Raíces: La historia jamás contada de mi abuela | Parte 1

in Literatos2 years ago (edited)


El lugar del que venimos.png

Nunca me cansaré de mirar la playa. El cuerpo de agua con colores verdosos y celestes que se extiende por la inmensidad. Desde esta orilla hasta el infinito.
Yo miro, sintiendo el viento en mi rostro, la arena entre los dedos de mis pies y el sabor salado en mi lengua.
Este es un intento para ver el lugar del que provengo en la lejanía. Aunque estoy casi segura de que es humanamente imposible por dos razones:
La primera es porque ya tengo 77 años y mi vista se deterioró. La segunda es porque mi lugar de origen queda a 822 kilómetros de distancia.


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Oiba, Santander del Sur, Colombia
1953
9 años

El riachuelo suena en las cercanías mientras estoy en la copa de uno de los árboles. Puedo ver la ciudad a lo lejos como un punto. Entonces, pienso en el tiempo que le lleva a un par de pies humanos subir y bajar esta montaña.
En el tiempo que seguiré sola.
Como otra pumarosa que tomo del árbol y bajo con destreza, tratando de no rasparme. Cuando tengo los pies descalzos sobre la tierra fría y húmeda, hago una carrera conmigo misma para saber quién llegará primero al rancho.
Atravieso los mismos caminos de barro, monte y charcos hasta llegar al verdor de las plantaciones de mi madre, que recorro con rapidez.
Diviso cada vez más cerca el rancho de latas y madera, marrón y azul, con una puerta que se mueve sola por las ventiscas.
Mientras me acerco a paso apurado, la figura regia y soberbia de mi madre se hace más temible en la entrada de la casa.
Me petrifico, pero con su mirada desafiante me hace saber que no tengo escapatoria.
─ ¡Martha!
Su voz resonó por toda la montaña. Se me paralizó el corazón. Llevaba un vestido gris, el cabello desgreñado, una olla en una mano y una vara en otra.
Eso me hizo mirar mi mano izquierda. Intentar moverla sin poder hacerlo, con los dedos amontonados sobre otro como una pila de palillos sin vida.
─ ¡No me hagas ir detrás de ti! ─advirtió─ Llevo media hora esperando que me hagas la maldita comida y no aparecías.
Gritó las últimas dos palabras con furia.
Entonces, me aterré.
Como cada vez que llegaba tan ebria que no podía moverse. O las veces que aparecía con hombres enormes.
─Niña, no he tenido un buen día. No me hagas perder la paciencia ─resopló. Comenzó a caminar y yo a correr en dirección contraria.
Pensaba en los jalones de pelo que me tiraba cuando no le gustaba mi comida. En los azotes a mis manos por tratar de probar solo un poco de lo que hacía para ella. En las veces que me dijo que era su ruina por haber nacido niña.
Corría con ella detrás de mí. Huía pensando que nadie mejor que yo conocía la selva del cerro y se cansaría. Luego, se haría de noche, yo volvería a la casa y dormiría en el suelo como cada noche.
Ella nunca estaba en las noches y llegaba ebria en el medio día.
Excepto por esta mañana, en la que llegó temprano.
Sentía mi corazón acelerado. Sus gritos con mi nombre cada vez más cerca. El sonido del viento rugiendo con cada paso de ella. Así que decidí subir a un árbol y esconderme de la vieja bruja.
Lo hice y me mantuve en silencio. Por un rato oí mi nombre. Luego sus palabras rompiendo mis esperanzas.
─Huye todo lo que quieras, niña. Pero voy a quedarme en la casa. Ya no aceptan putas en la ciudad y si vuelven a meterme presa me darán varios años.
Trago hondo. Eso significa que tendré que pasar más tiempo con ella. Que deberé vivir con ella. Siento como todo se estremece y no es porque esté en un árbol, sino porque ya no podré librarme tan solo unas horas de ella.
Miré de nuevo mi mano y pensé en cómo se jactaba de lo que me hizo al tener un año.
“No dejabas de llorar, así que metí tu mano en una olla de agua hirviendo” dijo una vez luego de una paliza. Como para amenazarme. Ahora lo repetía cada vez que podía.
Esperé a que todo se quedara en silencio. A que la mañana comenzara a hacerse de tarde mientras comía cuanta fruta viera por ahí.
Así fue como vi, a lo lejos, la ciudad y no lo pensé demasiado. Bajé de mi escondite y empecé a caminar hasta el punto de luces, casas y bullicio que veía desde mi árbol.

