Mi última noche en Heiligen (Cuentos de Mizú)

in Literatos3 years ago

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Arte: Julian Met'yu

«Deseo poder escribir algo tan misterioso como un gato.»

—Edgar Allan Poe


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Por las tardes, Heiligen se volvía de pronto sumamente brillante. Entre las dos y las cinco, había sobre el pueblo un cielo despejado y celeste por el que cabalgaba el sol en su máximo esplendor. Pero durante el resto del día, la niebla del Bosque Grisáceo que se infiltraba en las calles del pueblo ocultaba su luz casi por completo.

En esas horas, solía subirme a los tejados de las altas casas que rodeaban la plaza en el corazón de Heiligen. Siempre corría hacia el sur, dando saltos de un techo a otro, y me quedaba acostado en los balcones de la casa de Amy Shelley. Una mujer que tristemente enviudó muy joven, pero en el acto se hizo de una fortuna demasiado grande como para que su duelo le afectase por mucho tiempo.

Ella se acercaba hasta mí ocasionalmente, y me servía una pequeña taza con agua junto a un par de alas de pollo recién desplumadas. Si me quedaba hasta las cuatro, la veía salir a recibir un poco de sol mientras tomaba alguna infusión de hierbas. Me sentía muy tranquilo en su compañía. Ella no invadía mi espacio a pesar de que, en realidad, podría decirse que yo invadía el suyo.

En lugar de incomodarse por mi presencia, era bastante amable conmigo. A veces se sentaba muy cerca de mí y me invitaba a subirme a sus piernas. Eran algo delgadas, realmente huesudas, pero solía vestir con faldas de seda que me resultaban sumamente cómodas. Además, mientras estaba en su regazo, ella rascaba entre mis orejas con exquisita suavidad. Era la única persona que lo hacía sin molestarme.

Por lo general, cuando estaba solo, me dedicaba a observar a los transeúntes que pasaban por ahí. Todos con rostros conocidos, y la mayoría iba camino al mercado, que estaba mucho más hacia el sur, pero a esas horas su bullicio llegaba a escucharse claramente hasta ese lugar.

Los domingos siempre eran un poco diferentes. Casi todos los habitantes del pueblo se acercaban desde las tres y media a las inmediaciones de la iglesia. Algunos aguardaban en las banquetas de la plaza de la Santa Madre. Otros, más ricos y vanidosos, aguardaban desde las carretas que se estacionaban a su alrededor como si se preparasen para iniciar una caravana.

Shelley no parecía interesarse en las misas. Nunca llegué a verla asistir. En una ocasión, me pareció oírle decir que las consideraba una pérdida de tiempo, y realmente la comprendía. A mí tampoco me causaban mayor interés. Ya había memorizado la Biblia para ese entonces, y el sacerdote del pueblo no me hacía mucha gracia.

Pero la mayor parte de la comunidad de Heiligen estaba muy fuertemente arraigada al catolicismo. Quien no asistía a misa, solía ser quien debiera hacer algo importante a esas horas. Y allí nadie agendaba cosas importantes por hacer en domingo.

Antes de que se dieran las cuatro, aparecía frente a la capilla Ángel, el pequeño monaguillo, y abría sus puertas para los feligreses. Luego se dirigía a la torre del campanario. El chico siempre, exactamente a las cuatro, la hacía sonar con mucha fuerza, y su llamado podía oírse por todo el poblado aunque fuese totalmente innecesario.

Ciertamente era posible hallar muchos personajes excéntricos en Heiligen. Tal vez había algo especial en ese pueblo que atraía a gente muy peculiar. Aunque puede que sea solo mi impresión. Solo lo pienso porque la experiencia me ha hecho dejar de creer en casualidades.

Ver el desarrollo de la tarde desde esos tejados y balcones me ayudó a comprender mucho sobre el comportamiento humano. Ya desde entonces se me hacía sencillo notar cuando una persona no era común con solo analizar algunos aspectos de su personalidad. Hoy comprendo que siempre tuve cierto talento para estudiar esos detalles.

Durante esos días, alguien en particular llamaba mucho mi atención, pero de un modo nada agradable. Me hacía sentir escalofríos solo con mirarle. Había algo muy oscuro, muy perturbador, detrás de los ojos tiernos del pequeño monaguillo de la iglesia.

