El Noctámbulo (Capítulo 6: El águila de sangre)

in Literatos3 years ago

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La novela contiene narración gráfica de asesinatos e imágenes fuertes, por lo que se recomienda discreción. Apto para mayores de edad.

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Al día siguiente de la fiesta de Julieth Horan, Benedict se encontraba en su despacho cuando llegó Wyatt Jones, su nuevo compañero de investigación.

—¡Buenos días, Fletcher! —saludó con una reverencia—, tal como dije, aquí estoy.

—Pasa adelante, estás en tu casa.

El apuesto hombre se apresuró a tomar asiento con bastante naturalidad, y se quedó observando a Benedict. Este le devolvió la mirada, contrariado.

—Estoy esperando que me pongas al tanto de todo lo que pasa desde tu punto de vista, para saber como y por donde irá la investigación —aclaró Wyatt.

—Pensé que trabajaría en el caso solo, o eso me habían informado en la esquela que me hicieron llegar a Liverpool. Y así sin más, la policía de Londres me asigna un compañero ayer, ¿por qué crees que sea?

—Quizá piensan que eres un inútil y necesitas ayuda —respondió Wyatt.

Hubo un silencio que Wyatt rompió con una risita.

—Es una broma, hombre, no te enfades.

—Para ser japonés creo que tienes exceso de confianza con la gente —agregó Benedict con gesto inexpresivo, pero un tanto irritado.

—No te dejes llevar por apariencias, no es propio de un detective...

—No necesito que me des clases sobre mi trabajo...

—Y yo sí necesito que le bajes la intensidad a tu voz, porque seré tu ayudante, no tu subordinado. La cosa es simple, la policía de Londres tiene a los ciudadanos respirándoles en la nuca, las quejas no te llegan a ti, sino a nuestro departamento, y al Jefe Lancaster lo tienen abrumado, así pues, dispusieron de uno de sus mejores detectives —dijo señalándose con un gesto de superioridad—, para que te sirviera de apoyo, atrapáramos al perpetrador y cerráramos el caso pronto. Ayer te pregunté si te molestaba y me dijiste que no. Si realmente sí te generaba conflicto tenerme de compañero, me lo hubieses dicho y yo no hubiese gastado mi tiempo viniendo, sin embargo, las quejas se las tienes que dar al jefe Lancaster, no a mí.

Benedict se quedó mirando a su interlocutor, analizando sus palabras, tenía razón, la policía de Londres estaba abarrotada de quejas de los ciudadanos impacientes. Ellos pensaban que lo que los detectives llamaban «la astucia de El Noctámbulo» era en realidad su falta de efectividad como agentes, así que el porqué estaba Wyatt Jones ahí, tenía mucho sentido.

—No hay problema, discúlpame —terminó cediendo.

—Ahora sí nos estamos entendiendo, entonces, por favor explícame todo del caso.

Benedict comenzó a relatarle lo acontecido y a mencionarle sus conjeturas.

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Wyatt Jones era un japonés de nacimiento, específicamente de Osaka. Siendo un niño de unos 8 años, fue adoptado por una pareja inglesa, que lo llevó al Reino Unido, a Londres.

La señora Jones no podía tener hijos, y debido a la depresión que le había causado la noticia, su marido la había llevado a Japón para que viera los hermosos cerezos en flor, quizá unas vacaciones le sentarían bien, sin embargo, habían vuelto con un hijo pues, ella quiso visitar orfanatos y había terminado enamorándose de la personalidad de Wyatt.

Sus padres lo conocieron como Sakamoto Koichi, y al adoptarlo decidieron llamarlo Wyatt. Contrataron a una institutriz que hablaba ambos idiomas para que le enseñara la lengua inglesa y a su vez, ellos aprendieron las costumbres de su hijo, ya que para el matrimonio Jones era muy importante que él no perdiese sus costumbres e identidad natal.

También contrataron a profesores de diferentes artes marciales porque Wyatt las quería aprender y siendo en extremo inteligente y aplicado, al pasar de los años, sin importar si no era un oficio adecuado para su posición social, él decidió ser detective.

