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Persiguiendo aullidos
La oscuridad era cada vez más profunda, indetenible. Los pasos apresurados resonaban en la calzada, primero un pie y luego otro, el apoyo que lo mantenía aferrado a este mundo y dirigía pesados golpes a su corazón agitado. Jadeaba, sudaba y desconocía a dónde iba, pero no se detenía. Imposible detenerse.
Detrás de sí los perseguidores. Eran veloces y fuertes, entrenados para detener a la prole maldita conocida como «Los aulladores». Una vez identificado el objetivo, figuraba por siempre en las listas de los buscados, y si lograban atraparlos, el modo de detenerlos era borrar su existencia con la muerte. No importaba si alguna vez habían sido humanos, si conservaban esa apariencia y ese frágil corazón. No importaba si tenían amigos y familia, la ley era la ley, y la ley dictaba que debían desaparecer.
Él también había pensado así. Había formado parte de los perseguidores, esos seres que arriesgaban la vida por proteger a otros, que luchaban en contra de las bestias por un mundo menos corrompido y peligroso, en el cual asegurarle un futuro a sus seres queridos y las próximas generaciones. Había pensado que estaba siendo justo hasta que le sucedió a él. No había tenido idea de que se había convertido en un hombre lobo hasta que pasó, y de algún modo, por azar o destino, consiguió mantenerlo en secreto de sus compañeros exterminadores.
Recordaba que lo primero que había pensado después de la transformación había sido que de algún modo seguía siendo él. A su alrededor aseguraban que los hombres lobos eran demonios que se encargaban de meterse en el cuerpo de los humanos y fingir que seguían siéndolo, para engañar a todos y beneficiarse. Luca sabía que esto no era cierto, seguía siendo él, no obstante, no descartaba la posibilidad de que su cuerpo ahora estuviera compartido entre dos. El demonio del que todos hablaban y él.
Quiso suicidarse, pero antes de que la daga atravesara su piel, la puerta se abrió y se consiguió con el rostro asombrado de su mejor amigo. Sin dejarlo abrir la boca se había abalanzado sobre él, y entre el forcejeo consiguió despojarlo del arma. Luca estalló en llantos y le explicó lo que sucedía, pero su amigo, cazador como él, le dijo que tenía que vivir.
Luca no pudo desprenderse de la sensación de estar haciendo mal, su mejor amigo dejó de lado su deber por él, pero seguía cazando y persiguiendo a otros, asegurando que eran malvados y enseñándole las pruebas de sus destrozos. Él no pudo. Cómo matar a seres humanos sabiendo la verdad, siendo él lo que era, llevando haciéndolo por años, erradamente.
Abandonó la hermandad, desorientado respecto a qué debía hacer con su vida. Su mejor amigo le rogó que no lo hiciera, que volviera, pero dejó de insistir cuándo vio el estado en el que se encontraba. Le dijo que le iba a conceder tiempo, el trabajo que hacían agotaba a cualquiera, y no solo eso, ponía en peligro la cordura.
Luca no pensaba regresar, estaba ocupado revolcándose en su desgracia, tan afectado que no pensó qué hacer con su nueva realidad. Su familia logró descubrir qué le ocurría y su madre, con voz tierna y determinada, le dijo que tenía que encontrar un modo de curarse. De ser imposible, entonces debía encontrar el modo de vivir siendo lo que ahora era, y ayudar a otros como él, estando consciente ahora de lo que sufrían.
—No puedes matarte como si nada, se los debes. Antes consagraste tu vida a cazarlos, las lágrimas no borrarán tus pecados. Debes consagrar tu vida a enmendar tus errores, eso tendría más provecho que una puñalada.
Como fuere, lo ayudaron y lo motivaron. Sobre todo, lo siguieron queriendo y llamando Luca, sin importar su nueva condición. Estuvo bien por un tiempo, hasta que todo se desmoronó de golpe.
La visión se le había comenzado a nublar, de la nada. Poco a poco fue perdiendo la consciencia, y lo único de que era capaz de ver, muy de lejos, como desde el fondo del mar, era a su madre. Hablaba y gesticulaba, pero no alcanzaba a comprender qué. Los gritos posteriores no lo alcanzaron, los destrozos ocasionados en el hogar. Cuando despertó, la visión con la que se encontró lo sacudió, apretándole tanto el corazón que el dolor que sentía era intolerable.
Justo entonces se topó con la cara horrorizada y asqueada de su mejor amigo, que no esperó dos segundos para apuntarlo con el arma. Luca corrió, sin saber por qué. Entre sus pensamientos inconexos se encontró con la idea absurda de que antes, el mejor amigo que ahora intentaba matarlo, no le había creído cuando le había asegurado que ahora él era un hombre lobo. Él había tenido la esperanza de que, pese a que lo fuera, no podía verlo como un enemigo.
Ahora que lo había visto con sus propios ojos lo tenía detrás, pisándole los talones para asesinarlo. Y cómo no, con lo que acababa de pasar. Si perder a un familiar resultaba duro, matarlo resultaba insoportable. Por eso corrió y corrió y corrió, para alejarse del cadáver de su madre y la imagen de su hermano desmembrado. Si se detenía, el dolor lo iba a comer vivo, lo devoraría lentamente. La muerte, esa que tanto querían darle, no sería castigo suficiente para pagar por todo lo que había hecho.
No tenía derecho a morir, el peor castigo era seguir vivo.
Corrió sin detenerse, hasta que las piernas se le extenuaron y los pies se le ensangrentaron. Detrás de sí ya no había nadie, los había perdido desde hacía rato. Su mundo comenzó a girar y cayó, acostado en la grama. La luna se erguía en lo alto, hermosa y peligrosa. Tenía las manos ensangrentadas, el corazón destrozado y una misión que cumplir. Ninguna muerte sería en vano.
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Muy interesante tu relato lleno de suspenso y fantasia. Bastante original. Me gustó mucho. Saludos.
Gracias 💜
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