LOS PRESTIDIGITADORES
A mí, desde que tengo uso de razón, me han impresionado los prestidigitadores. Pienso que son seres excepcionales que merecen que se les aplauda con ambas manos.
Recuerdo que cuando estaba pequeño había en mi pueblo un muchacho a quien por mal nombre lo llamábamos el Gitano y que nos dejaba con la boca abierta haciéndonos unos trucos, tal vez viejos y tontos, pero que a mí me parecían la mar de interesantes.
El Gitano nos decía: ¿qué tengo aquí? y nos mostraba en la mano un cuchillo. Entonces comenzaba a mover la mano con tal velocidad que cuando nos volvía a preguntar no sabíamos qué contestarle, porque nada se le veía en la mano. El Gitano también era muy hábil en hacer desaparecer gallinas de los patios de las casas vecinas, pero ya eso no era por sus artes de prestidigitación, sino por su maña de robar aves de corral para hacer sancochos en el río.
Más tarde, pude ver en los circos algunos prestidigitadores que me entusiasmaron mucho más que el Gitano, pues sus trucos eran más perfeccionados y más impresionantes. Una vez un mago de estos llegó al barrio donde yo vivía y nos hizo una serie de trucos bien buenos. Una tarde hizo desaparecer a una muchacha en nuestros propios ojos y al momento hizo aparecer en su lugar a un conejo que era bastante gracioso. Por cierto, que pocos días después la muchacha desapareció con mago y todo.
Hay actos de magia muy conmovedores. Supe que un sujeto tenía una escopeta y una esposa tonta. La escopeta no era curiosa en absoluto, pero la esposa sí lo era. Y un día se puso a curiosear para ver por dónde salían las balas. Se asomó al cañón y de inmediato el ojo se le desapareció en la quinta palmita y todavía lo anda buscando. Yo estoy de acuerdo con ustedes en que esto no tiene nada que ver con la prestidigitación, pero lo traigo a colación para significar que de todo hay en la viña del Señor.
He visto muchos prestidigitadores. Unos buenos y otros regulares. Una vez leí que David Cooperfield, ante los ojos de todo el mundo hizo desaparecer la estatua de la Libertad, en el puerto de Nueva York, para después sorprender mucho más aún haciéndola aparecer nuevamente. Todo el mundo, por supuesto, quedó atónito. Porque la verdad que el truquito, que todavía nadie ha logrado explicar, sorprendió de la manera más impactante.
Hay otras desapariciones que algunos intentan hacer creer que se trata de actos de prestidigitación, pero todos francamente sabemos que no. Así como David Cooperfield hizo desaparecer la estatua de la Libertad de Nueva York, Osama bin Laden hizo desaparecer el World Trade Center de Nueva York, en cuestión de minutos también. Pero eso no vale. Eso no califica como prestidigitación, pienso yo.
Creo que tampoco vale que se califique como un acto de prestidigitación que algún gobernante de por ahí haga desaparecer los fondos públicos sin que nadie, pero nadie pueda saber cómo, cuándo y de qué forma se esfumaron y dónde fueron a parar. La verdad es que eso es un acto sorprendente que por cotidiano ya no sorprende; pero eso no es un acto de prestidigitación, digo yo, sino un soberano acto de sinvergüencería y de irresponsabilidad, por no decir de corrupción que es una palabreja que de tanto aplicarla ya ha venido a perder su verdadero significado.
Porque mire, una cosa es hacer desaparecer algo para impresionar, para emocionar y para sorprender a un público circense y otra cosa muy distinta es meterle las cinco uñas a un dinero para hacerlo desaparecer sin ton ni son.
Bueno, digo yo.
Dibujo y texto de Tomás Jurado Zabala
Gracias por sus amables lecturas
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Un relato interesante que empezó siendo una serie de anécdotas fantásticas, a una una crítica social bastante cierta. Como siempre posees el don de relatar con simpleza y poderío, haciéndonos reflexionar sobre el mundo y sus decisiones. ¡Saludos! @tomasjurado
Muchas gracias por tan significativa valoración a mi trabajo.
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