar sobre ella. Tuvo que hacer algo de fuerza para evitar que se alejase y lograr que se detuviera del todo. Después se movió hacia el fardo, con mucho cuidado, y lo levantó con firmeza. Pesaba. Entre las redes había enganchado un buen número de pedruscos para que se quedase hundido en el fondo. Inspiró profundamente y lo lanzó al agua. La barca osciló peligrosamente, pero logró mantener el equilibrio. A lo lejos, las aves interrumpieron su jaleo. Nuño se quedó observando cómo desaparecía el bulto. Aguardó hasta que emergieron las últimas burbujas y luego prosiguió su singladura sin mirar atrás.

Se sentía liberado. En cuanto se hubo alejado un poco, detuvo de nuevo la embarcación y se sentó en el fondo. Rebuscó en la bolsa que llevaba atada al cinturón y sacó la impresionante joya. Necesitaba contemplarla otra vez. Su sola visión lo inundaba de una pasión desconocida. Estuvo un buen rato admirándola a la luz del candil. Era enorme. Era una fortuna. Y era suya.

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Autor: Javier G. Alcaraván (@iaberius)

La ilustración digital que acompaña al relato la he trabajado a partir de una acuarela de Juan Gallego (@arcoiris), que me ha dado su permiso.

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