Imagen cortesía de El Día de Córdoba
Un año desde mi llegada a este lado de la orilla, todas las noches vengo a la playa a encontrarme con ellas, salimos tres desde allá al otro lado del horizonte, el mar nos devoró pero sólo yo pude llegar.
Un año desde mi naufragio, cientos de vidas en esa pequeña patera, millones de historias y una única ilusión: llegar a tierra firme. Cuando abordamos el bote Samira y yo no miramos atrás, sólo mi pequeña Nayla aferrada a su muñeca observaba con esos ojazos brillantes como nos alejábamos del muelle, de nuestra casa, de la tierra que nos vio nacer y nos ve partir.
Un año desde mi llegada a estas tierras con más dinero y menos amor, buscando la vida entre los campos bañados en veneno, viviendo en las esquinas, alimentando sueños, burlando el hambre, pensando en la mirada brillante de Nayla y en el calor de Samira.
Un año desde el día en que el mar me arrebató a mi familia, esa noche las olas amenazaban con voltear la atestada barca sobrecargada de almas desesperadas de tanta pobreza y hambre. Nayla se aferraba a su madre a la vez que yo solo atinaba a orar al cielo, pero desde arriba nadie observa, nadie escucha.
Un año desde el hundimiento, solo uno logró llegar a la playa, yo. Ahora mi mujer y mi hija viven en el lecho del Mediterraneo, junto a millones de cadáveres con sus mismas ansias por llegar a esta orilla donde estoy parado, donde cada noche me paro frente al mar para encontrarme con mi bella Nayla y mi hermosa Samira.
Carlos D. Pérez Guerrero /@waraira777
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