ELLAS Y SUS PROFESIONES

     —Disculpe, ¿cómo es su nombre?... para indicarle por teléfono los datos que me pide —solicitó el cliente a la funcionaria del banco que lo atendía con respecto a un crédito.
     —Ingeniero Sofía —respondió la joven.
     —¡Ay, qué curioso! Tiene usted un apellido como el del autor de El hombre mediocre, Sofía Ingenieros.
     —Ingeniero no es mi apellido, sino mi profesión —aclaró ella poniendo cara de desagrado.
     —Disculpe, no sabía que usted es ingeniero.
     —Pues, sí. Ingeniero agrónomo.
     El cliente la miró con sorpresa, escrutadoramente de arriba abajo, y le comentó:
     —No se vaya a disgustar, pero yo lo vi a usted igualito a una mujer. Debe ser por estos benditos ojos míos... y como se me han vencido los lentes...
     —¡Yo soy una mujer, señor! —dijo ella sin disimular su disgusto y salió de la oficina dándole un palmo de narices.
     —Pero entonces no es ingeniero, sino ingeniera —alcanzó a decirle él antes de que la joven se internara por los vericuetos de la oficina.

     Pero igual se lo hemos oído a otras lindas profesionales que al escribir o al hablar masculinizan su título, como si esas profesiones estuvieran reservadas solamente para los hombres.
     —Soy la doctora Fulana, médico.
Le pregunté a una sobrina por qué decía médico y no médica y me respondió que porque sonaba muy feo. Recordé aquello del oso. Pero más triste fue una amiga que explicaba a alguien que ella no era ingeniero, sino arquitecto. Y ante una observación parecida me respondió:
     —¿Arquitecta? ¿Se puede decir arquitecta, Tomás?
     —Siendo tú una mujer, sí. Y si fueras experta en un oficio serías perita. Y como eres hábil tocando guitarra nadie podrá negar que eres música.
     —Tú siempre con tus cosas —me dijo con notorio escepticismo y luego me completó—, eso será en tus libros.

Me di cuenta de que no tenía sentido intentar que ellas se diferenciaran de ellos.

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Imagen y texto de Tomás Jurado Zabala
Gracias por sus amables lecturas