Concurso de cuentos infantiles en homenaje al escritor venezolano Aquiles Nazoa / CON EL CANTO DE LAS COCORAS

in Literatos3 years ago (edited)

Saludos, amigos todos de HIVE GLOB.

Me uno al deseo de coordinadores de #Literatos y al promotor #Hive: @theycallmedan, con el mayor placer. Fui una niña que creció escuchando el programa “Las cosas más sencillas” de Aquiles Nazoa, recuerdo el día en que nos mostró la mágica esencia de las pompas de jabón. Luego, lo conocí personalmente en Caracas, cuando cámara en mano me paseaba por los pasillos de la Universidad Central de Venezuela, uno de esos días estaban los universitarios revueltos capaces de enfrentarse a la policía militar y Aquiles alzó una voz potente, en la Plaza del Rectorado, gran asombro de mi parte, dejó atrás su voz pausada y dulce, para convencer a aquellos muchachos encendidos de la imprudencia de lanzarse a la calle sin defensa alguna. Créanme yo estaba a dos pasos de él, recuerdo su mirada brillante directa en la mía y su sonrisa cuando en medio de aplausos y las manifestaciones de cariño lo alejaron del tumulto, muchos le agradecieron haber logrado con tan inflamado discurso, un llamado a la reflexión de los jóvenes. Cinco años después aún vivía en Caracas, fue lamentable escuchar la noticia del accidente.

Aquí dejo mi ilustración y el cuento CON EL CANTO DE LAS COCORAS.

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CON EL CANTO DE LAS COCORAS

Del libro de Carlota

“Todas estas locuras
me las dice Carlota
un morrocoy que para no aburrirse,
se distrae escribiendo sus memorias.”

Aquiles Nazoa.

Hola, soy la niña de las botas rojas y quiero contarte un cuento.

Llegaría la tan anunciada lluvia, los grises y rosas pintarían el cielo, con suerte veríamos muchos arcoíris. Eran los últimos días del mes de abril, las flores del roble expelían su aroma a los alrededores de la plaza, lugar de encuentros y juegos al final de la tarde.

Escuché cantar a las chicharras todo el día. El pájaro de copete rojo complacido de poder comer tantas larvas, acompasaba los estridentes chirridos de las visitantes ocasionales con su rítmico picoteo, igual que mi profesor de música en las prácticas de violín.

Una mariposa por fin pudo posarse en una rama para dormir.

Tempranito, camino a la escuela, nos sorprendieron tres bultos, semejantes a unos renacuajos acurrucados sobre un banco de la plaza.

De vuelta a casa, unos ojos nos miraban a través de las rendijas del gran portón del abandonado Convento. Mi papá comentó, “allí fue la primera universidad del país, para lo que ha quedado, refugio de saltimbanquis.”

Al salir por la tarde a la plaza para jugar, se nos acercó el pequeño recién llegado con amplia sonrisa y ropa vistosa. Conocía las reglas y en la primera ronda de las “cuarenta matas” nos ganó a todos. Además nos enseñó a poseer a una cocora así llamó a las chicharras, mi mamá dijo, “seguro vienen del campo”.

El niño las amarraba por el tórax, les dejaba las alas libres, y volaban en círculo cantando hasta caer rendidas.

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La mata de maco reventó en frutos. El niño, en un santiamén subió a la copa para sacudir sus ramas dejando caer los gajos, fue nuestra merienda por varios días.

Mamá decía todos los días “ese niño lo cuida el ángel de los desamparados”. Curiosa como siempre, buscó la manera de hacer hablar al niño, luego de verlos mendigando en la noche en la puerta de la taquilla donde sellan los cuadros para apostar a los caballos.

Allí la vimos añingotaba tendiéndole la mano a los apostadores, luego de darle un pellizco en la parte alta del muslo, esperando la generosidad de una moneda.
Mamá siempre le decía a papá, “una de las maneras de ser pobre es apostar tu ganancia en vez de ahorrar”.

Niño al fin, le contó su historia, aún recuerdo a mamá modificando la voz como si fuera el chico: “El pai mío lava carro a la orilla del río cuando no aguanta el ardor de garganta por lanzá llamas por la boca. Ahí pasa el día, en la noche llega muy jumo. Yo me duermo después que él y pa’no sentí las plagas, mi mai y yo, nos tomamos las sobras de su botella de ron.”

La madre, luego de hacer maromas frente a los carros y mendigar, ya entrada la noche, le gritaba, “Hijoooooo ¡apúrate!, vámonoo”. Él se desaparecía como una sombra por la rendija del portón del antiguo convento.

El niño, por su prodigiosa alegría recibía una que otra atención de nuestras madres. Los patines, trompos, metras, perinolas los compartíamos con él, a la hora de jugar era el campeón.

Por muchos días él siguió regresando a la plaza por las tardes para jugar. En algún momento quiso aprender a leer como nosotros. A la experimentada maestra, le resultó imposible mantenerlo sentado en el pupitre.

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Cambiaba el clima, más lluvia, menos brisa. Nos dimos cuenta que el caracol buscó otro hueco en el árbol, para salvarse de un picotazo. Las semillas del roble se alejan buscando asidero en otro lugar.

Llegó diciembre, mi papá compró dos patinetas, una para mí y otra para el niño. Pasó el día recorriendo calle abajo, calle arriba. En la madrugada cuando sonaron las campanas anunciando el inicio de la misa de gallo, lo vimos volar por las escaleras de la iglesia como un experto.

Pocas horas estuvo en el lugar de los sueños, donde todo es posible en plena libertad.

Esa misma Noche de Navidad, el papá se subió a las barandas del puente para hacer su número de “come candela”, en un descuido una chispa de fuego prendió su ropa, y debió lanzarse al río para apagar las llamas, la corriente se lo llevó hasta el mar.

A la madre y el niño les llegó la noticia a través de un pescador, de que habían visto al “come candela” en la otra costa. Felices cruzaron al otro lado del mar para encontrarlo.

Todos los niños queríamos volver a jugar con el niño maromero.

Llegó abril y les comenté a mis padres, “ya debían haber salido las cocoras para anunciar la lluvia.”

Mamá se quedó pensando un momento, “bueno hija, tal vez están esperando al niño maromero.”

Mi papá dio su punto de vista, “yo creo que debemos abonar los jardines de la plaza, cuando la tierra se pone dura, se les hace difícil a las cocoras subir a la superficie”

Entonces, “¿qué les parece si abonamos la tierra, así las cocoras cantan, el amigo escucha y vuelve a jugar con nosotros?”

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Fin

Pasos en la realización de la ilustración:

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Primero, un dibujo pensado en la idea general del cuento. Segundo, volví a dibujarlo, “limpiándolo.” Tercero escogí una armonía de pocos colores sobre blanco, para integrarlo dentro de la diagramación. Finalmente, tome una foto (celular ZTE), para trasladarlo a mis documentos y digitalizarlo en el programa Photoshop CS.

Bienvenidos, gracias por su visita

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