—Ahora tengo una lista de sospechosos —dijo Benedict recostado en su asiento con un papel en la mano que miraba con atención. Eran las diez de la mañana—, bueno, en realidad son tres personas hasta ahora: Archivald Miller, Dominic Horan y Thomas Lancaster.

—¿El jefe de policía? —preguntó Wyatt sorprendido, incorporándose de golpe del diván donde se había tumbado.

—Sí, en efecto, el jefe de policía —dijo Benedict, apartando la mirada del papel para posarla sobre Wyatt.

—Pero ¿por qué? —preguntó éste, atento a la respuesta de su compañero detective.

—Pues porque, en primer lugar, modestia aparte, los casos que he tomado entre mis manos los resuelvo en menos de un mes, y con éste ya han pasado como tres... No lo sé, estuve dándole vueltas al asunto y creo que para alguien de alto cargo dentro de la policía sería muy fácil ocultar pruebas, además nadie sospecharía de él. En segundo lugar...

Benedict guardó silencio por un momento, se incorporó de la silla para ir hasta el baúl de las pruebas de dónde extrajo un papel un poco arrugado y se quedó mirándolo.

—¿Qué te pasa? ¿Qué es eso? —preguntó Wyatt también poniéndose de pie.

—Ayer en la fiesta de Julieth Horan, el jefe de policía me entregó esto —dijo el detective poniendo el papel a la vista de su compañero—, según él es una carta de El Noctámbulo, ya sabes, el asesino. Cuando me la entregó, el hombre aparentemente estaba nervioso, pero... no quería que leyera la carta allí, sino que lo hiciera en casa, sin embargo lo olvidé... ¡Cielos! ¿Cómo pude olvidar leerla?

—Bueno ¿qué estás esperando? ¡Léela! —dijo Wyatt impaciente.

—Está bien, ya voy —dijo Benedict mientras desplegaba la carta y posteriormente comenzó a leer:

Querido señor Thomas Lancaster, le escribo esta carta para divertirme un poco con usted, puesto a que tengo los nombres de unas cuantas jovencitas en mi lista que pienso darle: la hija del herrero de la calle Berner, la hija de los Horan.

A este punto ambos detectives tenían el pulso acelerado, pero Beneditc no detuvo la lectura...

Tal vez la hija de los Miller y algunas más. No le revelaré todos los nombres porque podrían quitarme a algunas víctimas y no es lo que quiero. Mi daga de plata ha estado seca, tiene sed de sangre al igual que yo, quiero volver a sentir mis manos húmedas, llenas de sangre, quiero sentir el forcejeo de esas jovencitas al intentar escapar.

Por siempre suyo...

El Noctámbulo.

Ambos jóvenes se quedaron sorprendidos, intercambiando una mirada de terror, adivinando los pensamientos del otro, entonces, casi al unísono, tomaron las capas de viaje y salieron de la habitación.

—Hay que avisarles al herrero y al imbécil de Dominic Horan. Al herrero yo lo conozco —dijo Wyatt colocándose la capa mientras caminaban por uno de los pasillos de la casa—, pero... ¿y si es una trampa? Fíjate que en la carta dijo que quería divertirse.

—Tal vez sea una trampa pero no podemos arriesgarnos. Haremos lo siguiente... —dijo Benedict guardándose la carta en el bolsillo interior de la gabardina—. Tú irás a hablar con el herrero en East End, y yo iré a ver a Dominic Horan, posteriormente nos encontraremos en la estación de policía.

Ambos muchachos abordaron carruajes diferentes. Poco después, Benedict estaba esperando a que Dominic Horan bajara al vestíbulo de su casa para hablar con él.

—¡Buenos días! —dijo el hombre con altivez, tomando asiento mientras una mucama les servía té y galletas—. Siéntese, por favor, está en su casa. Dígame que lo trae por aquí.

—Verá —dijo Benedict impaciente—, el asesino que anda por ahí...

—Sí, el que usted no ha podido atrapar —aclaró Dominic mirando por la ventana mientras bebía un sorbo de té.

