Las horas transcurren lentas en la oscuridad de la calle, Gabriela caminaba sin dirección. Cuestionaba su vida, la suerte nunca le ha sonreído, ni siquiera en este nuevo comienzo es capaz de conseguir trabajo decente, la lobreguez va absorbiendo los suspiros y la tribulación dejando grietas en su alma. Los tacones puntiagudos resonaban al tocar el concreto originando una sinfonía altisonante que solo ella escuchaba. Sus pasos eran alumbrados por un hermoso manto de estrellas, el cielo estaba encantador, de esas noches que Gabriela solía disfrutar en familia buscando figuras en el firmamento e improvisando historias sobre el universo. Quedó paralizada unos minutos, sus ojos se poblaron de nostalgia. Esos recuerdos la invadían a diario.
Tras dormir algunas horas, despertó en su habitación. Observó a su alrededor, lucía caótico, pero esta vez sus ojos veían el mundo diferente, aunque ayer estaba igual de desordenado y no le molestaba. Tenía unas ganas enormes de arreglar ese espacio para que al menos pareciera un hogar, similar al que en sueños imaginaba pulcro. Lápices labiales, ropa interior, cremas, colonias, zapatillas, cada elemento en eterno conflicto. Sentía ciertas ganas de ordenar, pero tanto su pensamiento como sus acciones no compaginaban. En esa escena se podía resumir su vida, quiere organizar su entorno, sin embargo, le falta motivación, disciplina y perseverancia. Recuerda cuando decidió refugiarse en esta ciudad distinta a la suya, sin comprender que de nada vale huir porque escapar de sí misma es imposible.
Alta, delgada, de tez blanca y ojos negros, no comprende de matemáticas, pero es consciente de las cuentas que debe pagar: el gas, la luz, la renta y sobre todo la comida. En la mesa detalló los recibos, no quería preocuparse demasiado, los acomodó por orden alfabético y los deslizó debajo de ese libro cuyo lomo de letras doradas la invitaba a leer: “La comunicación oral desde la praxis pedagógica…” El ciclo universitario que no pudo concluir por dedicarse a gozar de las fiestas, los excesos y los placeres. Juventud irrecuperable. Terribles decisiones de las cuales se arrepiente ahora. Con un leve movimiento de cabeza interrumpió la conexión emocional. Ese día, tras la visita de una conocida, su cotidianidad dio un vuelco, llegó una oportunidad de ganar más dinero relacionándose con una clientela más selecta. Le entregaron una agenda con citas preestablecidas y otras instrucciones.
Esa misma tarde Gabriela empezó a practicar para iniciar su nueva jornada de trabajo, tenía un talento natural para el histrionismo. Fue a la habitación y encendió su teléfono celular, creó un grupo de WhatsApp para añadir los números indicados en la agenda. Surgió la primera llamada, al atender se disfrazó, convirtió su tristeza en alegría y con calurosas palabras envolvió a su cliente en una atmósfera de erotismo y sensualidad. En ese instante solamente se escuchaba su risa, se sonrojaba con las propuestas y ocurrencias de ellos. Cuando ella asume un personaje se siente importante, valorada, amada. Sensaciones fugaces muy alejadas del amor verdadero, lo sabe, pero igual se conforma. Siempre ha sido una excelente actriz, lo hace tan bien que es capaz de convencerse a sí misma y a sus clientes de que existe un vínculo afectuoso en una relación efímera.
Las llamadas cesaron luego de una hora, aprovechó para buscar algo que comer. Quince minutos de ausencia fueron suficientes para que se registraran tres llamadas perdidas. Revisó y todas provenían de un mismo número, el cual no le era familiar ni aparecía en el listado que tenía. Al tener el teléfono en la mano decidió regresar la llamada, pensando que sería otro de sus clientes, se dispuso a recrear otra vez a su personaje, pero al escuchar aquella voz todo su escenario se desvaneció. Quedó congelada, se le hizo un nudo en la garganta y la ansiedad se instaló como una cobra venenosa en la boca de su estómago. Colgó de inmediato y quedó con esa sensación de vacío que la desbordaba, con un grito silencioso calcinando sus extrañas y la respiración entrecortada. Odió esta llamada que la obligaba a volver a su conciencia absurda. Era él, no tenía dudas, el fraude de amor del pasado que aún la perseguía. No entendía cómo obtuvo su nuevo número.
Aquella voz trajo una vorágine de recuerdos, punzadas hondas se afincaban muy adentro. Otra vez revivió aquel suceso en esa ciudad que deseaba borrar de su mente, cuando llegó más temprano a la casa y escuchó gemidos furtivos en el baño. Un violento pálpito estremecía su pecho mientras un nudo en su garganta la asfixiaba, de allí que ralentizara sus pasos en búsqueda de alguna explicación lógica. Pudo percibir dos sombras apasionadas en total entrega. Se desmoronó por completo, tragó en seco y golpeó la puerta contundentemente. Los amantes se negaron a abrir, pero ante la histeria desatada de Gabriela no tuvieron otra opción que descubrirse. Allí estaba su novio con uno de sus amigos. Ella quedó atónita, la incredulidad cedió paso a la indignación y luego al asco. Se marchó de inmediato. Escuchaba su nombre en la lejanía, pero era tal la consternación que nunca se detuvo hasta irse lo más lejos que pudo.
Gabriela no podía permitir que su mente la aprisionara otra vez. Colocó música estruendosa para que retumbara en sus oídos, se dejó llevar, bailó, con ello bloqueó todo renacer de sentimientos y añoranzas. Prometió no derramar más lágrimas por ese ayer plagado de tantas calamidades, se resistía a volver, ahora aquella residencia no era su hogar. La contaminación carcomió su esencia, no pertenecía a ese lugar. Tras sentirse libre, a través del baile y la música, se duchó, se puso un vestido negro muy sensual y unos tacones altos que estilizaban su figura. A los pocos minutos, un auto se estacionó frente a su habitación, Gabriela pintó sus labios intensamente rojos, se observó en el espejo y salió al encuentro del cliente que le aguardaba.
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