Sus músculos no respondían,
pretendió moverse, pero sus
articulaciones estaban
adormecidas. Sus párpados
comenzaban a ceder,
posiblemente muy pronto el
sueño lo dominaría.
En ese estado de debilidad
tal vez disoluto por ese dulce
brebaje que intoxicaba el
90% de su hígado.
Reflexionó sobre memorias,
contextos que no dan tregua,
y atosigado por el silencio y la
lentitud de su cuerpo mascullaba
palabras:
Lo sé, esos ojos tienen la potestad
de refutar mi sonrisa, incluso
un fino fucilazo del sol podría
requemar en tan solo
minutos.
Cierto, las aves y las mariposas
jamás olvidan ser libres, aunque
sus alas sean desglosadas por
asesinos egoístas.
¡Ah! He descubierto que los niños
igualmente consiguen descalabrar los
corazones de los grandes.
Curioso, los animales se echan
sobre su propia especie,
reproduciendo el proceder egoísta
de los seres humanos.
Sí, la naturaleza es sanguinaria
con los que no lo merecen.
Porque ni siquiera la muerte y la vida
saben lo que es ecuánime.
La muerte se lleva a los que agonizan
por coexistir, y la vida prolonga la
vida de aquellos que apetecen la muerte.
¡Bah!
Una insignificante palmada mía
lo hizo avivar y enderezarse de
inmediato.
Señor, lamento mucho interrumpirlo,
pero el bar ha cerrado.
fuente
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