—Él envió un par de cartas llenas de amenazas, bueno, en realidad era una lista con posibles víctimas... —el joven respiró profundo mientras Dominic se acomodaba en el sillón. La conversación estaba interesante—, su hija Julieth, Jane Miller y otra jovencita de la ciudad aparecen reflejadas en esa lista, así que están en peligro, por lo tanto sería bueno que le dijera a Miller que cuide de su hija y su familia.

Dominic se levantó del sillón como impulsado por un resorte. Benedict también lo hizo.

— Aquí traje la carta —dijo Benedict extendiendo la esquela hacia Dominic, pero éste salió corriendo y el detective no tuvo más opción que seguirlo.

El dueño de casa se dirigió escaleras arriba, siguió por un pasillo y abrió las puertas de una habitación donde entró, seguido del detective. Una muchacha rubia estaba tocando el piano y cuando escuchó el ruido de la puerta al abrirse abruptamente, se sobresaltó.

El hombre fue a abrazar a su hija, la muchacha lo miró con sorpresa y también a Benedict.

Una vez que Dominic liberó del abrazo a su hija, procedió a leer la carta con expresión de preocupación, luego se la devolvió a Benedict, sin decir palabras.

—Debería reforzar las puertas y ventanas de toda la casa, dormir en habitaciones cercanas. Cuídense todos y no confíen en nadie, así trabaje para ustedes. Hay muchos empleados aquí que apuesto, ustedes no conocen bien —aconsejó el detective.

Dominic estrechó la mano de Benedict, agradeciendo los consejos y la advertencia.

—Es mi deber —dijo el muchacho—. Ahora me despido porque tengo que ir a la estación de policía.

Media hora más tarde, los dos detectives se encontraron con Thomas Lancaster para decirle que habían leído la carta. Benedict propuso que se declarara en todo Londres un toque de queda a partir de las seis de la tarde, el cuál se anunció en el diario Londinense.

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A partir de la hora indicada, todas las mujeres permanecían en sus casas. Los padres que tenían hijas jóvenes (que parecían ser las posibles víctimas favoritas del asesino) se preocupaban por cuidarlas más.

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Las puertas principales de las casas tenían más de tres tipos de cerraduras, los padres y hermanos mayores tenían armas cargadas para su seguridad, la policía montaba guardia: una unidad a caballo, otro en coches, otros a pie con perros y otros con su arma como única compañía.

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Dominic recibió más guardias del gobierno para su seguridad y la de su hogar.

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Una semana después, un herrero que vivía en East End le pedía a su hija que se adentrara en la casa mientras él terminaba de trabajar en la copia de una llave.

—Agatha, ya dieron el toque de queda ¿puedes por favor entrar a la casa? —dijo el hombre por tercera vez mientras escuchaba los cascos de un caballo acercándose a galope.

—Está bien. No entiendo porqué siempre... —se quejó la muchacha pero no se escucharon más protestas. El padre dejó su labor con el ceño fruncido, luego se oyó un fuerte grito en la distancia—: ¡Auxilio! ¡Papá!.

El herrero salió corriendo para ver qué sucedía. Su esposa iba a hacer lo mismo pero el hijo menor la retuvo...

El padre corría desesperadamente gritando por ayuda. Algunos policías que estaban patrullando en las calles, al ver la desesperación del hombre intentaron ayudar, pero los gritos de la muchacha cesaron y no vieron ni rastros del captor ni de ella, entonces acompañaron al herrero de vuelta a casa pues, necesitarían alguna prenda de su hija para que los perros que llevaban consigo pudieran rastrearla, así que luego de poner a su disposición un vestido, comenzaron la búsqueda.

Un par de horas después, cuando los perros dieron con un viejo galpón abandonado, los policías entraron y rápidamente salieron para retener al herrero e impedirle el acceso al lugar. Con mucha dificultad le dijeron que su hija estaba muerta y que la escena del crimen era muy dantesca. Debían esperar hasta el amanecer para que el detective Benedic Fletcher interviniera mientras ellos custodiaban el galpón.