Aquél niño tenía una historia bastante turbia de la que apenas supe lo poco que todo el mundo sabía, y ni siquiera eran datos precisos. Entre los humanos es muy común que las verdades se oculten, se distorsionen, y no existe una verdad que se mantenga desde los ojos de más de un testigo.

Lo que sabía, y pude confirmar como verídico, es que el chico era huérfano desde su nacimiento. Su madre había fallecido durante su parto. La mujer no tenía ningún familiar cercano que cargara con la responsabilidad de la criatura, y por ello la persona que acabó criándolo fue un hombre llamado Cándido Vizcaya, quien era para ese entonces el sacerdote del pueblo.

El pequeño Ángel, a todas luces, era un niño bastante extraño. La forma en la que se comportaba no me parecía natural. Era demasiado tímido, no se le veía hablar con nadie, y solo llegaba a salir sin compañía en muy contadas ocasiones. Pocas veces escuché su voz, y durante todo ese tiempo nunca logré ver en su rostro una sonrisa. Lucía siempre tan inexpresivo que a veces dudaba que fuera capaz de sentir emociones humanas.

De no ser por su gran aptitud a la hora de atender la iglesia, hubiera pensado que el niño era notoriamente diferente por alguna razón que la ciencia médica era capaz de explicar. Sin embargo, algo no parecía coherente para mí.

Tenía serias sospechas y grandes dudas sobre Ángel y su historia. Ambas eran cosas que, para bien o para mal, no puedo tolerar. A pesar de eso, no puse ningún esfuerzo en descubrir cual era la verdad del monaguillo, pero esta vino a mí cuando menos lo esperaba.

Los gatos no solemos darle mayor importancia a nuestros horarios, pero por lo eneral tenemos por hábito la vida nocturna. Yo tenía la costumbre de salir a deambular en las noches, y una cierta madrugada de luna nueva, mientras pasaba muy cerca de la Capilla de la Santa Madre, llegué a distinguir en el aire un aroma que, al reconocerlo, me erizó por completo.

Era un olor acre, como una mezcla de sangre y azufre. Ese es el aroma que produce la ejecución de ritos de magia negra. Yo empecé a guiarme por mi nariz, buscando su origen, hasta que pude descubrirlo. Entonces me perfilé hacia la capilla y me tomé el atrevimiento de escabullirme dentro de ella.

Al entrar, llegué a darme cuenta de algo que había escapado de mi perspicacia por el simple hecho de que nunca lo había hecho antes. No tenía esa sensación de calma y pureza que suelen darme los edificios santificados. En cambio, en ese lugar percibía rastros de maleficios y brujería. Existían dos fuerzas opuestas confluyendo ahí, en una intensa lucha, y poco hacia falta para que el lado del mal saliese triunfante.

Debajo de la capilla, había un sótano al que se podía acceder desde dos entradas. La primera, en el lado exterior, estaba completamente sellada la mayor parte del tiempo; pero la entrada en el interior, al menos esa noche, tenía la puerta abierta. Desde allí emergían siseos y murmullos que me dejaron saber que no estaba solo en esa iglesia.

Apenas me adentré para bajar al sótano, tuve un mal augurio. Me lancé en carrera por las escaleras, y al llegar al final, me encontré con una intermitente luz dorada. Habían velas conformando en el suelo un sello de contacto alrededor de un pajarillo agonizante ofrecido como ofrenda. Quien lo presentaba, y tenía sus dedos manchados con su sangre, era nadie menos que el pequeño monaguillo Ángel.

Sus ojos estaban cerrados. No llegó a advertir mi presencia. Se encontraba de rodillas y murmurando, pero yo no podía entender lo que decía. Su torso estaba desnudo, y por primera vez descubrí que su piel estaba plagada de cicatrices que me contaban sobre un inmenso dolor al que había sido sometido durante mucho tiempo.

Por más que lo pensaba, me costaba concebir que ese niño hubiese podido cometer tantos abusos contra sí mismo. Sabia que no se autoflagelaba, otra persona debía hacerlo, y no podía ser nadie más que el hombre que lo criaba. Estaba seguro de que era así, sin mayor evidencia, por la opresiva sensación que me causaba presenciar aquel rito.

Los gatos somos muy sensibles a las emociones humanas. Eso lo sabe todo el mundo. Una de las características más notables de nuestra naturaleza es la gran capacidad que tenemos de convivir con esa especie.

