Detrás del Telón (El artesano de la estación del tren)

in Literatos2 years ago

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(Imagen diseñada por mi en canva)

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Muy en el fondo, Patrick tenía la inquietud por saber cómo había muerto su hermano ¿por qué razón se suicidaría? No había ningún motivo para que un joven en la plenitud de su vida llegara a esos extremos y mucho menos después de haber superado todas las dificultades de su vida.

Cuando él y sus padres se subieron al coche para marcharse, casi todos los habitantes del circo regresaron a sus carpas, solo Bernardette se quedó allí, en la acera frente al circo mientras agitaba la mano derecha para despedir a la triste familia que se iba en compañía de D'Artagnan, luego se dirigió hacia su carpa para preparar el desayuno de Monsieur Fabrizzio.

A lo lejos, los leones emitían rugidos taciturnos como añorando la presencia de su entrenador y gran amigo. Bernardette entró al fin en su carpa, apenas había encendido la estufa cuando unas palmadas afuera llamaron su atención...

—¡Adelante! —exclamó.

Era Luna, que también se veía triste.

—Solo quise vine a hacerte compañía y también a echarte una mano con el desayuno, si quieres —dijo la gitana.

Bernardette asintió con la cabeza y al instante un par de lágrimas se asomaron en sus ojos. Luna soltó la sartén que había tomado y la sujetó por los hombros para luego abrazarla.

—Me dolió tanto verlo así —dijo Bernardette con voz trémula—, estaba sufriendo mucho.

—Sé cómo te sientes —respondió Luna con voz tranquilizadora.

Bernardette decidió contarle a su amiga lo sucedido el día anterior cuando el impasible y hermético Patrick Leblanc se derrumbó frente a ella desnudando sus sentimientos.

—¿Aún lo amas? —preguntó Luna mientras ayudaba Bernardette a trabajar.

La chica se tardó unos segundos en contestar.

—Sí —respondió al fin—, pero creo que ahora lo amo de manera diferente a como solía hacerlo. Creí que lo amaría de la misma forma para siempre, posteriormente viví con la esperanza de que su indiferencia y frialdad terminarían por matar ese amor y solo hasta ahora me doy cuenta de que...

—El amor es un sentimiento que nunca muere, pero se transforma —completó Luna con una sonrisa—. Palabras de mi madre, ¿no es así? —Bernardette asintió también con una sonrisa—. Los gitanos somos gente sabia.

—Él debía sentirse bastante abrumado y a punto de explotar, digo, para expresar sus sentimientos frente a mí.

—Sí, pero sin duda le inspiraste confianza —contestó su amiga.

—Tal vez —añadió Bernardette y al instante decidió cambiar la conversación abruptamente—. Oye Luna ¿cómo están las cosas con Marcel?

—Todo está mejor que nunca, gracias a Dios —respondió la gitana risueña—, le falta realmente poco para graduarse, la ceremonia será este fin de semana. Ya consiguió empleo fijo en el hospital general y planeamos casarnos en cuanto organicemos todo.

—¡Eso es grandioso! —exclamó Bernardette contenta—. ¿Entonces Marcel se unirá a La Fantaisie o?... ¡cielos! Casi olvido que me acabas de decir que él ya encontró un empleo en el hospital, eso quiere decir que...

—Que yo... me quedo en París —completó Luna.

—Sí, es lógico que tengas que quedarte en la ciudad si te vas a casar —razonó Bernardette—. ¿No te sientes rara? Digo, después de haber llevado una vida nómada por tantos años, ahora estás planeando establecerte en un mismo lugar. Te confieso que si fuese tú me sentiría rara aunque no me molestaría probar esa experiencia.

—Bueno, a mí me ocurre exactamente lo mismo que a ti, me sentiría rara pero me gustaría vivir la experiencia.

—De hecho —continuó Bernardette—, pese a que siempre hemos pasado largas temporadas en cada lugar que visitamos, nunca hemos durado tanto tiempo como aquí en París, y eso me ha hecho encariñarme aún más con esta ciudad. Creo que la extrañaré mucho cuando levantemos la carpa y nos vayamos.

—Es aquí donde hemos hecho amigos fuera de la carpa —añadió Luna—. ¿Y no sabes cuál será la siguiente plaza donde se establecerá el circo?

Monsieur Buonarotti me ha dicho que nos quedaremos aquí por un tiempo más, pues tiene un asunto importante que resolver y además está feliz con la reciprocidad del público, pero no ha mencionado cual será la plaza que nos espera.

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Al día siguiente, D'Artagnan y los Leblanc ya estaban en Fontainebleau para darle cristiana sepultura al hijo menor de la familia. Los Leblanc recibieron antes de marcharse un parte médico forense donde se explicaba que la muerte del muchacho había sido por asfixia y que el hecho correspondía visiblemente a un suicidio, ya que el cuerpo había sido hallado colgado por el cuello de una cuerda que a su vez había sido atada previamente a una de las vigas de madera que sostenían el techo de su habitación en el famoso cabaret parisino donde trabajaba, y no habían sido halladas en el cuerpo de la víctima más lastimaduras que las que tenía en el cuello producto de la cuerda al rozarle la piel. Sin embargo ni la familia Leblanc, ni D'Artagnan podían resignarse a creer que Leonard pudiera haber hecho algo así.

