El hombre en el camino | Relato corto |

in Literatos3 years ago

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Foto original de: Pexels | Johannes Plenio

    —Dieciocho... diecinueve... veinte —susurraba Samir —. ¡Listos o no, ahí voy! —gritó a todo pulmón, apenas se despegó de la pared, y corrió en cualquier dirección.

    Aquella era la noche de brujas, por lo cual no era muy común que, con calles repletas de niños, pasaran muchos autos por la calle. Sin embargo esa vez sí pasó uno, a toda velocidad, justo cuando Samir cruzaba de una acera a la otra. Tarde, muy tarde ya, vio las luces delanteras del vehículo que inevitablemente impactaría su pequeño y frágil cuerpo en pocos instantes. Solo volvió en sí cuando sintió que alguien lo haló hacia atrás, una gran mano que sujetó la tela negra de la capa de vampiro, parte de su disfraz por la ocasión, y lo impulsó con fuerza hacia un costado del camino. El chico cayó sentado y se inclinó para escupir los dientes de plástico, que también conformaban el vampiresco, pues se había mordido la lengua con ellos en la caída y gotas de sangren comenzaban a brotar de su boca, además de que no le permitían hablar muy bien.

    Desorientado y aturdido, desde la acera, vio al auto seguir su curso, como si nada hubiera pasado. Tardó en entrar en razón sobre lo cerca que estuvo de ser arrollado y reventó en llanto. Se olvidó de su misterioso salvador hasta que volteó la mirada y lo detalló: el sujeto mediría unos dos metros de alto, sus manos eran más grandes que la cara de Samir, la tez negra de su rostro lucía un montón de cicatrices, similares a cortes con algo filoso, y vestía con un suéter de mangas largas curtido y unos jeans sucios y rotos en las rodillas.

    —¿Estás bien? —preguntó el hombre, el grueso tono de voz que desprendió sorprendió más al niño.

    —Casi... casi me atropella —tartamudeó.

    —Sí... casi.

    Solo entonces Samir se percató de que las decoraciones de las casas a su alrededor estaban apagadas, la decoración de noche de brujas desapareció, junto con los otros niños y adultos en las calles.

    —¿Qué le pasó a todo el mundo? —preguntó, confundido. Aparentemente él y el de la cara cortada eran los únicos que quedaban allí.

    —Ellos... se fueron —respondió. Samir notó cierta ¿preocupación? marcada en su herido rostro.

    Sentía miedo, pero no tanto como creyó que debería sentir dadas las circunstancias, aquello le extrañó, no obstante no era esa su mayor preocupación en el momento. «¿Por qué se fue todo el mundo? ¿A dónde se fueron? —se preguntó. Dedicó un pensamiento a su madre, su abuela y su pequeña hermana —¿Ellas se fueron también?»

    —¿Qué haces, niño? —preguntó el señor de la voz gruesa al ver que Samir se levantaba y caminaba en dirección a su casa.

    —Buscaré a mi mamá —chilló.

    —No la encontrarás allá. Ven conmigo, conozco un lugar donde podrás esperarla —aseguró, cada palabra la pronunciaba con mucha tranquilidad.

    Lo pensó y le propuso al hombre que lo acompañara hasta su casa y, si su familia no estaba, se iría con él, a donde sea que fuere, a esperar. Este aceptó y juntos llegaron solo para comprobar que, en efecto, no quedaba nadie en la casa, además de que, por alguna razón, todos los bombillos estaban apagados y no podían encenderse, la nevera y la alacena estaban vacías y el interior de cada una de las habitaciones lucía igual. Samir no dijo nada, salió cabizbajo por la puerta delantera y le dijo al hombre de la cara cortada que estaba listo para seguir, este lo guio por el camino.

    —Es allá —dijo, al cabo de haber andado un rato, y señaló al enorme sauce en la cima de la colina —. Corre hacia él.

    Samir no recordaba siquiera haberse percatado de la existencia de ese árbol, basado en lo que caminaron debía estar a dos calles de su escuela, pero sentía que sí había visto con anterioridad, le pareció hermoso. Caminó unos pasos y amagó con correr, sin embargo se detuvo al voltear y observar al hombre de las cicatrices, que se quedó parado y luego se sentó en el engramado.

    —¿Tú no vienes? —este no respondió —. ¿No tienes que esperar a nadie?

    —No, pequeño amigo, a mí nadie está esperándome ahí —no volteó a mirar a Samir, contemplaba el sauce mientras hablaba.

    Desvió la vista de él para presenciar cuando Samir se quitó los zapatos, dejó que la capa se la llevara el viento, y siguió corriendo hasta llegar al árbol.

XXX

¡Gracias por leerme!

   

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¡Gracias por el apoyo!

Una lectura fresca y bien llevada en cada una de sus líneas. Gracias por mostrar tu trabajo, como siempre impecable.

@yonnathang

Me alegra que te haya gustado; es el tipo de cosas que me motivan a seguir escribiendo. ¡Gracias!

Exelente relato, se ve muy original, gracias por compartir.

Muchas gracias a ti por comentar. ☺