A la mañana siguiente, a la hora del desayuno le llegó el recado a Benedict de la muerte de Agatha Porter. El hombre, atónito, iba a mandar a notificar a Wyatt pero éste ya estaba traspasando la puerta del comedor con expresión sombría.

Wyatt, ¿no les dijiste a los padres de Agatha Porter que El Noctámbulo estaba tras ella?

—Sí, desde luego que les notifiqué a ambos, pero tal parece que no me hicieron caso, aunque al menos ayer se veían preocupados —dijo el asiático.

—Termino de comer y vamos a la escena del crimen —dijo Benedict luego de un resoplido de disgusto y frustración.

Poco después, ambos detectives bajaron de un carruaje, cerca del lugar del homicidio.

—¡Bueno, a trabajar! —expresó Benedict con seriedad mientras miraba el campo que tenía enfrente, en el cual había un galpón abandonado y estaba rodeado de personas, entre civiles y policías, además de la familia de la víctima que lloraban su muerte con amargura—. Las escenas del crimen pueden ser muy horribles, en el caso de El Noctámbulo, son todavía peores.

—Sí, lo sé —respondió su compañero con expresión seria.

—¡Andando!

Ambos caminaron hasta el cerco humano que habían formado los policías alrededor del perímetro.

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Al entrar, los detectives vieron el cuerpo de una mujer colgado de ganchos que la mantenían elevada a unos dos metros de altura, su cabeza caía hacia adelante y lo peor estaba en su espalda...

Los ganchos estaban incrustados en la piel y en los músculos de la muchacha. Un poco más abajo había un hoyo grande por el que colgaban los pulmones. Las costillas estaban salidas hacia arriba, dándole aspecto de alas grotescas. A Wyatt le dieron ganas de vomitar y se llevó las manos a la boca, pero tras ver la reacción de Benedict, se contuvo.

Su compañero miraba hacia arriba, sin dudas observando al cadáver. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas, y de repente comenzó a sollozar. Wyatt miró en todas direcciones pero no vio a nadie, estaba preocupado por la reacción de su compañero.

—¿Benedict? —preguntó tratando de llamar la atención del detective—, ¿qué te sucede, amigo?.

—Nada —respondió el otro, apresurándose a secar sus lágrimas—, me dejé ganar por la emoción y... la compasión por ella —dijo para tranquilizarlo—, seguro no te di buena impresión, ¿no? Debió parecerte extraño tratándose de alguien que, como tú, acostumbra a ver escenas de crímenes —comentó mientras abría su maletín.

—En realidad no —respondió Wyatt.

—Debemos descubrir el método que usó el asesino para subir a esta chica —dijo Benedict sacando sus implementos.

Luego de un rato de inspección, ambos notaron que el cuerpo estaba sujeto por un complejo sistema de cadenas y poleas.

Benedict llamó a algunos agentes de policía y les entregó un par de guantes a cada uno para que lo ayudaran a bajar el cadáver, advirtiéndoles que debían tener cuidado para no contaminarlo y tampoco a la escena del crimen.

—La víctima luchó —explicó Benedict a su compañero, sacando pedacitos de piel debajo de las uñas de la muchacha con la ayuda de unas pinzas, bajo la mirada del jefe de policía y de unos cuantos oficiales.

Con cuidado giró el cuerpo, revelando el hoyo horrible que tenía.

—No hay más heridas salvo ésta —dijo Benedict—, lo que quiere decir que ésa fue la causa de la muerte y que por ende la chica sufrió una gran agonía. El asesino hizo un corte en la espalda, sacó las costillas y luego de extraer los pulmones, probablemente ella seguía viva.

—Tal vez estaba inconsciente a causa del dolor y moriría después por la pérdida de sangre, o tal vez por un paro cardíaco, eso en realidad lo ratificará el forense —dijo Wyatt mientras Benedict asentía, haciendo anotaciones en su libreta.

Por último, Benedict le abrió la boca a la muchacha y sacó sin sorpresa alguna una libra esterlina que posteriormente guardó en una bolsa de papel. Recorrió el cuerpo con una lupa y halló cerca de su cuello, aferrado en el vestido un único cabello, entonces lo tomó con los dedos enfundados en guantes y lo guardó dentro de un pañuelo doblado que a su vez metió en otra bolsa de papel.