La policía les ofreció un vagón especial para ellos en el tren para que pudieran viajar junto al ataúd cómodamente y sin problema alguno. Lucas, como dueño del cabaret y jefe de Leonard se ofreció a correr con los gastos del sepelio, aun cuando Patrick insistió en que no era necesario porque él podía pagarlo, pero tanta fue la insistencia de Lucas en colaborar con la familia de su ex empleado, que Patrick terminó por aceptar lo ofrecido.

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Fuente

Allí estaban todos reunidos frente al ataúd de Leonard Leblanc quien en vida fuese tan altivo y arrogante que costaba creer que se hubiese quitado la vida, que no la hubiese valorado lo suficiente. Solo asistieron los Leblanc (sus padres y hermano) D'Artagnan y algunos pocos amigos que habían sido empleados del antiguo circo de Dimitri, realmente pocas personas, lo que le confirió un aspecto todavía más triste a la ocasión; pero tanto Patrick como sus padres estaban supremamente agradecidos con los presentes y sobre todo con D'Artagnan, por haberles dado semejante prueba de afecto y apoyo al haber viajado junto a ellos (Monsieur Buonarotti solo le había permitido a uno de los mosqueteros ausentarse del circo, y no había nadie más idóneo para acompañar a Patrick y a su familia que su mejor amigo).

Luego del sepelio se reunieron en la casa que tenían los Leblanc en esa ciudad. D'Artagnan se sentía un poco extraño entre aquellas paredes de cemento.

—Sí, cuesta un poco acostumbrarse —admitió Dimitri tomando asiento junto a D'Artagnan en la sala de su casa—, pero ya ves, aquí estamos y nos sentimos cómodos.

D'Artagnan le echó un vistazo a la pobre Gertrude que, sentada en su mecedora, no dejaba de sollozar mientras estrechaba contra el pecho un retrato de su hijo fallecido.

—Solo espero que también nos acostumbremos a la idea de que él ya no está —musitó Patrick.

—El tiempo sabe cómo curar las heridas —dijo D'Artagnan para reconfortar a su amigo.

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Una semana más tarde, los Leblanc se encontraban igual de acongojados, pero mucho más resignados a su pérdida. La vida debía continuar para todos, de modo que Dimitri halló un poco de consuelo en sus marionetas y Gertrude en su costura y el punto de cruz, al menos pensar en otra cosa mitigaba el dolor. Patrick regresaría a sus leones con la esperanza de encontrar en sus rugidos y en los aplausos del público, el consuelo que necesitaba su alma perturbada.

El joven domador y su mejor amigo, el payaso, se encontraban en la estación de trenes de Fontainebleau, dispuestos a regresar a París, cuando de pronto D'Artagnan vio algo que llamó su atención...

Unos metros a su derecha estaba un hombre mayor de espesa barba blanca, cabello canoso y aspecto humilde, sentado en una silla mientras tallaba una figura de madera. A sus pies había una alfombra con múltiples figuritas encima mientras algunas personas le preguntaban el precio de aquellas piezas de arte. D' Artagnan intentó acercársele pero Patrick lo detuvo.

—Ya debemos abordar el tren —anunció.

—Pero... pero...

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—¡Vamos! Se hace tarde —lo apremió mientras comenzaba a trotar detrás de un mar de gente que se dirigía hacia el tren.

—Ese hombre... él... —intentó hablar D'Artagnan, aun sorprendido mientras su amigo casi lo arrastraba.

—No hay tiempo para comprar artesanías, tenemos la hora encima.

Ambos abordaron el tren, pero D'Artagnan todavía parecía perturbado mientras colocaba su bolso en el portaequipajes, solo podía pensar en aquel anciano que se le hacía tan familiar. Tenía la certeza de que lo conocía, no obstante por más que se esforzaba, no podía recordar de dónde.

Patrick por su parte, una vez que guardó el equipaje de mano y tomó asiento frente a su amigo, se dedicó a observar por la ventanilla el montón de gente que despedía a sus familiares y amigos desde el andén. En el pasillo vieron a mucha gente que buscaba sus asientos y luego de unos minutos el tren comenzó a moverse.

D'Artagnan estiraba el cuello, tratando de echar un vistazo fuera de la ventanilla para ver si lograba divisar nuevamente a aquel anciano, pero era imposible porque el montón de personas que estaba en la estación le bloqueaban la vista.

—¡Oye amigo, siéntate! —pidió Patrick con una leve sonrisa—. ¿Qué buscas con tanta insistencia?

—Es ese anciano que...

—No teníamos tiempo de comprar nada, hombre —lo interrumpió el joven domador.