Cuando aprendes sobre las ciencias oscuras, tus sentidos se agudizan a niveles que te hacen sensible a aquello que los humanos definen como paranormal. Yo, para entonces, estudiaba para ser un mago felidian, como lo era mi hermano mayor, y mi madre, y sus padres, y los padres de ellos. Estaba dando mis primeros pasos en el peligroso mundo de las ciencias oscuras.

Ya sabía entonces que cada emoción es capaz de conectar con distintos tipos de entidades en el cosmos. Una de las normas básicas de un rito de invocación es que se requiere de una emoción humana y un sello de hechicería en concreto. Lo que ese niño había dibujado en el suelo, coincidía con los sentimientos funestos que provenían desde el fondo de su alma. Era el odio lo que le promovía. Nada menos.

Aquella criatura con la inocencia hecha añicos, sentía un absoluto desprecio por el género humano. Pero nada más había una persona con la que convivía, y era él quien provocaba su odio. Ángel no tenía amigos, ni familiares, ni nadie en quien confiar. No tenía nunca mayor contacto con el mundo. Él solo conocía a la iglesia y a su tutor.

En ese sótano, el aire estaba plagado por aromas provenientes del mismo infierno. Su rito había abierto una minúscula brecha hacia el Otro Mundo, tan nimia que apenas lograba notarla por lo que distinguía con mi agudo olfato.

En ese punto mi sagacidad se vio superada por las circunstancias. Nada incontrolable ocurriría ese día, eso era seguro. El chico no conocía muy bien el procedimiento, pero lo conocía. Ángel sabía de la existencia de los sellos y las ciencias oscuras. De algún modo ese chico se las arregló para aprender hechicería viviendo en una iglesia.

Ese día, en ese instante, sentí el mayor miedo que jamás hubiese sentido en mi vida. Algo indescriptiblemente espantoso estaba ocurriendo y no se resumía únicamente a ese momento. En ese sótano simplemente encontré las evidencias de un evento totalmente desastroso, de una pesadilla inaudita, que se estaba gestando.

Un plan maligno de una atroz entidad ancestral que no quería ni podría imaginar, se había puesto en marcha. Eran tan poderosas las fuerzas que estaban dirigiendo a Heiligen hacia un fatal destino, que sabía que eran indetenibles.

En ese momento, yo solo podía temblar ante el descubrimiento de una extraña sucesión de eventos que plagarían a Heiligen de dolor y muerte. No tenía más que una corazonada, como una premonición, pero supe entonces que lo mejor que podía hacer por mi bienestar era abandonar ese pueblo.

Cuando me di media vuelta, me sentí súbitamente paralizado. Por un breve instante escuché un sutil gruñido y un violento terror recorrió mi cuerpo. Sé que tal vez lo que escuché fue una palabra, algo en un idioma que ni siquiera entiendo. Lo que sí pude comprender, justo cuando fui capaz de mover mis piernas, fue la frase que musitó el pequeño Ángel en respuesta:

—Dame tu fuerza, padre.


"Los Cuentos de Mizú" es una antología de cuentos de horror escrita por Eddie Alba e ilustrada por Julian Met'yu. Esta nos lleva a conocer las historias del distinguido y desaliñado Mizú, un gato experto en ciencias oscuras y gran conocedor de leyendas que investiga las interacciones de los seres humanos con lo sobrenatural.


Descubre los cuentos:

○ Primera saga: Heiligen Mutter

Prefacio
El ritual
El revolotear de las moscas
El último y pútrido aliento
La maldición de Heiligen

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✏️ Dibujo| Drawing: Julian Met'yu

✂️ Separador | Separator: @huesos

✒️ Edición de | Edition By: @huesos with Pixlr

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🙀 ¡Padre! ¿Cual padre? ¿Padre Satán? jaja
Muy bueno, Eduardo, me encanta ya verme inmersa en los pensamientos de Mizú! ¡Se pone súper interesante la cosa!

Oh, no. En el mundo de Mizú, Satán es un concepto muy errado nacido de la limitada comprensión humana sobre lo que existe más allá de este mundo y nuestro universo...

Hay muchas preguntas abiertas todavía. ¿Qué es un mago felidian?...

Las notas del autor van a tener que explicar muchas cosas, y tal vez sean insuficientes.

Te mando un abrazo enorme.