También puedo decir que el hombre subió al tren a las 5:45 de la mañana, se sentó en uno de los tantos asientos destinados a personas mayores, embarazadas y personas con discapacidad. Bueno, cabe acotar que era un hombre mayor y ninguna de las otras dos. Y comentó a nadie en particular:
-¡Uy! ¡Qué mal olor!
El tren iba bastante ligero de su carga habitual, gente que va apresurada a su trabajo con ojos somnolientos, con lagañas aún en la comisura de los ojos y una que otra marca de almohada en la mejilla.
Es práctica común, aunque prohibida, que uno que otro usuario o usuaria del tren se encuentre hambriento y decida comer en el trayecto que le separa de su destino.
El hombre de las 5:45 de la mañana llevaba un morral del que sacó un pan, bocadillo del que me sería difícil decir si iba relleno con algo. Aunque sí resulta fácil decir que tenía hambre por la manera en que empezó a engullirlo, al menos la primera parte y hasta poco más de la mitad, ya cuando tenía un cuarto de pan, los ojos y la cabeza empezaron a hacérsele pesados, su mano bajó y en este punto era increíble que aún lo sostuviera pues era más que evidente que se había quedado dormido.
La gente que se encontraba alrededor, sobre todo las que iban sentadas y algún que otro hábil que había dominado la técnica de las gallinas, estaban también en estados similares de inconsciencia, esta práctica también era común aunque no prohibida.
El hombre se despertó súbitamente como quien se duerme sin querer y siguió comiendo, segundos después volvió a dar cabezadas de sueño hasta quedar dormido. Quien lo haya visto pudo reírse de la situación pues volvió a hacer estas acciones como si estuviese en una película de comedia donde el personaje repite la acción una y otra vez resultando absolutamente ridículo.
Finalmente el hombre de las 5:45 quedó entregado a la inconsciencia, llegó a su estación, no despertó y pasó de largo. Así paso la mañana en el tren con el hombre inconsciente y gente que entraba y salía de los vagones para ir hacia sus destinos.
La verdad es que no sé en qué momento el hombre murió. Lo cierto es que estaba muerto. No tenía los síntomas de la vida: respiración ni pulso.
El hombre o más bien cadáver tras haber pasado unos cuantos días en ese estado, con el pan ya mohoso en su mano, despertó, y a su misma hora de ir al trabajo. Hay ciertas rutinas que tienen la inevitabilidad de la muerte misma.
Por supuesto, ya el hombre de las 5:45 se encontraba un poco menos…digamos que “glamoroso”. Abrió los ojos y siguió comiendo su pan como si nada hubiese pasado. Esta vez apenas percibía olor del que se había quejado anteriormente, es difícil percibir la podredumbre cuando esta viene de adentro de uno mismo. La gente a su alrededor no se había percatado de ningún cambio porque se hallaban más o menos en el mismo estado.
El hombre llegó a su estación, se levantó y fue a su trabajo, uno que odiaba, pero al que iba. A su paso dejó rastros de sí mismo en descomposición y el olor fétido que acompaña a todo cadáver andante.
El resto de los cadáveres que viajaban en el tren a su vez iban y venían, los que iban muriendo en sus asientos o de pie pasaban algunos días allí, para luego seguir sus no-vidas.
(Imagen propia editada con photo editor Polish)
Muy bien costruida la historia y también el diseño del personaje. El escenario del ambiente no podía ser el mejor seleccionado, un tren atiborrado de personas, como animales, deshumanizados en su ir y venir, entrar y salir, medio dormidos o medio muertos. Escena fantasmagórica de una sociedad que huele a muerte, a cada hora, Felicitaciones @marcastillo Saludos, sigue perfeccionando tu técnica sorprendente.
Muchas gracias, @pelulacro es gratificante leer su comentario.
!Impactante y extraordinariamente bien narrado texto! ¡Felicitaciones!
Gracias @ylich me alegra que te haya agradado.
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Tema interesante. Unos toques de suspenso le hubiesen venido muy bien, pero te saludo con cariño, bienvenida al tren fantasma…
Gracias, @jat06 aprecio tu observación para mejorar.