—No se trata de eso, Patrick, es que me parece que lo conozco de algún lado.

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Cuando ya llevaban una hora de viaje, el cielo comenzó a nublarse mientras diminutas gotas de lluvia golpeaban los cristales haciendo que se empañaran un poco. El tren avanzaba por una explanada y de pronto D'Artagnan pareció iluminado por un recuerdo...

—¡Ya sé! —exclamó levantándose de repente lo que causó que se golpera la cabeza con el portaequipajes.

—¿Qué se supone que sabes? —preguntó Patrick medio adormecido.

—Ya sé quién era ese hombre de las artesanías —respondió DÁrtagnan acariciándose la coronilla con un gesto de dolor.

—¿Y aún sigues con lo mismo?

—Pues sí, ese hombre es Marccelo Azfralotti, tu antecesor en La Fantaisie, el antiguo domador de leones. La barba que ahora tiene no me permitió reconocerlo al momento.

—¿El mismo que dejó todas sus pertenencias en su carpa, incluyendo el látigo de Diderot Colville? —inquirió Patrick terminando de espabilarse mientras D'Artagnan asentía con la cabeza—. Pero... pero si Monsieur Buonarotti me dijo que él huyó del circo con la camada entera de leones recién nacidos.

—Eso era lo que todos creíamos, pero si fue así ¿cómo es que no tiene una vida mejor? —razonó el joven payaso—. Tú mejor que nadie sabes cuanto vale un cachorro de león, imagínate ahora cuanto valdrían los tres,

—Tienes razón —concedió Patrick—. No tendría sentido, ¿Por qué abandonaría un puesto en un lugar como La Fantaisie para ir a vender artesanías de madera en una estación de trenes? Se supone que si se robó esos cachorros, ha debido venderlos a un zoológico, a una feria o a otro circo, y con lo que debieron darle era más que suficiente para vivir bien o incluso invertir en algún buen negocio.

—Desde luego, no tiene sentido que esté así, es decir, siempre fue bueno para esculpir, pero su fuerte siempre ha sido el entrenamiento de animales feroces —terció D'Artagnan.

—¿Crees que deberíamos mencionárselo a Buonarotti? —inquirió Patrick dubitativo.

—Ni lo sueñes —respondió su amigo en el acto—, no sé cómo podría reaccionar.

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El tiempo fue pasando y el silencio volvió a apoderarse del compartimento donde yacían los dos amigos, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Patrick pensaba en Leonard, en su andar de pasos firmes, en su nariz respingada y sus aires de galán. Habían sido pocas las conversaciones que ambos tuvieron como hermanos, pero él las apreciaba de verdad y pese al gran abismo que siempre hubo entre ambos, era inevitable no sentir aquella daga punzante del dolor que le producía su inexorable ausencia en el mundo.

D'Artagnan por su parte, seguía cavilando respecto a Marccelo Azfralotti ¿por qué razón robaría esos cachorros si solo pensaba vivir de sus figuritas de madera esculpidas? ¿Se los habrían robado también a él? ¿Cómo había logrado escaparse de Fabrizzio y por qué éste no lo había encontrado cuando fue a Fontainebleau?

Al cabo de una hora, se escuchó el agudo silbido de la locomotora y una enorme cantidad de humo fue saliendo de la chimenea, dejando una estela gris tras de sí, al tiempo que las ruedas emitían un sonido chirriante mientras perdía velocidad conforme se atisbaba la estación de trenes de París.

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En la Fantaisie, los trapecistas islandeses intentaban enseñar un nuevo truco a su pupilo francés, Aramis. En lo alto de la carpa intentaba realizar el triple salto mortal que Arng hacía parecer tan fácil. El joven islandés colgaba del trapecio volante, impulsándose y dando tres vueltas perfectas en el aire antes de tomar, con facilidad y destreza, las manos de su hermano Knut. Aramis en cambio solo lograba dar una vuelta antes de precipitarse hacia la red de protección.

—Recuerda que no es fácil, pero tampoco imposible —lo alentaba Helga desde la plataforma.

—Sí, también debes reconocer que has avanzado bastante —lo apremió Arng.

—Antes ni siquiera podías balancearte —comentó Knut riendo mientras oscilaba en su trapecio de recepción una y otra vez.

—Pues tienen razón, ya verán que lo lograré —expresó el joven con determinación mientras se dirigía a la escalera colgante para ascender de nuevo a la plataforma. No obstante a lo lejos, divisó algo que le llamó la atención—. ¡Son ellos! —exclamó—. Son Patrick y D'Artagnan. Déjenme recibirlos.

—Nosotros también bajaremos en un momento —contestó Helga.

La gente del circo recibió a los recién llegados de forma calurosa, a excepción de Fabrizzio que como siempre debía estar enclaustrado en su carpa. Patrick sabía que esa noche habría función y que la vida además del show debía continuar, después de todo como bien lo había dicho Bernardette, la vida no era más que una obra de teatro donde el gran espectador y director es el propio Dios y los mortales los actores.

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