Los detectives guardaron las pruebas en el maletín de Benedict y se alejaron del galpón.

Unos metros más allá, la madre y el hermano de la muchacha sollozaban todavía. El padre, tenía la mirada pérdida, observando el paisaje lejano. Benedic le hizo señas a Wyatt y ambos se fueron a abordar a la familia.

—Esto no es parte de mi trabajo pero me reconforta hacerlo —dijo Benedict, Wyatt asintió—. ¡Con su permiso! —exclamó el hombre llamando la atención de la familia—, soy el detective a cargo, él es mi compañero, Wyatt Jones. El asesino de su hija fue El Noctámbulo, ya saben, el que ha estado aterrorizando las calles de Londres. Les seré franco... ese tipo es inteligente y me ha costado mucho trabajo descifrar algunas pistas, pero les ruego que tengan paciencia. Por mi parte me comprometeré a esforzarme el doble, ya juré que voy a atrapar a ese... a ese maniático, cueste lo que cueste.

—Fue mi culpa, lo que le pasó a Agatha fue culpa mía. El señor Jones vino para alertarme que ese maldito iba tras ella —dijo el herrero señalando a Wyatt—, y yo no hice nada, confié demasiado en el toque de queda. Ella estaba afuera de la casa y yo...

Wyatt lo interrumpió colocándole una mano en el hombro.

—Sabemos que es doloroso, hombre, pero pasará. Ella está en un mejor lugar y usted no tuvo la culpa de nada, lo que pasó escapa de sus manos y en cuanto a ese canalla —dijo el asiático refiriéndose al asesino (los curiosos miraban escuchando con atención)—, lo vamos a atrapar, será juzgado y desde luego terminará colgado como lo merece.

Todos los curiosos gritaron en apoyo a las palabras de Wyatt, mientras la familia de la víctima agradecía la dedicación de los detectives. Poco después se subieron al coche y se marcharon a la casa de Benedict para trabajar en las deducciones.

Al llegar a la vivienda, Benedict le dio un nuevo vistazo a la lista de sospechosos.

Por el ventanal abierto del despacho se veía un cielo totalmente nublado que anunciaba un vendaval. En ese momento entró una brisa muy fría que provocó que Benedict se estremeciera, entonces cerró el ventanal con un poco de dificultad entretanto Wyatt encendía la chimenea.

—Empecemos entonces —dijo Benedic mientras Wyatt atizaba el fuego.

Wyatt tomó asiento y comenzó a echarle un vistazo a las pruebas que Benedict había puesto sobre la mesa y también a las anotaciones que éste tenía en su libreta.

Una de las mucamas les llevó el almuerzo.

—Veamos, yo dije antes que teníamos a tres sospechosos —puntualizó Benedict después de tragar un bocado—, y te expliqué la razón por la cual considero al jefe de policía como uno de ellos. No obstante, creo que también tendríamos que tomar en cuenta a Archivald Miller. Es un hombre desagradable y de pocas palabras, es decir, habla con monosílabas y cada vez que intento abordarlo, me evade —dijo el joven bebiendo más vino de su copa.

—¿Es en serio, Benedict? ¿Te imaginas a Archivald Miller luchando con una jovencita para matarla? Ese hombre es un pobre anciano —dijo Wyatt en tono de mofa—, además, ése no es motivo suficiente para una sospecha.

—Tal vez las cartas las escribe él, evidentemente disfrazando su letra para despistar. Es que esos errores ortográficos son demasiado obvios para creer que no son adrede, es como si quisiera que creyéramos que se trata de alguien con pocas luces. Por otra parte también pienso que el asesino puede tener un cómplice que se encarga de cazar a las víctimas que escoge y ese mismo podría ser el que envía las cartas —dedujo Benedic apartando el plato de comida que se había terminado.

