Suele ocurrir, en ocasiones, que aquello que en un principio nos llama la atención, hasta el punto de la fascinación, pueda esconder algún secreto tan terrible, que nos obligue a aceptar como válido ese antiguo refrán popular, que afirma solemnemente que no es oro todo lo que reluce.
En ese sentido, recuerdo que en cierta hermosa ciudad situada en algún lugar de las aurienses soledades gallegas –que viene a ser lo mismo que lo que hizo Cervantes siguiendo las directrices de Sócrates cuando afirmó aquello de: sólo sé que no sé nada- un peculiar edificio medieval me llamó poderosamente la atención, de similar manera a como la casita de chocolate y caramelo, perdida en la umbría profundidad del bosque, captó la atención de los hermanos Hansel y Gretel.
Su fascinante portada, de un gótico arcaizante, sus costosos y sólidos sillares y la profusión de pequeños escudos nobiliarios, me atraparon como la araña a la mosca, encendiendo mi imaginación sobre antiguas gestas de honrosa caballería, donde quizás los herméticos Templeisen de la historia del Parzival de Wolfram von Eschenbach, tuvieron su cuartel, donde acogían y ofrecían hospitalidad a los peregrinos que se dirigían a Compostela, siguiendo la denominada Vía o Ruta de la Plata.
Al fin y al cabo, unos minutos antes, me había parecido descubrir la sepultura de uno de ellos, en uno de los arcosolios exteriores de la cercana iglesia románica de Santiago.
Nada más lejos de la realidad, pues tarde, como Hansel y Gretel, me tropecé de bruces con la bruja perversa del cuento, e identificando uno de los escudos, mis ilusiones rodaron por los suelos, pues aquélla hermosa casa no era, ni más ni menos, que el cuartel que los dominicos –a los que en la Edad Media se conocían con el terrible apelativo de ‘los perros de Dios’- tenían en la ciudad.
¿Qué significaba esto?. Pues simplemente, que se trataba de un lugar donde la tragedia, la tortura y la muerte habían malogrado infinidad de vidas humanas, el eco de cuyos lamentos parecía adherirse a esos escudos, pues bajo su enseña se habían cometido perversidades sin nombre, castigos y linchamientos de personas que tal vez fueran inocentes o lo que es todavía peor, falsamente denunciadas y acusadas de brujería por vecinos envidiosos, que sólo pretendían medrar con su maldad y donde el Santo Oficio, conocido también como la Santa Inquisición, había establecido su Cuartel General.
Y es que, amigos, en ocasiones, incluso en el extraño Camino de Santiago, las apariencias engañan.
AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual.
He leído tantas cosas maravillosas del Camino de Santiago, que quedo perpleja con este relato. Aunque habría de suponer que allí hubiese este tipo de estructura con esta historia si consideramos que allí se conservan albergues, monasterios cristianos. Con los años he descubierto que yo estoy más lejos de las religiones y más cerca de Dios. Como siempre, hermosas fotografías y excelente información. Saludos, @juancar347
Estimada amiga, el Camino de Santiago es también el Camino de la Vida y como sabes, la mejor metáfora de la Vida es la Rosa: es realmente hermosa, pero también tiene sus espinas. España fue uno de los países donde la institución de la Inquisición estuvo más tiempo instaurada. Podría decirse que hasta tiempos relativamente modernos. Sus acciones fueron realmente crueles y desagradables en toda Europa, sobre todo a partir del siglo XII con la cruzada, en la Occitania francesa, de la denominada herejía cátara o albigense. A partir de ahí, su brazo se extendió como los tentáculos de un pulpo. Pero es cierto que prima más la belleza del Camino, que las espinas que puedas encontrar en él. Ocurre, simplemente, que es bueno conocer algo de los sitios por donde transcurre y he creído conveniente, además de presentar otro tipo de arquitectura de la época, hablar también de este lado menos grato. Muchas gracias por tu comentario y un afectuoso saludo.