Lo que la despertó fueron los primeros rayos de la luz del sol que entraban por el gran ventanal. Se sentía agotada aún; supuso que era normal por el cúmulo de emociones que había tenido. Incorporándose en la cama, se volvió hacia su derecha; Nathaniel estaba sentado en una silla, a un lado de la cuna de los mellizos. Los tres dormían profundamente, debido a que habían tenido un día muy agitado.
Apartando la sábana, se levantó con mucho cuidado con la intención de ver cómo estaban los bebés. Nathaniel quien había escuchado su gemido. Incorporándose de su asiento, salió a su encuentro y la abrazó, aliviado de verla en mejor semblante. La joven le correspondió; tras un beso apasionado, los dos se sentaron en la cama.
"¿Qué hicieron con la bestia?", inquirió Yelena.
"Lo cremamos", replicó Nathaniel. "Era lo menos que se podía hacer al infeliz".
"Sí... Lo sé. Por lo menos ahora sé que lo que dicen las leyendas es cierto".
Nathaniel le miró. Yelena le explicó: "La sangre del vamplobyon puede debilitar al lykaios; el efecto tarda un poco, pero el enfermo se debilita y recupera su estado original antes de morir. Eso fue lo que comprobé cuando le tiré una parte de mi placenta".
Nathaniel estaba sorprendido ante semejante revelación. Tanto él como su familia habían escuchado aquella leyenda sobre los efectos de la sangre del vamplobyon en un lykaios, pero nunca habían pensado en intentarlo.
"Entonces hay esperanza", murmuró después, con una sorpresa.
Fuente de la imagen: Pexels
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