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Solo pensaba en que no podía volver, en recoger agua del riachuelo y en que no había dejado nada mío en el rancho. Todas las pertenencias que poseía estaban conmigo: una bata blanca con rosado rasgada y sucia que lavaba a diario mientras me bañaba en el río.
No sabía muy bien cómo llegar a la ciudad. Solo sabía que debía ir al norte. El ver carretas jaladas por caballos con hombres encima me asustaba, pero me hacía pensar que iba en la dirección correcta.
Cuando empezaron a cambiar los colores del cielo, el suelo de barro por adoquines y las plantaciones por casas, supe que había llegado.
Solo recordaba haber estado una vez en el pueblo con la vieja bruja. Fue cuando la apresaron y me buscaron unos señores bien vestidos en el cerro. Dijeron que ella me buscaba.
Era para usar la excusa de “Tiene una hija por la que velar”. Y le sirvió.
Pero, ahora debía esconderme. Ella me buscaría en la ciudad de seguro. Así que debía hallar un refugio. Me paré en medio de una plaza con bancas frente a una iglesia de piedras y le pedí a Dios que me mandara al lugar indicado.
No pude evitar llorar. Ahí, con la gente pasando y mirándome.
Una mujer que fumaba un cigarro en una banqueta se levantó y se paró a mi lado.
─¿Qué pasa, muchacha?
La miré con atención, llevaba el pelo suelto, un collar de piedras rojas y una camisa blanca de botones con una falda.
─¿Perdiste a tus padres?
─¡No! ─grité con terror.
─¿Qué puedo hacer por ti? ─se arrodilló a mi lado.
─Lléveme a su casa ─ella se mordió el labio y me ofreció su mano, estaba fría. Caminó conmigo hasta un edificio en frente de la iglesia. Tenía una entrada inmensa y una imagen de un hombre de bigote en una fotografía.
Dentro las bancas eran de madera y tenía un cubículo pequeño con unos papeles encima de un escritorio. Detrás había un enorme pasillo con cuartos.
─Espera aquí ─susurró.
Entró al último cuarto y salió con el mismo hombre de la fotografía. Él sonreía e iba vestido con una camisa blanca, un pantalón, saco y corbata.
─Buenas tardes, pequeña ¿Cuál es tu nombre? ─tenía voz dulce y apacible.
─Martha ─dije muy bajito.
─¿Cómo se llama tu mamá?
─Bruja ─Fue lo primero que pensé.
Él me miró por unos segundos.
─Asalia ─contesté finalmente.
─¿Y de dónde vienes?
─Del cerro ─señalé con el brazo en dirección al norte.
─Bueno, Martha. Yo soy el alcalde del lugar. Mi deber es entregarte a tu madre. La buscaremos ─negué con la cabeza y empecé a llorar.
─Puedes quedarte esta noche en una de las bancas─ murmuró viéndome.
Seguí llorando con la señorita mirándome en silencio.
No sé por cuanto tiempo lloré sentada en la banca. Solo sé que me despertó la voz más nauseabunda que he escuchado.
─Martha, maldito castigo de Dios ─Era ella y la mujer estaba intentando contenerla. Me desperté y solo podía verla mover la vara en el aire.
─Les dijiste que te maltrato ─ella se reía y yo trataba de pensar si les había dicho algo así.
Entonces, el alcalde entró con un atuendo similar al de la noche anterior y le respondió.
─No dijo nada de eso, es evidente por su estado, señora Asalia.
Mi madre se volteó a verlo asustada.
─Buenos días ─dijo él─. Solo quería saber si da en adopción a la pequeña Martha ─ella sonrió. En realidad se carcajeó.
─¿Dónde firmo? Es más, dela por regalada ─comenzó a caminar con la vara a la entrada del lugar. No sin antes voltearse a mirarme y sentenciar.
─Si hubieses sido niño, hubieses valido más plata. Pero, saliste niña y el maldito viejo no te heredó nada.
Siguió caminando y me dejó ahí con un par de personas desconocidas.

*Todos los nombres de esta historia fueron cambiados para proteger su intimidad.

Imagenes sacadas de pixbay

Continuación del relato aquí.

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