El pardo - Relato (8)

in OCD3 years ago (edited)


interior_de_una_casilla.jpg

María levantó la persiana de cañas que servía de puerta y le indicó que pasara. El hombre le hizo caso y, al entrar, se dio un golpe tremendo contra el madero del dintel; el interior estaba un par de palmos por debajo del nivel del suelo.

-¡Qué torpe! ¿No has visto el escalón?

Nuño gruño, aturdido, y María lo cogió de la mano.

-Ven, pasa. Así, con cuidado. Es que eres muy alto.

Los recibió un agradable calorcillo. La única iluminación de la estancia procedía de las ascuas casi apagadas del hogar. La niña lo llevó hasta un gran poyete adosado a la pared que había a la izquierda de la puerta. Estaba cubierto de unas pieles de borrego muy acogedoras.

-Siéntate aquí. O túmbate si quieres. Voy a preparar una cosa para que se te pase el dolor y no te salga un chichón. Me lo enseñó mi madre.

La niña desapareció en las sombras. Nuño se palpó la cabeza y comprobó que no se había hecho herida. Pero le dolía horrores y comenzaba a sentir nauseas. Se recostó contra la pared y cerró los ojos. Oía cómo la niña revolvía en algún rincón y luego daba un gritito de satisfacción.

Cuando abrió los ojos de nuevo, ya se había acostumbrado a la penumbra. Advirtió que la casilla constaba de dos estancias, la principal y otra que se adivinaba al fondo, a su izquierda, tras una puertecilla baja. Seguramente la alcoba. La chiquilla estaba justo enfrente, amasando algo en una mesa baja. En realidad era un mero tablero sobre un par de tocones. A su derecha, en la esquina, estaba el hogar; una gran olla colgaba sobre él de unas cadenas y arriba, en el techo, había practicada una salida para el humo. El resto del espacio lo ocupaban unos cuantos cacharros de barro y, al otro lado de la mesa, un par de orzas de buen tamaño y unos capazos de esparto. De la otra pared colgaban algunas redes, y en el suelo se amontonaban garlitos, rejacas y otros aparejos de pesca. Había unas cuantas banquetas y varios serijos repartidos por el cuarto, y el piso estaba cubierto de paja o de algo semejante.

La niña terminó lo que estaba haciendo y se volvió. Llevaba en las manos un paño sobre el que había extendido una cataplasma.

-Toma, ponte esto en la cabeza.

El pardo miró aquella cosa con ojos desconfiados pero, ante la mirada insistente de la niña, tomó el paño y se lo aplicó en la cabeza. Olía a rayos, pero sintió un alivio inmediato.

-Sujétalo durante un rato ¿eh?

Ya no tenía ninguna duda, su madre había sido curandera. O una hechicera.

Continúa >

Autor: Javier G. Alcaraván (@iaberius)

Esta ilustración la ha realizado Juan Gallego (@arcoiris), en exclusiva, para publicarla acompañando a este relato. Representa el interior de una antigua casilla manchega.

Sort:  

Solo quisiera sentir ese olor a rayos... Qué lindo debe ser, o quizá feo, vaya uno a saber.

Pues es peor que el olor a gato mojado pero mas soportable que el olor a rayos fritos.