—Sí, porque él se partiría la columna tratando de llevar un cuerpo —volvió a bromear Wyatt riendo, posteriormente continuó con las conjeturas—. Por otra parte, Dominic Horan es un sospechoso en potencia aunque su hija haya estado amenazada de muerte, él pudo haber fingido eso, ya demostró que sería capaz de matar a alguien. El día de la fiesta de Julieth, según testigos, luego de que nos fuimos, amenazó con un revólver a un camarero que a su juicio se «había propasado con su hija» y si no es porque el Jefe Lancaster intervino... no sé qué habría pasado.

—Ése es un suceso bastante interesante, sin embargo yo no sabía nada al respecto —respondió Benedict.

—¿Te puedo preguntar algo? —inquirió Wyatt.

—Sí, por supuesto —concedió Benedict luego de terminar lo que quedaba de vino en su copa.

—¿Por qué te pusiste tan triste cuando viste a aquella muchacha?

—Ya te lo dije, Wyatt —respondió su compañero con el rostro ensombrecido.

—No fue por simple compasión, eso lo sé perfectamente, los casos anteriores fueron violentos y contra jovencitas al igual que ella, no obstante jamás supe, al menos nadie me dijo que te hubiese afectado tanto —dijo su compañero mientras Benedict bajaba la cabeza—. No somos amigos, lo sé, pero sí somos compañeros y estamos juntos en esto. Si tu reacción está relacionada a este caso en particular, me involucra como investigador.

—Una amiga de mi madre murió de viruela y le dejó a su hija de doce años para que la criara como propia. Yo era menor que ella pero crecimos juntos, como hermanos, me sentía feliz de tenerla en casa pues era la hermana mayor que nunca tuve. Su nombre era Stella, era muy buena con todos y ella... no merecía terminar como lo hizo.

El detective comenzó a sollozar como un niño, pero en cuanto pudo retomar el control se enjugó las lágrimas, se incorporó del asiento y caminó hasta la chimenea.

—Luego de algunos años, una mañana, fue a hacer la compra de víveres pero nunca regresó. Mi madre estaba desesperada y mi padre fue con los vecinos a buscarla. Yo también estaba preocupado y comencé a buscar por mi cuenta, pero luego de tanto andar vi a un hombre de gabardina y sombrero de copa alta saliendo de un granero abandonado. Él no me vio y menos mal que fue así. Su sombrero le tapaba gran parte de la cara, solo se le podía ver la punta de la nariz y la mandíbula. Su actitud era sospechosa, caminaba con sigilo, mirando a todos lados. Los zapatos estaban envueltos en tela y las manos estaban enguantadas. No me parecía raro que llevase guantes, después de todo estaba haciendo frío, pero el hecho de que llevara los pies enfundados de esa manera, sí que era extraño.

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Cuando el hombre se alejó, yo me apresuré a entrar en el granero y creo que fue lo último que debí haber hecho —el detective suspiró hondamente mientras se enjugaba unas cuantas lágrimas más, luego continuó con voz trémula—: ella estaba muerta, colgada a unos ganchos desde la espalda, con las costillas y los pulmones expuestos, tal y cómo estaba Agatha Porter.

Corrí a casa y, con miedo, conté lo que vi. Se hicieron las investigaciones correspondientes desde luego pero nunca hallaron al asesino, así que desde ese momento juré convertirme en detective, me propuse atrapar asesinos para vengarme, al menos simbólicamente, del que le hizo eso a mi hermana, y lo conseguí en el caso anterior en el que trabajé antes de venir a resolver éstos. No obstante solo ahora me dieron la oportunidad de resolver un caso de asesinato serial, para colmo con el mismo modus operandi del malnacido que segó la vida de Stella, así que no pienso desaprovecharla —concluyó, ahora con ira reflejada en su mirada, entretanto se levantaba del asiento.

—No te preocupes, Benedict, esta pesadilla acabará pronto, nos encargaremos de que así sea porque incluso se ha vuelto algo personal.

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Esto ha sido todo por el capítulo de hoy. Espero que les haya gustado. Gracias a todos los que han apoyado mi libro desde el principio y me han dado consejos para mejorar.

¡Gracias por leer y comentar! (1).jpg