Un Plan, Otro Mar
La aventura de salvar uno de esos barcos abandonados para que vuelvan a desplazar el agua dejando un zurco en los siete mares a toda vela, por el momento era solo una idea, un sentir, mas con una convicción muy fuerte. Mucho mas fuerte que el poder adquisitivo de Manali que por ese entonces en Guatemala era nulo. Pero ya había movido los hilos contactando a prominentes tripulantes de la aventura que invertirian capital, empezando por su consejero y mano derecha, El-Isidro.
La convicción igualmente era que el barco iba a ser regalado, cedido. Como se comentaba en las tabernas; en Florida, cansados de pagar rentas abultadas de marina los Capitanes de ocasión te regalaban su bote con tal de deshacerse del peso de su hobbie extincto.
El problema era que Manali estaba en Río Dulce Guate, y viviendo totalmente afuera del sistema como para solicitar una Visa a los EEUU e ir de turista. Lo de la visa era improbable, lo de ingresar no era imposible. Entonces entre copas y coplas se fué esgrimiendo el plan.
Lo primero y claro era llegar por Mar. Hacerlo ilegal en un barco mercantil sería demasiado costoso, en tiempo y dinero. En un pesquero o un yacht particular sería arriesgar a los Capitanes y sus naves. La seguridad de la guardia costera norteamericana y los controles migratorios sería mejor sortearlos de frente, sin tapujos.
Lo perfecto sería entrar en las aguas territoriales norteamericanas navegando a Germayoni. Pali Manali y su bote de once pies a toda vela, pidiendo asilo en las costas de Florida después de escapar de un secuestro pirata en aguas internacionales del Caribe. Una entrada a lo Hollywood, ¿quien no creería el cuento sino los mismos Yankees?
El secuestro se daría en realidad en aguas nacionales de Belize, que a juzgar por la cara de reina Isabel que tienen sus monedas, más acertado es decir, aguas inglesas.
En estas aguas que a pocas millas de la costa son el paraíso de Nemo y sus amigos en el segundo arrecife de coral más largo del mundo, trazaría el hábil pirata su recorrido hacia Florida. Por los cayos de Belize navegaría Germayoni sin peligro que la tumben grandes olas y remontaría la corriente desfavorable hasta llegar a las mareas que suben por México hacia el golfo y Florida.
La mala suerte sería ser avistado por una barca legalmente corsaria Belizense empujada por tres motores de doscientos cincuenta caballos de fuerza, y tripulada por tres morenos más altos que dos metros que colgaban como collares cada uno de ellos sus metralletas AK-47. Toda esta matemática sería nefasta para el gran plan.
Pero Manali traería en su liviano lastre tres botellas de Ron para equiparar la ecuación. La masa corporal de los morenos no sería proporcional al aguante frente al alcohol y quedarían tumbados antes de acabar las botellas, abrazados cariñosamente a sus metralletas. Mientras tanto Manali se hacía de uno de los motores y toda su gasolina y ponía a Germayoni empopada a toda marcha fuera de las aguas inglesas y rumbo a pedir asilo en Florida.
Se desaría del motor y la vela al pasar frente a cuba simulando la deriva hasta Key West. Al pisar tierra como refugiado víctima de piratas, apovechando la prensa del caso comunicaría a la comunidad de navegantes retirados la intención de volver inmediatamente a la mar en un velero que alguno pueda donar a la causa de llegar al Río de la Plata y anclar en el Puerto del Buceo. El plan era redondo.
Hasta ahi, el plan era redondo si no fuera que entre coplas y copas, se cruzaría una Sirena que alteraría el reloj.
El pirata no busca al amor, pero el amor encontró a Manali otra vez sin guardia. Los barcos, el mar, los corsarios belizenses y la prensa floridense se convirtieron en corazones y estrellitas de colores que rodearon a esta preciosa muchacha aparecida, y el pirata embelezado siguió sus pasos desde Guatemaya hasta México para vivir un romance que merecían, sin testigos.
Ya habría tiempo de regresar por Germayoni y ejecutar el plan para hacerse de una nave.
Cuando fué el tiempo de volver, una sorpesa cambió el rumbo de las cosas otra vez. La frontera estaba cerrada por una pandemia mundial. No había paso y el ejército había salido a las calles mandando a la gente a encerrarse. ¿Hasta cuándo? Nadie sabía. Manali, dueño de una intolerancia acérrima a la incertidumbre implantada, rápidamente dió vuelta la mirada del Caribe al Pacífico, decidiendo en el acto la nueva dirección de la aventura: Mar de Cortés.
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