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Azotaba la ciudad un fuerte ciclón y los truenos retumbaban hasta lo más lejos, mientras los relámpagos partían el cielo en colores brillantes. El viento golpeaba los enormes ventanales de la habitación y mi esposo dormía plácidamente junto a mi cama clínica. Una noche normal para la gente de esta isla caribeña.
Mi enfermedad, lo lejos que estoy de mi tierra y de mi gente, la enorme carga que lleva mi esposo. Todo esto consume el espacio de mi mente y la mayor parte de mi tiempo, sumado a eso la tormenta.
En eso dieron las 3 am y se interrumpió el suministro de electricidad así que solo éramos el viento y yo. Lo escuchaba atenta y me hacía estremecer. La habitación quedó en una penumbra que solo era interrumpida por las centellas chispeantes fuera de la ventana. De pronto una voz ronca y fuerte entrecorto el sonido de las enormes gotas de agua que golpeaban el cristal.
-¡Diana!- me dijo.
Fije los ojos en el techo mientras un sudor frio recorría mis manos.
-¡Diana!- retumbo de nuevo.
Me incorpore en la cama con un poco de trabajo, y vi una pequeña luz azul dentro del vaso de agua en mi mesita de noche.
-¿Hola?- dije con voz entrecortada.
Podía ver la luz en el agua pero no como si estuviese dentro del vaso sino como si el agua, de momento, paso a ser fluorescente.
-Tranquila- me dijo -He venido a ayudarte-
-¿A ayudarme? ¿De que forma una luz misteriosa podría ayudarme?- Me inquietó.
Por un segundo pensé que era el medicamento que me hacía ver estas cosas porque no encontraba una explicación lógica.
-Sé lo que tienes- me dijo- sé por todo lo que estas pasando y he venido a hacerte una propuesta que cambiará tu vida. Lo tomas o lo dejas así de simple. Me tienes que dar el nombre de una persona saludable y que pueda ocupar tu lugar, yo haré que esa persona venga aquí mañana por la tarde y tú tendrás a mi disposición 5 cocos que pondrás en círculo bajo tu cama. Una pluma que le darás a la persona para que sostenga voluntariamente en su mano con alguna excusa, 5 huevos que absorberán toda la energía del ritual y debes estar tranquila. Cuando la persona llegue haces que se pare a la derecha del círculo de cocos y el resto déjamelo a mí. Así haré que cambien de lugar y podrás marcharte y esa persona quedara atada a tu cama con tu enfermedad.
En ese momento me di cuenta que no era un juego ni un mal sueño. Lo pensé. Era sencillo, solo un nombre y sería libre para empezar a vivir de nuevo. Pero pensé en mi familia, en lo mucho que han sufrido al ver en lo que me ha convertido esta terrible enfermedad. Pensé en mí, en todo lo que he tenido que pasar con los tratamientos, en las veces que decidí no rendirme. En la angustia que se siente en la sala de espera de un escáner y el terrible miedo que te invade cuando piensas que se esta expandiendo. Pensé en todos mis compañeros que se han quedado en el camino y a los que les prometí luchar cada día por ver un nuevo amanecer.
“No puedo hacer esto” me dije rápidamente, como reaccionando del hipnotismo de la voz.
-Yo no podría poner en mi lugar a un inocente que no se imagina que va a terminar en un hospital- dije con un tono pausado para no alterar a la voz.
-¿A ti te lo advirtieron? ¿Tú no eras inocente? o es que imaginabas que terminarías en un hospital por todo este tiempo?- me dijo la voz enojada.
-No puedo escoger- le dije firmemente.
-Entonces déjame y yo la escojo por ti. Alguna enfermera o alguien que venga de visita- me dijo maliciosamente con frialdad.
-¡No! No lo haré- le dije.
-¿Estás segura? mira que si me voy nunca más tendrás esta oportunidad- me dijo retándome una vez más.
-¡Si, muy segura!- finalicé.
La voz soltó un grito fuerte que se escuchó en cada rincón del ontológico, mientras que la luz se hizo tan brillante que me encegueció. Tapé mis ojos con mi mano izquierda y sentí que alguien toco mi hombro. El miedo se apoderó de mí. Quería gritar y no podía. Estaba totalmente paralizada. Cuando sentí que ya no podía más, el aire volvió a mis pulmones y pude abrir los ojos. Escuchaba la tormenta de nuevo y mi esposo estaba parado junto a mí y sostenía mi mano izquierda.
-¿Estás bien?, ¿Qué te pasó? estas sudando y tu mano está fría. ¿Qué tienes? ¿Por qué tiemblas?- me lleno de preguntas todo asustado.
-Una pesadilla mi amor, una terrible pesadilla- le explique.
Al día siguiente de regreso de la radioterapia, mi esposo empujaba mi silla de ruedas y llamo el ascensor mientras saludamos al acompañante de la habitación continua a la mía. Era el padre de una joven de la mitad de mi edad a la que la enfermedad parecía estar ganándole. Mi esposo le pregunta por la muchacha.
-Bien- respondió el hombre con esperanza.
En ese momento algo rodó hasta mí y se estrelló contra la ruedita de adelante de mi silla. Mis ojos instantáneamente buscaron lo que se le había caído y era un coco. Rápidamente miré dentro de sus bolsas de compras para ver que más llevaba mientras me decía: “No puede ser. No puede ser”.
Era lo que me temía. El hombre llevaba 5 cocos, huevos y suavemente entre sus dedos acariciaba una larga y esponjosa pluma blanca. Lo miré aterrorizada mientras él continuaba diciendo con una risa macabra:
-Nos iremos de aquí más rápido de lo que todos piensan-
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